El castillo de un imperio

La clausula

La tercera batalla un empedrado camino de cadáveres era el paisaje de aquel día, después de 3 siglos vagando entre almas en pena, lo único feliz era el olor a sangre del abismo oscuro del inframundo, el inframundo que los humanos llaman “hogar” aquel mundo sin vida y lúgubre, un cuarto lleno de angustia y malicie, tan triste era ver como unos a los otros terminaban con sus vidas, vidas las cuales les fue otorgada para diversión de los dioses, desde el Panteón hasta el “infierno” seres apostaban por las vidas de los mortales, seres los cuales su único pasatiempo era usar las vidas como piezas de ajedrez. Aunque sin tener alguna autoridad mi cuerpo pedía paz, la cual nunca podría pedir por mi rango en esta mesa, era un simple objeto para su diversión. En años humanos la batalla se dio por el 2122, la guerra fue el auge el desabasto de energía de mi cuerpo, un cuerpo el cual no podía ser destruido. La civilización que tanto conocíamos era escombros y polvo, el aire mantuvo un olor a hierro, polvo y cenizas, los hombres y mujeres terminaban con las vidas que se les había encomendado para un bien común, niños y animales sufrían por los desabastos en la tierra que alguna vez fue fértil, un tema pos-apocalíptico difícil de describir, me había encariñado con aquellos seres. Al cambio de un poco de magia incubada por los dueños del Panteón, todo humano mortal sacrificaba partes de sus cuerpos por sed de poder, un poder del cual sus miserables cuerpos no podía contener y explotaban en miles de pedazos, Dagda era del único que tenía esperanza, hasta él se llenó de los pecados que otorgo a los mortales.

Mi yo anterior era un feliz capullo a punto de salir de la crisálida, con una personalidad descuidada y una alegría sin fin, deseando cada día más y más conocimiento, el cual me llevo a este lugar. Hace 3 siglos mi vida era nada especial, tenía lo que siempre necesitaba de acuerdo a mi persona, mi capricho comenzó toda esta suciedad, fue la granada de esta batalla, sin ni siquiera intentarlo. Fue cuando me di cuenta que nada era suficiente para mí, una vida la cual era sencilla de recordar…

Tengo recuerdos muy escasos de mi madre, era una mujer un poco… especial, por así decirlo. Vivo con mi padre; un hombre respetado, sabio, bondadoso y por supuesto ingenuo; suele creer que todo es bondad, pero, somos personas corrompidas por la lujuria, soberbia, gula… bueno cosas que nunca terminaría de nombrar.

La soledad es parte del entorno en el que vivo; mi padre a pesar de ser un gran ejemplo, protector, cariñoso y jamás me falta nada, suele viajar constantemente. Apenas tengo la mayoría de edad humana, 17 años, muy pocos. Claro, tengo a Lolo, un ciervo conejo, de nombre peculiar y muy fácil de recordar; tenía 8 años y gracias a mi potencial al ser muy joven fue un premio de parte de mi padre, es un Alium, esto quiere decir que es una persona animal.

Mi padre nunca me ha dejado alejarme a más de 80 metros de la cabaña; encerrada en un campo, hecho solo para mí, ni mi magia, tampoco pociones de sustitución me ayudan.

Mi casa es una pequeña cabaña, fue encantada para verse pequeña, fea y abandonada; tiene un salón grande con muebles de robles diseñados por ogros, una cocina muy bien equipada -me encanta hacer pan de bellotas con miel y zumo de calabaza-, un gran comedor –un gigante pudiera comer aquí- una biblioteca, un gran salón de té, un sótano y mi ático, es un gran cuarto que ni yo puedo quejarme; una gran cama, escritorio, un pequeño sofá de enredaderas, fue mi primer ejercicio de herbolaria, salió mal, debía hacer una poción de curación y resulto ser un mueble de decoración, aun así es demasiado cómodo, un caldero en la chimenea –cliché de bruja-, una mesa de encantamientos, y en la esquina cercas de la ventana esta mi Dimitria mi planta carnívora. Tiene una decoración rustica, acogedora, con plantas, enredaderas por todos lados y un columpio de hojas con un respaldo lleno de flores el cual se encuentra en el centro de la habitación, es mi sitio favorito para dormir, a Lolo también le encanta.

Nuestra familia fue reconocida por la realeza, tenemos un título que a su vez posee un escudo de armas de la familia noble que es precioso, es de color plata que en su centro posee un gran dragón color carbón con cuatro cuernos demasiados grandes y seis grandes alas, a sus costados se encuentran una hilera de estrellas verticalmente color sinople, con una frase “Partum anima tua” y en la parte superior una gran corona centrada color plata, no es algo que utilicemos a nuestro beneficio, como los humanos, simplemente es solo de adorno, pero debo admitir que algunas ocasiones nos ha ayudado bastante, somos reconocidos por todo el pueblo y muy respetados, nos consideran los hechiceros más amables y bondadosos, ya que con nuestros conocimientos de herbolaria los hemos ayudado otorgándoles nuestros servicios y medicamentos gratuitamente, a cambio nos regalan alimento cultivado y fabricado por ellos mismos, realmente no son gratis, damos algo y ellos nos dan otra cosa a cambio, sería un trueque no monetario.

Lolo es el que se encarga de recoger de los pueblerinos sus trueques, así que él viaja constantemente al pueblo y conoce a la mayoría de sus habitantes, a decir verdad no recibimos alguna queja de su comportamiento, antes creían que era el segundo hijo de Merlín, pero en varias ocasiones se ha metido en discusiones sobre su rango en la familia, no le gusta ser llamado hijo menor de Merlín, él sabe claramente que no pertenece a ese nivel en nuestra familia, a mí nunca me molestaría, es parte de mi familia y lo considero como mi hermano menor, pero al conocer la personalidad de Lolo puedo admitir que le gusta ser tratado como tal, pero que le puedo decir, luce como un pequeño niño, pero con la personalidad de un anciano, pero jamás lo llames pequeñín o abuelo, se impone a respetar de una forma muy “sutil”.




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