Sonrío una vez que aseguro un techo bajo el cual dormir. Ya veré cómo me las arreglo para convencer a la chica de que soy el tipo apropiado para lo que está buscando.
¿El tipo indicado? Rio y niego con la cabeza. Bueno, al menos en teoría, porque lo que soy yo, no tengo ni la más mínima idea de cómo usar el trapeador. Supongo que una miradita a los videos que están posteados en la internet será suficiente para aprender cómo hacerlo. Dominar el arte de la limpieza debe ser una tarea fácil y sencilla, sobre todo, para un hombre al que los negocios se le han dado como anillo al dedo. Será pan comido para mí.
Saco la cartera del bolsillo de mi pantalón y cuento los pocos billetes que quedan en ella. ¡Mierda! Esto no alcanza más que para pagar un boleto en transporte público. Guardo la cartera y me froto la nuca. Esta será mi primera vez en la compleja red del metro de Nueva York. Me dirijo a la estación y una vez en el interior, leo cada cartel que encuentro en mi camino para entender cómo utilizar el sistema. Mi próximo paso, es dirigirme hacia la máquina expendedora de las tarjetas llamadas metrocard. El medio más económico y práctico de movilizarme por medio del transporte público. Será un gran bochorno si alguno de mis amigos o clientes me ven transitando por esta aventura. Pensándolo bien, es poco probable que, alguno de ellos, ande por aquí.
Espero asegurar este trabajo, porque cuatro dólares es todo lo que me queda para subsistir y no creo que pueda soportar pasar una noche más en un cuartucho de quinta categoría. Leo las instrucciones y aplico el efectivo necesario para adquirirla. Es casi la cantidad exacta que necesito para pagar la comisión por la compra de la tarjeta y el costo de un billete hacia Brooklyn.
Tomo la tarjeta y recojo las monedas de cambio de la bandeja. Con una gran sonrisa estampada en mi boca me dirijo hacia el torno y deslizo la tarjeta por la ranura para que me permita la entrada. Pocos minutos después y, luego de pasar por una serie de eventos desafortunados y bochornosos debido a mi desconocimiento en el uso de los equipos que, estuvieron a punto de dejarme varado en la estación; subo al tren para dirigirme a mi destino.
Tras cuarenta minutos de viaje, bajo en la estación y me dirijo a la dirección indicada en el mensaje de texto que recibí poco después de hablar con mi futura jefa. Todo el recorrido tengo que hacerlo a pie, ya que no cargo dinero suficiente para pagar otro transporte.
Media hora después de una agotadora y cruel caminata, me detengo frente a la módica casa de fachada simplona y común, que se convertirá en mi nuevo hogar durante el tiempo en que encuentre una manera de recuperar la vida a la que estoy acostumbrado. Observo el diminuto local que hay anexo y en el que no deben caber más de cinco personas al mismo tiempo, ni siquiera tratándose de los enanos más famosos de Disney.
Respiro profundo y subo los dos escalones que me conducen a la entrada. Me detengo frente a la puerta, toco el timbre y espero paciente a que alguien aparezca. No pasa ni un minuto cuando escucho pasos acercándose. Paso las manos sobre mi ropa, enderezo mi espalda y uso esa sonrisa encantadora que nunca me falla. La puerta por fin se abre, sin embargo, no es la persona a la que esperaba apareciera delante de mí.
―Buenas, soy Denzel, vine a ver a la señorita Moore.
La rubia, la misma que vi en el café acompañando a la chica del gorro de lana, me repasa de pies a cabeza antes de pronunciar su primera palabra.
―Creo que te equivocaste de dirección ―cruza los brazos sobre su pecho y ajusta sus anteojos para mirarme mejor―. Es en la casa de al lado en la que suelen utilizar este tipo de servicios especiales ―hace comillas con sus dedos, lo que me genera confusión―. No tengo nada en contra de ello, mucho menos, si envían especímenes tan atractivos como tú ―se acerca peligrosamente y pone una de sus manos sobre mi pecho ―trago grueso―. ¿Cuál es tu tarifa básica?
¡¿Qué demonios?! ¡Esta mujer está desvariando! ¿Un streepers?
―Lo siento, pero no presto ―hago el mismo gesto que ella hizo con sus dedos para responderle―, esa clase de servicios.
Eleva sus cejas con sorpresa y balbucea avergonzada.
―¿No… no eres uno de esos bailarines exóticos que vienen a dar espectáculos privados para las mujeres cachondas?
Suelto una sonora carcajada que me hace doler el estómago.
―No, no lo soy ―se tapa la cara con sus manos al escuchar mi respuesta y me observa apenada a través de la separación de sus dedos―, vengo a una entrevista.
Esta vez su cara de sorpresa es para coger palco.
―¡¿Entrevista?! ¡¿Tú?! ―chilla como posesa―. ¿Con ese tamaño y ese cuerpo?
Se queda con la boca abierta. Así que le confirmo con un asentimiento de cabeza para que salga de su shock.
―¿Hay un perfil específico que debo cumplir y que hasta ahora desconozco?
Me vuelve a repasar de pies a cabeza.
―¿Estás seguro que no me estás tomando el pelo? ―niego con la cabeza―. Pero… ¿Te has visto en un espejo? ―cruzo los brazos sobre mi pecho y la miro divertido―. Eres, eres… ―respira profundo antes de soltarlo―, como uno de esos tipos que aparecen en las películas de acción ―elevo una ceja al escuchar la sarta de disparates que está diciendo―. ¡Tienes el cuerpo de Schwarzenegger, pero con la cara de Jacob Elordi! ―grita exagerada―. ¿Has pensado alguna vez en ser modelo de ropa interior?
Editado: 07.09.2023