Prólogo

Pronto, pronto podría demostrarle a la sociedad, que yo era una adulta lista para enfrentar sus obstáculos y todo lo que pusiera en mi camino. El hecho de estudiar mi último año en el instituto; para así poder comenzar a estudiar en una universidad —o como me gustaba llamarle: "Instituto al éxito".—, sería pronto.un sueño que por fin podría completar. 

¡Estoy emocionada! 

En estos últimos años, me había preparado para poder iniciar esa etapa de mi vida, sin importar que; me dediqué a estudiar, ser una excelente hija para mis padres y a ganarme la confianza de todos.  ¡Nada podría salir mal con mi futuro ingreso a la universidad de mis sueños! 

Tenía una lista de todo lo que iba a cursar, las materias optativas que debía elegir, los clubes, documentos de ingreso, el dinero ahorrado. Estaban todas mis cosas organizadas en un rincón de mi armario, para que nada se perdiera y nada saliera mal en ese momento...

Hasta la fiesta de inicio de curso...

Esa fiesta...

Cómo solían hacer en el instituto, todos los estudiantes del último año (incluyéndome) estaban invitados a una fiesta organizada por todo el personal del instituto. Para algunos, parecía ser una forma de que los profesores podrían despedirse de sus estudiantes y tomar un descanso de sus caras, de los regaños, y enviados a la sala de detención —muchos dicen que era como decir: "¡Por fin me deshice de ellos!...que los soporte otro"—.

El director más que encantado, aceptó realizar esa fiesta; parecía estar igual o más cansado que los profesores mismos, por lo que nadie del personal se detuvo a mencionar algún "pero..." La celebración se realizaba en un salón de fiesta bastante grande, con piscina incluida, un bar y buffets de comida. Todo pagado por el instituto. 

Todos iban a ir, estaba muy claro. ¿Quién no aprovecharía está oportunidad después de años de estudios?

En resumen, nunca pensé que aquella fiesta, sería el inicio de algo, que no quería encontrar —en su momento— y ahora, estaba envuelta en una serie de problemas y enfrentamientos con la vida, gracias a Viktor Parkinson, el chico que se sentaba al fondo de la clase, 5-C