XXXVI. El chico del que me enamoré
Abril Martinelli
Dos meses después
Detuve mis pasos cuando estuve frente a esa nueva universidad. Mire toda su estructura. Mire a cada alumno que entraba a ese lugar. Como cada persona saludaba a otra. Note como yo era una extraña ahí..., como era una persona invisible ante los demás
Este era mi nuevo comienzo. Tenía que cerrar este ciclo para poder seguir adelante. Tenía que seguir, había una promesa por cumplir. Ya había salido muchas veces adelante sin que nadie me ayudara, esta vez también lo haría y no me rendiría hasta llegar al final
Lucharía con mi dolor. Con mi corazón roto. No me dejaría vencer, porque él también continuaría su historia y su vida. Porque aunque a ambos nos doliera la vida seguía y nosotros debíamos de seguirla, aún cuando estuviéramos en caminos distintos
Y cuando yo comencé a caminar nuevamente, supe que él había quedado atrás. Que él estaba en el pasado, y aunque yo quería que estuviera en mi futuro, sabía que no sería así.
Alejandro Schieber había llegado para marcar mi vida. Me enseñó a amar y me enseñó a amarme. Me hizo ver como debe de ser una relación sana. Como se puede amar sin lastimar. Pero también me enseñó a mentir amando. Nunca lo olvidaría, por más que lo quisiera no lo lograría, solamente viviría resignada a que lo nuestro tendría que acabar. No lo odiaría. Mucho menos lo olvidaría, porque yo sé que nunca podré amar a otra persona como lo amo a él. Porque el se adueñó de mo corazón, y dudaba mucho que alguien lo sacara de ahí...
Lo amé a él, cada parte de él, cada parte de él que conocí, de un desconocido. Me enamore de un desconocido. Me enamore de una farsa. Me enamore de una mentira. Ame y amaré por siempre su mentira....
Un año y medio después
Comence a reírme mientras mis amigos llamaban al mesero de la cafetería en la que nos encontrabamos.
— ¡No lo hagan! — exclama Samanta, roja de vergüenza
No paraba de decir lo guapo que estaba el mesero desde que nos había atendido, lo hizo tanto que terminó hartando a Julián y a Mauricio
Yo solamente me podía reír, pero intente contenerme cuando el mesero llegó
— ¿Desean algo más? — pregunta, yo mordí el popote de mi bebida, intentando ocultar mi sonrisa
— Sí... — comenzó Mau —, verás, desde que nos atendiste, mi amiga no a dejado de hablar de ti
Señaló a Sam, quien estaba escondiéndose en su asiento mientras poco a poco bajaba. Yo recargue mi frente en el hombro de Anali, otra amiga, quien también estaba intentando controlarse
— Y queríamos saber si le quería dar tu número. Así de extraña que la ves, tiene su corazón
— Oh por dios, ya callense —. Intente no reírme con todas mis fuerzas, pero en ese momento el chico hablo
— Lo siento mucho, pero no puedo, no me malinterprete, no es que no sea bonita, pero tengo novia. —. Estuve a punto de escupir mi bebida cuando terminó de hablar.
Si hubiéra podido tomar una foto lo hubiera hecho. Julián y Mauricio soltaron una carcajada que resonó por todo el lugar, mientras que Sam estaba más roja que un tomate.
— Sí sólo era eso, con permiso — dicho esto, se dio la vuelta antes de irse. Finalmente me comencé a reír sintiendo mi estómago comenzar a doler
— ¡Son unos odiosos! — exclama Sam, cubriendo la cara con sus manos
Yo me continúe riendo junto con mis otros dos amigos. Cuando por fin me pude controlar, continúe comiendo mi desayuno, ellos siguieron discutiendo pero yo solo sonreía un poco
Esta era mi nueva vida. Mi nuevo presente.
A los cuatro los conocí unas semanas después de que yo entrará a la universidad. El primer mes no hablé con ninguno de ellos, estaba yo sola encerrada en mi mundo y en mi dolor. Pero una maestra de nuestras asignaturas nos encargo un proyecto en equipo y ellos me preguntaron si quería formar parte de su equipo. Yo accedí porque no tenía con quien más hacerlo y desde ese entonces nos hicimos muy buenos amigos
Era bastante común que saliera con ellos los fines de semana, o en nuestros tiempos libres.
Debo admitir que los primeros meses me negaba a salir con ellos, solo quería estar en mi habitación escuchando música, recordando. Pero un día ellos insistieron tanto que accedí; esa fue la primera vez que volví a reír estando feliz, me olvide un poco de lo que había pasado, salí de mi dolor, volví a disfrutar de la vida, y eso me dolió cuando volví a mi habitación.
Tal vez ese dolor que me causaba esas paredes fue lo que me motivo para salir de ahí e irme a vivir a los cuartos de la residencia del campus. Recuerdo que cuando le conté a mis padres ellos no estaban de acuerdo, pero cuando hablamos y yo les conté cómo me sentía y ellos solamente escuchaban, me comprendieron y después de días pensándolo finalmente accedieron. Ahora comparto habitación con Samanta, quien siempre tiene algo que contar sobre su vida
— Nunca más volveré a venir aquí — se queja de nuevo Sam una vez que estámos fuera de la cafetería
— Una opción menos para visitar
— Sí, la comida no estaba tan buena como lo decían — habla esta vez Anali
— Ahh, pero el mesero — hablan Mauricio y Julián, yo volví a reír, antes de negar con la cabeza