CUANDO EL DEsTINO CONsPIRÓ A MI FAVOR
–Liam, este sábado necesito el auto.
La voz de Calum me despierta de mi ensoñación. Él siempre madrugaba, organizaba su mochila y ya había desayunado cuando yo recién me estaba bañando para ir al instituto. Siempre fue así. Él siempre fue más responsable, excelente estudiante y jugador ejemplar. Mientras que yo era disperso, las materias las entendía poco y nada y necesitaba apoyo extra en casi todas las asignaturas. Odiaba madrugar y el hábito del cigarrillo me jugaba malas pasadas durante los partidos pero mi contextura física, bastante más grande que la de mi hermano, me dejaba un puesto asegurado en los deportes. Según la partida de nacimiento, sí, éramos mellizos.
Le doy un gruñido como respuesta. Realmente me daba igual lo que hiciese. Seguramente saldría con alguna de las porristas con las que estuvo coqueteando el otro día.
La primera materia que teníamos era Español y la odiaba. La profesora González no nos daba tregua y aunque estuviésemos en el segundo mes de clases ya sabía que iba a necesitar apoyo. Ese día tocaba trabajo de a dos. Era una de las tantas materias que compartía con Sabine y una de las pocas que lo hacía sin que
sus amigos rondaran a su alrededor. También, una de las pocas que no compartía con Calum ya que él no necesitaba créditos extras y yo sí.
Parecía que iba a ser la misma materia odiosa de siempre pero ese día fue el principio todo. Cuando entré al aula, incluso cuando la profesora llegó, ella no estaba ahí. Raro, ya que era de las únicas que siempre participaba con un Español casi perfecto.
Ese día no tenía compañero. Todos los estudiantes que se nos acercaban durante los recesos a intentar entablar conversaciones con nosotros y el equipo, la mayoría por popularidad, se negaban sutilmente a sentarse conmigo durante las clases por el desastre que era como estudiante. Ese día no fue diferente. Llegué a la clase segundos antes que la profesora y solo quedaba un asiento de dos libre por lo que me quedé sin compañero cuando la profesora sentenció que a lo largo del semestre íbamos a trabajar en una monografía, obviamente en español, y que la íbamos a defender frente a un tribunal de una universidad, realmente no presté atención cuál, y que valdría el 85% de nuestra nota final. Y que, si gustaba la presentación, íbamos a tener la posibilidad de acceder a una beca. Eso fue lo único por lo que me arrepentí de no hacer amistades más interesantes que sociales. Si quería aspirar a una beca tenía dos caminos, ese o empezar a mejorar con las otras materias. Las únicas becas por deporte las habían conseguido el capitán del equipo de baloncesto y Nissan, el chico raro amigo de Sabine.
Estaba pensando en eso y en levantar la mano para decirle a la profesora González que no tenía compañero cuando entró ella. Entrar era una forma de decir. Abrió la puerta de forma abrupta, respirando aceleradamente y con las mejillas entonadas de rojo producto de la corrida que seguramente había hecho para llegar lo más a tiempo posible. La profesora le dirigió una sonrisa dulce y la invitó a sentarse previo a comentarle en perfecto español, supongo, el proyecto. Ella asintió sin decir una palabra y escaneó el salón para buscar un asiento vacío. Sonreí de lado, no pude evitarlo. El asiento contiguo al mío era el único y podía jurar que ya éramos compañeros para el trabajo de a dos ¿Por qué llegué a esa conclusión? Fácil. Ninguno de sus amigos estaba y ella no hablaba con nadie más.
Se sentó a mi lado desganada y con el ceño fruncido. Podía apostar que no le gustaba en lo más mínimo la idea de un trabajo de a dos y menos con alguien que no era de su grupo.
En ese momento solo podía pensar en tres cosas. En que finalmente no iba a tener problemas con una materia, que si nos esforzábamos podía acceder a la beca y, finalmente, que mi compañera por el semestre sería Sabine. La chica rara que intentaba fumar cigarrillos debajo de la lluvia.
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Editado: 16.05.2021