¿QUÉ Es EL CLUB DE LOs sUICIDAs?
Ese día salía más tarde que Calum y por lo que me dijo, no iba a esperarme. Por lo que tenía dos opciones: esperar el bus que me llevara a casa debajo de la lluvia o irme con alguno de mis compañeros de equipo y aguantar sus absurdas historias que poco me importaban. Decidí la primera.
Me dirigía a la parada cuando un auto clásico se aparca. Sonrío y me acerco. Sabine me hace señas para que entre.
–No entiendo al clima. El humano está destruyendo hasta lo impensado. El cambio climático nos va a matar a todos –dice luego de un bufido. Río ante su comentario. Con el auto en marcha me tomé un par de minutos antes de hablar.
–No sabes dónde vivo.
–No te estoy llevando a tu casa –rueda los ojos mientras tamborilea los dedos en el volante–. Vamos a la mía. Voy a enseñarte español.
Resulta que Sabine manejaba terriblemente mal. De hecho, luego de haber vivido en Londres, donde todos manejan mal, podía decir que Sabine era la peor conductora que había conocido en mi vida. Frenaba cuando había que acelerar y aceleraba cuando debía frenar. Luego de varios infartos mentales míos y palabras malsonantes saliendo de sus labios, llegamos a la entrada de lo que parecía ser una zona residencial.
Luego de dejar el auto en la cochera, entramos a su casa.
Lo que vi, me sorprendió. La sala de estar era enorme, con muebles en tono beige y blancos. La casa parecía grande, con una escalera que daba al piso superior donde imaginé los dormitorios. Las estanterías estaban llenas de portarretratos y, antes de que Sabine me hiciese subir, pude ver una foto. La niña, sin duda, era Sabine. Sonriente, con el pelo más corto y una cara más aniñada, pero era ella. Supuse que el resto era su familia. Lo que llamó mi atención es quien estaba al lado de Sabine agarrándola por hombros. Tenía su mismo color de pelo y unas facciones muy parecidas
¿Sabine tenía un hermano?
Su cuarto no era menos que el resto de la casa que había podido observar. Era bastante amplio y me sorprendió ver un caballete con lienzo y muchas pinturas. Lo iba a anotar en la lista de cosas que no sabía de ella. Le gustaba el arte. También, había una biblioteca que ocupada toda la inmensidad de una de las cuatro paredes. Nos sentamos en su cama y texteó algo en su móvil. Segundos después se despojó de sus zapatillas y se cruzó de piernas mirándome expectante.
–Vamos a aprender español.
Del lado de su cama sacó el libro de la materia y lo abrió en una de las primeras unidades: Gramática. Comenzó explicándome el acento, algunas de las palabras más conocidas y leyéndome breves textos. A esa altura, yo ya estaba hipnotizado y no podía hacer otra cosa más que mirarla. El intercambio fue breve porque con un par de preguntas dedujo lo obvio, no entiendo el español en absoluto.
No sé en qué momento fue que lo pidió pero de repente entró una señora que la saludó con mucho cariño y a mí me dijo en un español que pude entender lo que creo que fue “Buenas tardes, chico”. Intercambió un par de palabras rápidas en español con ella, que se fue no sin antes dejar una bandeja con comida delante nuestro.
–¿Hace mucho eres amiga de Nissan? –pregunto mientras le doy una mordida a mi sandwich. Me mira de reojo y pasan unos eternos segundos hasta que me responde. Otra cosa que me di cuenta es que se toma su tiempo para responder y mientras lo hace se muerde sutilmente el labio inferior.
–Desde siempre –responde al fin–. No recuerdo un solo momento de mi vida en el que Nissan no haya estado.
–¿Y los demás? La pelirroja y el chico latino –me sentí un afortunado, estaba manteniendo una conversación con ella.
–Desde el jardín, quizá un poco después. No recuerdo tampoco.
Quise tentar a la suerte y ver hasta adónde podía llegar…
–¿Qué es el Club de los Suicidas?
Ella ni me miró. Menos, me respondió. Fue la última frase que salió de mis labios.
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Editado: 16.05.2021