El color del cambio

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Un mes ha transcurrido ya. Ha sido un tiempo de duro trabajo y dedicación en aprender todo lo necesario para servir en el palacio, y hoy se ha vuelto oficial, pues he sido designado como sirviente.

Llegar hasta el final no fue sencillo, pues tuve que hacer frente a diversas adversidades para conseguirlo. Lo principal era la señora Flaxen y su insistencia en hacerme quedar mal frente al resto de los aspirantes. En más de una ocasión me asignó tareas difíciles o era demasiado estricta con mi progreso; todo con la intención de doblegarme y que me retirara. Pero no logró vencer mi entusiasmo, ni ella ni el resto de aspirantes que me menospreciaban por mi naturaleza como mezcla; después de todo, un motivo mayor era el que me impulsaba a seguir. Por el contrario, hubo muchos de los candidatos que no alcanzaron a dar la talla o no tuvieron el desempeño adecuado para ser contemplados en este puesto. He de admitir que, aunque me hacía sentir un poco culpable, ver fallar a quienes se oponían a mí causaba en mi interior un sentimiento de satisfacción como pocas veces lo he sentido.

Hoy es el primer día en el que ejerceré mis funciones como sirviente dentro del palacio. No cabe duda que los nervios carcomen por completo mi ser. La incertidumbre me devora. ¿Qué será de mí en mi nueva posición? ¿Lograré desempeñarme como un buen sirviente? Tantas dudas y presión recorren mi cuerpo al punto de casi hacerme perder el control, pero debo guardar la compostura si deseo formar parte del grupo de empleados del palacio.

Me presento a la hora cero junto al resto de los sirvientes, listo para iniciar las actividades de la mañana. Tenemos que estar preparados para asistir a los reyes, reinas, príncipes y princesas del palacio en sus actividades de aseo personal, acicalamiento, vestimenta y alimentación. En esta ocasión se me ha encargado ayudar a una de las princesas con su atuendo, así que me dirijo hasta sus aposentos para llevarle sus prendas recién lavadas y planchadas de la lavandería. Junto a mí llegan más sirvientes que ayudarán en las cuestiones necesarias con su limpieza personal, y otros más que arreglarán la habitación después de que ella haya despertado, además de una mujer Amarillo de edad avanzada ataviada en ropas elegantes. Ella es la señora Narciso, y es una sirviente especial, una asistente personal de la princesa a la que atenderemos.

Llegamos a la puerta del dormitorio de la princesa, y la señora Narciso toca algunas veces.

—Adelante, pueden pasar —indica una voz que, por alguna razón, resulta muy familiar.

Abre la puerta e ingresamos a una habitación que bien podría servir como albergue para varias familias. Y en verdad es enorme, más grande incluso que la casa donde vivía en la colonia Verde. Es un recinto hermoso, muy adornado, con cuadros de pinturas, espejos, floreros e incluso un reloj de péndulo. En la cama, recostada y cubierta con una manta, se encuentra una joven de color Negro ataviada con un elegante camisón.

—Buenos días, mi princesa —la saluda la señora Narciso con una reverencia, y lo mismo hacemos el resto de los empleados.

La princesa saluda de vuelta, se levanta de su cama y se dirige hacia un pequeño vestidor donde procede a despojarse de sus prendas de vestir. Una de las sirvientas pasa a recoger su camisón, y otra le entrega una bata mientras que una tercera se dirige hacia el baño para abrir la llave y llenar la tina.

Mientras todo esto sucede, varios sirvientes proceden a arreglar la cama, y yo me dedico a esperar con las prendas de vestir en brazos.

Momentos más tarde la joven princesa pasa a tomar un baño, asistida por otra de las sirvientas en lo que respecta a lavar su cabello y dar tratamientos a manos y pies.

Han transcurrido quince minutos y ella sale del baño ataviada en otra bata y su largo cabello envuelto en una toalla.

Es mi momento. Me dirijo hacia el vestidor donde ella comienza a retirar de su cuerpo su bata, y debajo de esta lleva puestas algunas prendas de vestir interiores. Cuelgo el vestido por medio de un gancho metálico en un perchero, lo tomo y paso a colocarlo sobre el cuerpo de la joven mientras que otra sirvienta recoge la bata para llevarla a la lavandería.

Cuando termino de ajustarlo a su cuerpo, ella se da la media vuelta para verse en un espejo largo que se encuentra en el vestidor y se contempla desde diferentes ángulos.

—No está nada mal —comenta, entonces vuelve su mirada hacia mi persona—. Yo te conozco —añade, y entonces la observo sorprendido—. Eres el chico de las caballerizas.

—En efecto, princesa —respondo.

—Y ahora eres un sirviente —comenta con no menos fascinación—. Por favor, dime tu nombre.

—No creo que sea algo...

—Por favor —insiste la joven dama.

—Mi... nombre es... Flint —contesto un poco inseguro de revelar mi identidad.




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