El corazón quiere lo que quiere

Capítulo 5

"Estás atrapada a mí."

 

Haley

—¿Qué piensas? —preguntó Lilia.

—Nada —mentí.

Volteé y miré a la mesa donde se encontraba Elián, él ya no estaba.

Ni siquiera me había percatado de que se había ido, estaba nerviosa.

Miré la hora en mi celular, eran la 5:36 pm.

—¿Estás bien?

—No —guardé mi celular y colgué mi bolso sobre mis hombros—, me tengo que ir —Me levanté—. Discúlpame.

—¿Okay? —enarcó una ceja.

—Lo siento —me disculpé.

Sin esperar alguna respuesta, salí de la cafetería.

Caminé hacia la universidad y llegué hasta el paradero.

El bus paró y caminé hacia él, quedando yo al frente. Pero no subí, no lo hice.

Y ese fue mi error, porque ya había comenzado.

 

[...]

 

Estaba al frente del edificio, él se encontraba como siempre: sucio y abandonado.

Caminé hasta el final del callejón y subí el pedazo de tela que cubría el hueco de la pared ya que no había puerta u otra entrada porque las habían cerrado con cemento.

Pasé un pie, adentré mi cabeza y luego pasé el otro pie. Así dejándome ver el primer piso -planta baja- del edificio, había un salón grande y al final del salón había una escalera.

Por fuera el edificio tenía un aspecto sucio y repugnante, sin embargo, por dentro no tenía el mismo aspecto, no estaba del todo limpio, pero se podía ver la diferencia entre afuera y adentro.

Eran tres pisos y en el segundo y el tercero había un departamento y una habitación. Luego seguía la azotea.

Subí las escaleras hasta llegar al tercer piso, sólo tenía que subir unos pocos escalones para llegar a la azotea.

Estaba nerviosa, sabía que no era buena idea haber venido. Pero era como si no tuviera gobierno de mí misma.

—Sube —gritó, con la voz un poco ronca.

Subí los pocos escalones que quedaban.

Lo vi.

Y él a mí.

Él estaba sentado en el piso con las piernas extendidas y la espalda recostada a la pared, viéndome.

La azotea tenía un sofá marrón, no había nada más.

Caminé hasta el sofá y me senté. Miré al cielo, estaba oscureciendo y no sé por qué, pero me gustaba.

—No te voy a hacer daño —habló, tenía una expresión despreocupada.

—¿Por qué lo dices? —lo miré fijamente.

—Estás nerviosa —afirmó.

—No, no lo estoy.

—Entonces, deja de jugar con tus dedos —señaló—, lo haces cuando estás nerviosa.

Me sentí estúpida y dejé mis dedos quietos.

—No puedes huir para siempre.

—¿De qué debería huir?

—Ya lo sabes —e levantó y caminó hasta sentarse en el sofá, quedando cerca de mí—. En algún momento todos nos cansamos.

—Sé directo—dije.

—No podré esperarte toda la vida, aun así te ame.

—No te lo pedí —lo miré por el rabillo del ojo, se encontraba mirando hacia al cielo nublado.

Quizá fui grosera por decirle aquello.

—No puedo evitarlo, pero si puedo alejarme.

—No debí haber venido —solté.

—Es algo que no puedes evitar.

—Sólo fue una estupidez.

—Siempre vendrás —dijo, seguro.

—No, claro que no —negué, me había molestado por la seguridad con que lo dijo—. Esta será la última vez que hablamos.

—Sé que, aunque quieras borrarme de tu vida, no lo harás ¿sabes por qué? Porque nunca los has hecho. Y recuerda que lo especial de este lugar es que siempre vendrás aquí, aun así no quieras. Lo hiciste cuando estabas con Ian, yo estuve aquí, siempre viniste, aun así yo no estuviera contigo. Y eso fue lo especial, nunca rompiste tu promesa, no lo harás ahora.

—Adiós, Elián —caminé y bajé unos escalones.

—Hasta luego, Haley —gritó.

 

[...]

 

Había llegado a mi casa hace una hora y media.

También había hablado con Lilia y le había dicho que me había ido porque me sentía mal y que mi madre me había enviado un mensaje donde decía que me necesitaba con urgencia. Pero sé que no se la creyó.

Tomé mi celular y me despedí de mis padres.

Subí a mi habitación y me acosté en la cama.

No dejaba de pensar en lo que había ocurrido esta tarde, no sabía lo que sentía.

Revisé mi celular, tenía un mensaje:

 

Número desconocido: Lo siento.

 

No lo agendé, era mejor que me alejara de él. Sólo traería problemas.

Apagué mi celular y me acomodé para así poder dormir.

 

[...]

 

—¿Cómo te fue en el examen? —preguntó Lilia, apenas salimos del salón.

—Creo que me fue bien, espero aprobar —contesté—. ¿A ti cómo te fue?

—Creo que me fue bien —respondió, dudando—. ¿Te parece si vamos a tomar algo? Pero no te vayas a ir como lo hiciste hace tres días —dijo, irónicamente.

—Lo siento, sabes que no quería irme, lo hice porque mi madre me llamó —fingí tristeza—. Y sí, vamos, prometo no irme.

Salimos de la universidad, nos dirigimos al estacionamiento, donde se encontraba su auto, y nos subimos a él.

—¿Has escuchado que Logan hará una fiesta el sábado? —dijo, empezando a conducir.

—Sí, ¿tú irás? —pregunté.

—Sí —asintió—¿vamos juntas?

—Yo no iré —contesté.

Si iba podría encontrármelo y no quería eso.

—Te hará bien —dijo, esbozando una sonrisa.

—Las fiestas nunca me hacen bien —Me encogí de hombros—. Además tengo que estudiar para las exposiciones—añadí.

—Bueno, respetaré tu decisión —hizo una mueca de disgusto y eso me hizo reír.

Lilia estacionó el auto, bajamos de él y nos dirigimos a la cafetería. Entramos a ella y tomamos asiento.

Fui a hacer los pedidos y dejé a Lilia en la mesa revisando su celular.

Había aceptado venir con Lilia porque quería distraerme y dejar de pensar.

Sus palabras no salían de mi cabeza, se repetían constantemente y eso me preocupaba. Solamente quería olvidarme de él y sus palabras, no pedía tanto.



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En el texto hay: melancolia, amor y lagrimas, dolor

Editado: 23.10.2020

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