Ryan era algo así como el espécimen del novio “supuestamente” perfecto que una chica de la talla de Liliane anhelaba poseer: sexy y atlético, era el segundo chico más popular del instituto y un ejemplo de superación, éxito y constancia entre los compañeros que lo rodeaban, seguían y admiraban.
La historia que le precedía cuenta que Ryan formaba parte de la selección de fútbol del instituto, a la vez que ejercía de capitán, máxima figura y referente. Se había lanzado dos veces como candidato a caballero en la elección anual de la reina, aunque en ambas oportunidades no haya logrado su victoria. Era una de las imágenes más emblemáticas entre sus compañeros y casi siempre salía en portadas de la revista mensual, mostrando los trofeos que había conseguido a nivel intercolegial o las distinciones que había alcanzado internamente.
Pero las leyendas urbanas también refieren que el éxito de Ryan lo condujo a ser una persona odiado por ciertos grupos de estudiantes, especialmente de la camada de Scarlett y Robin, reina y caballe-ro del instituto respectivamente, quienes se adjudicaron gran cantidad de poder gracias a la influencia de sus títulos honoríficos.
Sea como fuese que haya sucedido, lo cierto es que Ryan estuvo a punto de perderlo todo hace un par de años, cuando en un inciden-te que fue considerado “fortuito” en un partido de fútbol, sufrió una aterradora ruptura de tibia y peroné que lo alejó permanentemente de las canchas y lo dejó al borde de una crisis nerviosa fatídica.
Tras seis meses de tratamientos y terapias físicas y psicológicas, alejado de las actividades escolares rutinarias, Ryan retomó su vida pública, pero de manera parcial. Al final, tuvo que abandonar a sus compañeros de la selección de fútbol (a quienes se les asignó a Robin como capitán, por supuesto), así como el equipo de edición de la revista. También optó por renunciar al staff de la organización de eventos, y, sobre todo, a continuar constituyéndose como una de las figuras más queridas y representativas del estudiante promedio.
Hoy, casi dos años después de su reincorporación, Liliane logra por fin captar la atención del muchacho que hasta hace poco consideró una estrella inalcanzable y que ahora parecía un simple mortal más. Entonces quiso detener el tiempo en ese instante para intentar grabar su sonrisa, el color verdoso de sus ojos o aquellos labios tan deliciosos y rechonchos, sin embargo, había dejado el cuaderno en casa. Sin cuaderno mágico no había manipulación y sin manipulación, cero diversión. Por lo tanto, el tiempo y el espacio debían continuar inexorablemente su camino trágico hacia la eternidad.
— No puedo creer que siendo de nuestra propia generación los adolescentes de hoy se comporten como verdaderos idiotas... —espetó Ryan con cierto aire despreocupado—.
— ¡Hombres! —contestó Liliane apática—.
— Sí, tienes razón. Los hombres somos tan... tan... ¡predecibles! Basta una cara y un cuerpo bonito para ponernos... cómo decirlo...
— ¿Así como tú ahora?
Esa fue una daga envenenada que Liliane clavó directamente en el pecho de Ryan, y vaya sí que le dolió.
— Sí, digamos que sí. Obviamente se nota, ¿verdad?
— No pasa desapercibido...
— ¡Rayos! Creo que estoy perdiendo el toque... Me llamo Ryan, por cierto. Es un gusto conocerte.
— Soy Liliane, por cierto. El placer es mío.
— ¿Compartes curso con Scarlett verdad?
— Sí, claro que sí. Y déjame decirte que es horripilante.
— Debe serlo... —se limitó a contestar—. ¿Puedo invitarte a tomar algo?
— ¡Por supuesto! —exclamó Liliane algo inquieta—.
— Un café, una soda o un helado. ¿Qué prefieres?
— Helado, supongo. Ya sabes, por eso de conservar la figura...
Ambos entendieron la ironía y echaron a reír. Ryan le hizo a Liliane el gesto para que lo acompañara y ella no dudó un segundo en dar el primer paso. Sin embargo, y como si se tratara de una maldición que atraes cuando pronuncias la palabra clave, Scarlett y Robin hicieron acto de presencia. Ambos estaban vestidos con el uniforme de gala característico para su condición (boina y chaqueta azul con el escudo del instituto bordado), aunque Robin haya tenido que despojarse de la boina como manda la tradición: eso era supuestamente lo que hacía el caballero como señal de respeto hacia las conversaciones de su reina, entre otras cosas fútiles que habían inventado.
Editado: 04.12.2019