El sonido de la alarma del celular despierta a Liliane súbitamente a las seis menos cuarto. Ella da un brinco, enciende la luz de manera automática y mueve la cabeza hacia todos lados, escaneando su ubicación. Cuando recupera la calma, se percata que está en su habitación, recostada en su cama, bajo sus sábanas, SOLA.
No recuerda como llegó a casa, pero tampoco siente los síntomas que suelen decir que son típicos de la resaca: dolor de cabeza, resequedad de la garganta, mareos, náuseas o sabor de licor en la saliva. En su memoria está grabado que bebieron algunas copas de vodka mezclado con jugo de menta mientras bailaban y que luego disfrutaron de un breve paseo a las orillas de un río cercano. En adelante, todo se convierte en tinieblas. Revisa su mesita de noche y constata que todas sus pertenencias están allí: cartera, teléfono móvil, dinero en efectivo (hasta con centavos) y hasta un collar. Dirige su mirada hacia el guardarropa y se fija que el vestido luce desparramado sobre ella. ¿Ryan se atrevió a entrar a su habitación y quitarle la ropa? ¿Acaso durmió desnuda? ¿Fue su mamá quien la recibió e hizo todo el trabajo? Lo único que sabe hasta ahora es que ha dormido con su bata de siempre. Como se la colocó, solo Dios sabe. Lo que sucedió el resto de la madrugada es un misterio que tiene que resolver, aunque le entren ciertas dudas con respecto a la honorabilidad de Ryan.
Se levanta rápidamente, toma una toalla y se encierra en el baño. Lo primero que tiene que examinar es su cuerpo. En conversaciones que ha podido escuchar de muchachas mayores y mucho más experimentadas que ella, las secuelas de una relación sexual pueden evidenciarse tranquilamente con solo quitarse la ropa. Lo que primero salta a la vista son los moretones. Ya sea en el cuello, en los pechos, el vientre, las piernas o las nalgas, son las huellas perfectas para un explorador celoso que marca territorio. Sin embargo, Liliane no las tiene. Deberían haberse remarcado en su piel tan delicada, pero no están. Aquella es una buena señal.
Lo segundo que hay que considerar es el dolor, por si el verdugo fue prudente con las marcas. Tampoco es que sea algo insoportable, pero basta una punzada en el bajo vientre o los genitales. Liliane se explora suavemente con los dedos, pero nada. Su amiguita está ahí, tan apacible y húmeda como siempre. Es una buena segunda señal. Entonces se ducha más relajada y confía en que Soledad le ofrezca una respuesta razonable.
Al salir del cuarto de baño y dirigirse a la cama con la toalla en-cima, se percata que la pantalla de su teléfono móvil parpadea. Ha recibido tres llamadas de Ryan. Contesta a la siguiente timbrada.
— ¡Cómo despertó mi bella durmiente esta mañana! —escucha decir con su voz melodiosa y masculina, que la hace vibrar—.
— Hola amor —responde casi derritiéndose—. Siento no haber contestado. Estaba tomando una ducha.
— Excelente remedio para combatir la resaca.
— ¡Qué vergüenza!
— Tómalo con calma. A todos nos ha pasado alguna vez...
— Lo sé, pero... ¿puedo preguntarte algo?
— Si te refieres a cómo llegaste a tu casa, a tu habitación y a tu cama...
— A eso iba... Especialmente a mi cama.
— Agradécele a Soledad...
— ¡Mi mamá! Rayos. En el desayuno me va a matar.
— Pues anoche se lo tomó con calma.
— ¡Ufff!
— Descuida. Soledad comprenderá...
— Eso espero...
— En fin... ¿nos veremos a la hora de entrada? Tengo muchas ganas de verte.
— Yo también corazón... ¿A las siete en el portón principal?
— ¡Hecho!
— ¡Hecho!
Ryan le envía un beso sonoro a través de la llamada y Liliane se estremece con solo imaginarlo haciéndolo de cerca. Apuestan quien es el primero en colgar y ella gana.
Ya en el comedor, Soledad aparece preparando huevos revueltos y pan tostado. La cocina se ha llenado de un aroma delicioso a mantequilla, mermelada de fresa y café. Liliane entra tratando de hacer el menor ruido posible, pero a las primeras de cambio ha sido descubierta: los super sentidos de una madre son detectores infalibles.
— ¿Resaca? No hay nada que no solucione unos buenos huevos revueltos y una taza de café...
— Lo siento. No sé qué me sucedió anoche. Todo iba bien, hasta que...
— Suele suceder. Sin embargo, me preocupa que vayas por ahí y te duermas tan confiada en el coche de un muchacho...
Editado: 04.12.2019