Afortunadamente el móvil de Liliane salió ileso de la horripilan-te caída. Gracias a la funda protectora, los bordes metálicos no sufrieron ningún rasguño y la pantalla de vidrio apenas se cubrió con polvo y suciedad superficiales, que limpió con el revés de la casaca deportiva.
No podía decirse lo mismo de ella.
La avalancha de emociones que provocó la presencia de Ryan y su coche clásico alteraron el correcto funcionamiento de su cerebro y las órdenes que daba. Sentía mariposas revolotear cerca de las órbitas de sus ojos y el corazón latir desenfrenadamente en la posición de su estómago. Intentó agacharse para recoger el teléfono móvil y lo que terminó sujetando fue un pequeño bloque de plástico (de esos que se colocan en los bordes de la carretera y que sirven para reflejar la luz de los autos en la oscuridad), que se había desprendido del lugar donde estaba incrustado. Liliane estaba tan concentrada en el conductor del Mustang, que apenas y se fijó en lo que guardó en la cartera.
Acto seguido Ryan esboza una pequeña sonrisa, se acomoda en el asiento del copiloto, baja el vidrio de la ventana y señala con el dedo índice la posición del teléfono móvil. Liliane desliza automáticamente su mirada hacia el suelo y comprueba que el aparato electrónico aún proseguía arrojado allí, inmóvil. Solo entonces es capaz de percatarse de la tontería que cometió. Abre lentamente la cartera, rebusca en su interior mientras empieza a sonrojarse y entonces encuentra el maldito bloque de plástico. Lo arroja de sopetón en medio de la carretera, avergonzada y furiosa. ¡Demonios! Susurra para sí misma. ¡Estúpida, estúpida, estúpida!
— ¿¿¿Qué??? —pregunta exaltada mientras Ryan trata de contener una sonrisa. Luego se sobresalta, traga saliva y procede a aclararse la garganta—.
— ¿Podemos hablar? —responde con su seriedad característica, aunque su voz parece quebrarse—.
Liliane recoge el teléfono y comienza a caminar, maldiciendo a todo aquel que se le atravesaba. Se siente indignada por la inocencia y fragilidad de carácter, aunque también aliviada, porque Ryan por fin supo reconocer su equivocación y decidió buscarla. Tampoco es que signifique que conseguirá el perdón tan confortablemente, pero agradece que tome la iniciativa.
— Liliane, por favor escucha... —vuelve a decir mientras mantiene el coche en primera marcha—. Lo siento...
La muchacha hace caso omiso a las súplicas y continúa su recorrido, ignorando hasta los obstáculos que aparecen en la vereda, los cuales esquiva portentosamente. Sin embargo, luego de aquella última imploración, han pasado varios segundos desde que Ryan dejó de perseguirla. Ya no siente el acoso del muchacho o de su bendito coche, pero tampoco quiere ojear a sus espaldas, porque se perdería la emoción del momento. ¡No pudo haberse rendido tan fácilmente! Piensa Liliane, confiada.
Pero después de transcurridos un par de minutos, la emoción se transforma en angustia y los pensamientos de la muchacha la tragan viva. ¿Cómo pudo ser tan orgullosa? ¿Debió ofrecerle una segunda oportunidad? ¿Lo habrá perdido para siempre? Entonces se detiene, gira hacia su espalda y lo corrobora: Ryan y su coche no aparecen. Ryan y su cochen no están. Ryan y el Mustang han desaparecido.
Una lágrima ardiente cruza su mejilla derecha entonces, y luego otra, otra y otra. Pasa lo mismo con la parte izquierda. Ahora mismo es una margarita que deja caer irreverente sus pétalos hacia los dominios de la nada. Y no tiene intención de parar hasta escurrir todos los fluidos que se recogen en sus sienes, hasta desahogarse.
De pronto, a sus espaldas, escucha el sonido estruendoso de un motor acercándose a toda velocidad. Al principio no le tomó mucha importancia, nada era más significativo que sus lágrimas, pero supo que debía dar media vuelta presurosamente cuando sus oídos advirtieron que el chirrido era más extraño y peligroso de lo que aparentaba.
Sorpresivamente eran Ryan y el Mustang a toda velocidad. Ambos invadiendo vía y arriesgando su integridad física peligrosamente.
— ¡Dios! —exclama Liliane llevándose las manos a la boca—.
Entonces observa que el Mustang, conforme va acercándose, recupera la dirección de su carril, aunque incrementa la velocidad. El corazón de Liliane parece escapársele del pecho, ya se le ha formado un nudo en la garganta, su boca está reseca y las lágrimas se han detenido.
De pronto, Ryan frena el Mustang en seco, gira la dirección hacia la izquierda y derrapa. Se escucha el chillido ensordecedor de los neumáticos, seguido de una nube de humo azul que envuelve el coche hasta hacerlo desaparecer. Liliane cierra los ojos, aterrada, y cuando los abre segundos después, se lleva una sorpresa inimaginable: bien cómodo en el asiento del copiloto, un enorme oso panda de peluche con la leyenda “Perdóname, te quiero” estampada en el pecho, la mira fijamente. Ella, en cambio, centra su mirada perpleja en el conductor. Este se acerca al objeto de felpa por la espalda, lo toma de sus voluminosos brazos y junta sus manos en señal de pedir perdón. Así por varios segundos, mientras la muchacha trataba de digerir el golpe emocional del momento.
Editado: 04.12.2019