El deseo que nunca esperé

Aidan

Al regresar a Milán después de la fiesta, me tuve que quedar sola, por lo del pedido que habían hecho los ingleses. Mi vida fue normal, pero empezaba a tener problemas con mi embarazo. No podía entrar a mis clases de laboratorio, ni me dejaban tomar la materia de química nuclear... Todo se empezó a complicar, pero mis profesores me dijeron que guardarían la nota, y que sería mejor que volviera a tomar las materias después de dar a luz. Luca y Charlotte intentaron ayudarme, pero era imposible por mi asistencia. Era demasiado peligroso para mi bebé que estuviera en contacto con químicos o equipos radioactivos...

Fue un golpe duro, y tuve que generar muchos papeles y justificantes médicos para no tener que devolver la beca. Por suerte, en ese sentido no era tan estricta, pero estaba perdiendo un año prácticamente, y mi tesis debería esperar un poco más. 

No le conté a Arnoldo, en los dos días que no nos vimos. Pero cuando ya llegué a la estación de Florencia, no pude aguantar mis lágrimas... 

-¿Qué ocurre- preguntó preocupado-? Me dijiste que vendrías el viernes. 

-No puedo entrar a los laboratorios -dije en su pecho llorando-, y voy a perder un año. 

-Tranquila, pensé que era algo más grave -dijo cogiendo mi maleta. 

-¡No lo entiendes! -me quejé- Me van a sancionar en mi beca y me tocará repetir un año, pagado por mí misma... 

-Yo te lo puedo pagar... 

-¡No! 

-Pero... 

-Puede que tengas dinero y seas muy generoso, pero estas son MIS cosas, y no quiero perder mi independencia aunque me case -me tapé la boca cuando solté eso... 

-¿Quieres casarte? -preguntó poniéndose delante de mí y agachándose a la altura de mis ojos- ¿Te da miedo casarte conmigo? Prácticamente vivimos como lo haríamos casados hasta que acabes tus estudios. Estaba pensando en comprarte una casa en la Toscana, en la costa, no muy lejos de aquí, tal vez 45 minutos en coche, para que empezaras a ver lo que necesitas para purificar tu agua... 

-¿Harías eso? -le pregunté atónita. 

-¡Vamos! Le puse una clínica en Roma a Mathew, tu idea es mil veces mejor. 

-Siempre apuestas a caballo ganador -susurré... 

-¿Qué? -preguntó cuando no me oyó. 

-Nada, aún tengo que hacer la malla de filtrado y obtener la calidad óptima de materiales. Esa es mi tesis. 

-Puedes hacerla mientras esperas a que empiece de nuevo el año -dijo llevándome de la mano al coche-. Ahora sólo sécate las lágrimas, porque siempre hay una solución.

-Te devolveré todo -dije segura de que iba a salir bien. 

Él sólo dijo claro, y me animé un poco. Cuando llegamos a su castillo, me empecé a poner nerviosa, la última vez su madre me había insultado y pensó que yo quería cazar a su hijo... 

-Buenos días -dije viéndola en el comedor. 

-Buenos días -respondió secamente. 

Ninguna de las dos dijo nada más mientras almorzábamos. Pero Arnoldo hacía como si no sucediera nada, y hablaba del próximo control a sus botellas de vino. 

Después del almuerzo, del que casi no comí, me presentó a su nana, Matilde. Una señora tan grande como fuerte de carácter. Pero sólo me vio de arriba a abajo, y negó con la cabeza. 

-Estás demasiado delgada muchacha -dijo viniendo a ver mi barriga. 

-¿Cuánto tiempo tienes niña? -dijo palpando mi barriga. 

-31 semanas y media. 

-En cristiano, niña. 

-Casi 8 meses. 

-¡Ya mismo soy abuela! -dijo saltando sorprendiéndome con su agilidad a pesar de que aparentaba unos 60 años. 

-Sí, nana -respondió Arnoldo abrazándome tiernamente. 

-¡Qué alegría me da verte feliz niño -dijo estirando su mano hasta la cara de Arnoldo -! No te veía tan feliz desde que tu abuelo te regaló tu primer coche. 

Arnoldo se rió, y pidió que acomodaran la habitación del segundo piso la del medio. 

-¡No, niño! -dijo alarmada Nana- No van a dormir juntos sin casarme bajo mi mismo techo. 

-Entonces la habitación que quieras, Nana -dijo riéndose-. ¡Estamos esperando un hijo! 

-¡Que ya hayas pecado, no significa que te deje volver hacerlo -dijo dándole una nalgada-! Salvaré tu alma del infierno -dijo empujándolo. 

Yo sólo los seguí en silencio, riéndome de como le pegaba una nalgada cada vez que replicaba. Conocí a más gente que trabajaba ahí: Sara y Tonya, muchachas que limpiaban el castillo; Samuel, el mayordomo que los coordinaba a todos; Manuel y Óscar, de seguridad, y Susana, Marian y Matilde, que se ocupaban de la cocina.  

Me guiaron por el castillo y descubrí que el castillo necesitaba un ascensor. Pero había dos edificaciones más. Una casa de 6 habitaciones que solían utilizar como hostal, y una más pequeña de 5 habitaciones, que usaban como lugar de recepciones. Al parecer a la gente le gustaba casarse en castillos e invitar a su familia... Ingresos no les faltaba a los Tramonti. 




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