El destino del alfa 2. (el destino 4.)

Capítulo 5.

Caliane y Trono se habían marchado a la Ciudad plateada en compañía de Lucifer, pues este era el único que podía abrir las puertas del cielo. Habían pensado en entrar por la entrada trasera, pero se lo pensaron mejor y decidieron que ya era hora de que las puertas volvieran a estar abiertas.

En cuanto el primer caído abrió las puertas se despide de sus padres, pues él tenía que ir junto con los lobos y sus hermanos caídos. Quería enterarse bien de lo que había pasado y también saber como estaba Phoebe. La chica le preocupaba y más al saber que habían estado tres años sin recordarla.

- Estar atentos en todo momento – dice Trono cuando Lucifer se despide de sus padres -. Contactaré contigo para estar al día, y lleven mucho cuidado.

Lucifer asiente y con esas se marcha.

Los alfas junto con sus hijos por fin llegaron a Nueva Orleans. En los tres años que habían pasado no se habían detenido y por fin habían conseguido reunir a todos los lobos del mundo. Todos estaban cerca de Nueva Orleans, listos para ser llamados por si algo pasaba. Todos habían reconocido a Mia y Joseph como sus alfas, y así es que podían estar en contacto por el vínculo alfa manada.

Lo primordial ahora mismo para ellos era que Phoebe volviera a la normalidad, y para que eso pasara debían hacer algo con la oscuridad que había dentro de ella. Mia sabía muy bien que no era nada bueno tener peleas internas, pues lo había probado de primera mano cuando su loba bajó de rango.

Lo primero que hicieron nada más llegar es dejar que Phoebe se instalase. El viaje junto con todo lo que había pasado había sido agotador. Mientras Phoebe se instalaba en la que fue su habitación, Mia se marcha junto con su esposo al despacho de la alfa. Ahí le esperaba Daniel, David, Catrina y Cristina. Los padres de Mia querían saber que demonios había pasado y Daniel quería echar un vistazo en la herida de su hija y tratarla.

Entre los dos alfas ponen al día a sus cuatro acompañantes mientras Daniel miraba la herida de su hija. No tenía buena pinta y parecía que no empezaba a sanar como era habitual en ellos, los lobos. Eso le parece un poco extraño al principio, pero cuando escuchó que esa herida se la había hecho Caliane entendió por que no había sanado.

Los cuatro se alegraron de saber que la Diosa se había recuperado y que ahora estaba de su parte, lo que no les había gustado nada era lo de Phoebe. La que más se preocupó fue Catrina, pues ella fue testigo de la pelea interna que estuvo sufriendo su hija años atrás. Solo esperaba que a su nieta no le pasase lo mismo.

- No le va a pasar lo mismo que a mí – dice Mia al ver la cara de su madre -. Ella y su loba se llevan bien.

- Entonces dentro de ella ahora está la Phoebe del futuro – dice David, el cual se había adentrado mucho en el tema de la manada al igual que Cristina -. ¿Cómo es eso posible? Al regresar a este tiempo la Phoebe malvada, la llamaremos así para no confundirnos, debería haber desaparecido.

- Es un buen planteamiento – dice Asmodeo entrando en el despacho. Había acompañado a Phoebe y la había ayudado para colocar todas sus cosas en su habitación. Ahora la chica estaba durmiendo y el caído había cogido la oportunidad para ir a hablar con los alfas, pero la chica no estaba sola. As no volvería a dejar sola a la loba y por eso mismo Raffe se encontraba ahora con su hermana -. Y se supone que debe ser así. La pregunta es: ¿Por qué no ha desaparecido?

As mira a los alfas y estos entendieron lo que el caído les decía con la mirada. Era muy simple el porqué la Phoebe malvada seguía en el interior de Phoebe: Aún habían posibilidades de que todo lo que los mellizos y As vieron en el futuro sucediera. Debían averiguar como cambiar eso.

- Entiendo – susurra Mia haciendo una mueca de dolor. Su padre le estaba vendando la herida del brazo -. Tengo muchas ganas de tener una vida tranquila.

As sonríe con cariño. Entendía muy bien a Mia, y estaba de acuerdo con ella. Tras eso le llega a la mente el momento en el que llegaron al presente. Esa armadura roja con forma de lobo que protegía a Mia y entonces mira el brazo herido de la alfa.

Sabía muy bien que esa herida dolía horrores, pues él también había probado el poder de Caliane, lo que no entendía muy bien era como Mia seguía teniendo su brazo.

- Fue gracias a mi loba – dice Mia cuando el caído le pregunta -. Esa aura roja con forma de lobo era mi loba.

- ¿Crees que puedas hacerlo otra vez? – pregunta el caído y la loba asiente.

Sin pensarlo dos veces Mia hace salir la armadura roja, la cual la cubría por completo. As se quedó con la boca abierta, al igual que los padres de Mia. Los cinco estaban con la boca abierta sin llegar a entender como había conseguido eso Mia.

- ¿Crees que podrás enseñarme? – pregunta As muy serio.

- Claro – sonríe Mia -. Mañana empezamos con el entrenamiento. Ahora quiero descansar.

Nadiel llegó a Nueva Orleans, y sintió algo muy extraño. Como si una parte de él le estuviera llamando. No entendía nada, pues hasta donde sabía no le había dado a nadie su poder, pero ahí estaba. Lo podía sentir.

Lo que le estaba llamando era la oscuridad que residía en Phoebe, esa que estaba unida a Nadiel. La Phoebe malvada sabía que lo necesitaría para que ella tuviera el control del cuerpo y cuando fuera así no volvería a separarse de Nadiel y ambos juntos arrasarían con todo ser sobrenatural que viviera en esa ciudad.

Por curiosidad Nadiel empezó a seguir ese poder que era igual que el suyo, y no pudo llevarse mayor sorpresa al ver a una joven dormida. Era exquisitamente bella, o por lo menos eso pensó Nadiel cuando vio a Phoebe. También se percata de que no estaba sola, pues un chico estaba junto a ella. Lo que si le sorprendió fue ver como su sobrino Asmodeo entraba en esa habitación, mirando a los dos jóvenes.

Sin pensarlo dos veces Nadiel coge a su sobrino. Debía tener unas palabras con él. Pero no lo había pensado bien. Nadiel seguía creyendo que As era un simple arcángel, pero ya no era así. As ahora era mucho más poderoso y le sorprendió cuando el caído lo coge del cuello mientras los dos ascendían. En un principio As no le reconoció.




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