Al parecer la balanza comenzaba a inclinarse más por el lado de Ale que el de Charli.
Casi en cada turno de Ale, el “Doctor” salía y, por si fuera poco, un pequeño reto había surgido entre ambos.
Ya que para el apuesto vecino no era un secreto que tenía por lo menos una admiradora “secreta”, cada vez que pasaba frente a su vista, sus pupilas se concentraban en las de Ale quien solía ser la primera en romper la máscara de hielo al comenzar a reír.
Y seguido a ello, una deslumbrante sonrisa le era correspondida. Una que duraba hasta que el querido “Doc”, subía a su auto y, sin dejar de mirarla, se marchaba hacia ese empleo desconocido y que seguía siendo un misterio.
Lo más curioso de todo, además de la buena suerte de la chica, era que esos momentos en los que su corazón se detenía por aquellos vibrantes ojos oscuros que se posaban en los suyos, ocurrían en esos momentos más temidos.
Por ejemplo, una de ella fue cuando Ale desinstalaba la odiosa máquina de Frozzen para lavarla. Una tarea a la que siempre le rehuían.
Estaba tirando del gran cofre plástico, segura de que haría un desastre como siempre y terminaría por lo menos salpicada, cuando entonces, él apareció.
Era imposible pasar por alto la oportunidad de verlo a todo detalle así que, sin pudor alguno, siguió mirando. Pero la risa nerviosa la delató.
Y como de si su reflejo en el espejo se tratara, él también comenzó a reír.
Charli decía que él se reía porque ella se reía primero.
—Pobre niña. No tiene qué hacer — decía Ale riéndose con ganas mientras contaba lo ocurrido y jugando a adivinar lo que seguramente “el doctor” pensaba.
Pero por si hubiera sido poco, en una mañana nubosa, Ale tuvo que salir corriendo para guardar la enorme sombrilla de playa que ponían en el exterior, antes que la lluvia hiciera de las suyas.
Subiendo en un banco de plástico y soltando los nudos del campamento improvisado que simulaba lo que parecía más bien una carpa de circo por todas las cuerdas auxiliares, el radar “Doc”, de activó en el hiperactivo cerebro de Ale.
En efecto era él. Saliendo elegante y con ese aire pretencioso de saber que era guapo y, hasta donde su percepción le decía, ponía nerviosa a esa jovencita de blanca sonrisa.
—¡Vi! No sé cómo no me caí con toda y la sombrilla.
—Imagínate y te hubieras caído — planteó Charli.
—Ay no. Me muero — contestó riendo aún más alto.
—Entonces, si hubiera tenido que venir a auxiliarte.
—Y el pobre, asustado y diciendo: Y a ésta niña qué le pasó.
Pero habían días en los que el “Doc”, parecía olvidarse de todo.
—En serio Vi. No sé qué tenía pero todo se le olvidaba. Entraba y salía, por una cosa u otra. Encendía el carro y lo apagaba. Entraba de nuevo a la casa y traía más cosas.
Charli asentía y escuchaba; como cuando le cuentas a tu médico todos los síntomas de lo que para ti, es la mayor catástrofe y él a penas y si emite un sonido complementario.
—M.
—Fue raro. Nunca le pasa eso.
—¿A qué hora se fue?
—Casi a las cuatro.
—Ah. Eso es todo. Iba tarde.
—Pero….
—No vino en dos días. Seguramente volvió anoche o en ésta madrugada y hoy salió. No ha dormido nada.
—Sí. Quizás — respondió meditando en aquellas sabías palabras.
—Además, si es doctor de verdad, el paciente se estaba muriendo — añadió con un pequeña sonrisa.
Pero hubo un día. Un día en el que Ale por poco sufrió un ataque de todo lo que pudiera sufrirse al recibir una visión. Un regalo de los dioses. Un día en el que se dignaron a mirar hacia la Tierra y otorgaron su misericordia.
—¡Lo vi! Y le vi todo. Todo. TODO.
Charli abrió los ojos ante el anuncio. “TODO”, podía significar MUCHAS cosas.
—¿Cómo así? — dijo arrepintiéndose al instante de hacer la pregunta.
—Ok. — Interrumpió el inicio para reír con nerviosismo y continuar diciendo —: Salió, como siempre, para meter las cosas al carro pero, con la diferencia que lo hizo vistiendo un centro.
—¿Cómo …., un centro?
—Una camisa centro. De esas sin mangas.
A continuación, hizo un sonido gracioso. Como cuando te hablan de tu bocadillo tropical favorito con mucho limón y a ti se te hace agua la boca saboreando la delicia mental.
Ambas reían pero para Charli, era un poco difícil crearse la imagen. Su imaginación aún no llegaba a ese nivel.
—Así que, le he visto todo — enfatizaba tocando sus propios brazos desde los hombros hasta las manos.
—Si que tienes suerte con ese señor. Cuando yo estoy, nunca lo veo.
—Es que tienes que estar aquí. Tienes que esperarlo. No puede ser que sólo yo vea esa cosa bella — decía juntando las manos en su pecho agradeciendo al cielo por ser la privilegiada.
—El jueves. El jueves voy a esperar. Tengo cita en la clínica a las tres y media así que me voy a quedar.
—No. No. No. Él se va más tarde.
Eso no ayudaba. Charli asintió, parecía que el destino no tenía ánimos de ayudar.
—Bueno, si no es posible, no importa. Le das mis saludos.
Al día siguiente, Ale anunció:
—Ay no. Ya sabe. Ya lo sabe. Estoy segura. Desde que nos descubrió, lo sabe. No por nada mira hacia acá cuando sale.
Ale se sacudió en un escalofrío repentino y extraño considerando las alturas del verano.
—Hoy….., bueno, no, no sé — decía sin decidirse totalmente por las ideas expresadas en palabras. La presencia del “Doctor” solía dejarla muda y un tanto… abrumada —. Ya no se pone los lentes al salir — completó con un suspiro.
Charli soltó una carcajada y le animó a continuar.
—Se subió al carro, bajó los vidrios, y, sin dejar de mirar hacia acá, manejaba súper despacio.
—¡Jo!
—Y yo estaba atrás lavando las piezas de la máquina y, Dios mío, ojalá hubieras visto. El corazón me hacia así — explicaba abriendo y cerrando la mano en un intento de explicar el acelerado palpitar.
—Y qué hizo.
—Casi se detuvo. Por Dios Vi, creí que de bajaría. Pero sólo me saludó y se fue. Yo me quedé: Wow. Tenés que verlo. En serio que si.
—El Jueves. El Jueves me quedaré a esperarlo.
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Editado: 28.08.2019