Amaneció un día esplendido, sin una nube, se podía oler la humedad, pero estaba raso, sin un atisbo de mal tiempo, corría una suave brisa impregnada en salitre, sin lugar a dudas ser una ciudad con puerto de mar tiene sus ventajas, pero también sus desventajas, como todo en la vida.
Un hombre enjuto, de pelo rubio y manos de pianista se acerca a una oficina de correos, lleva en la mano una cartera fuertemente agarrada, como si llevara un tesoro, portaba un abrigo color camel, un sombrero tipo panamá a juego, traje oscuro y zapato negro. Como decía su anciano amigo, “la elegancia de un caballero no tiene horarios”. Entro en correos, sin prisas, pero diligentemente, recoge su número de la máquina expendedora. Espera su turno taciturno, meditabundo en sus mundos interiores, como si algo le hiciera daño, le desgarrara por dentro, un timbre lo saca de su anonimato y sus pensamientos. Con paso calmado va hacia una señorita que lo espera en la ventanilla sonriéndole, treintañera, con un rojo pasión en sus labios, pelo alborotado y cobrizo, cuando lo tenía delante con una voz tintineante, saltarina, casi musical le dice: “En que puedo ayudarle caballero”. El casi ruborizándose le contesta que quiere enviar unas cartas, son muy importantes, y que si fuera tan amable le informara sobre como mandarlas de una forma rápida, eficaz, sin dilaciones, pero son seguridad. Ella mirándolo a los ojos y sin vacilar le comenta que las envié urgente y contrarrembolso, así llegar pronto y le comunicaran cuando las recibe el destinatario. Así lo hace y se marcha tal como vino, sin fijarse en nadie, sin que nadie se fije en él, como un fantasma de otra época.
Cuando llega a la casa, va a ver al anciano con premura:
El anciano, hace una mueca de aceptación y sigue leyendo un compendio de historia, solía decir que los secretos del futuro están escritos en la historia.
Al cabo de unos días, un cartero desliñado toca un timbre de una casa cualquiera, sale una adolescente, morena de pelo ensortijado, ojos negros profundos como el océano, voluptuosa, ágil, atlética, sin maquillar, pero con una belleza propia de las diosas griegas, “¿en qué puedo ayudarte?”, el muchacho casi sin aliento al verla le dice que trae carta certificada, ella llama a su madre, es para ella, su madre aparece por la puerta, morena de pelo agraciado, ojos profundos, labios pintados en tono natural, sin coloretes ni sobra de ojos, ni rímel, ni nada más que la adorne, porque no le hace falta, de cuarenta y tantos, esbelta, elegante, caminaba como si rozara el suelo, se trasladaba más que andar, no era tan exuberante como su hija, pero tenía esa belleza madura donde puedes estar mirando horas sin cansarte, con un seco “dígame” se dirigió al muchacho, que no se había recuperado del impacto de la hija cuando le sobrecogió la madre. Medio balbuceando le dijo algo, que no se pudo entender, “hijo habla que no tengo todo el día”, esa frase le saco del shock de belleza y pudo decir con una voz casi de ultratumba que le traía una carta certificada, firmo, la recogió y miro el remitente, se le cayó dos lágrimas, aun no, murmuro. Su hija le pregunto que le pasaba, y ella solo pudo decir, “Tu abuelo nos invita a comer en dos días, llego el día”.
Como esta escena se dieron hasta seis a lo largo de toda la ciudad, incluso en otra ciudad llegaron dos, todas con las mismas breves y punzantes palabras. La cita estaba ahí y ellos no se lo podían creer. Parecía que había llegado la hora de la reunión familiar. El anciano, siempre solemne, los invitaba a pasar el día con él en su casa, no entendían porque, pero se lo imaginaban.
El nerviosismo se apodero de ellos, llamadas de teléfono, citas en peluqueros, elegir que ponerse, dos días solo para hacer todo, pedir permiso en los trabajos, algunos hasta hiperventilaron cuando recibieron la misiva, otros lloraron, y los que más se estremecieron. Sabían que el anciano no citaba por citar, y que sería importante, también sabían que era exigente en la forma de verter, en la compostura y los modales y en todo lo que se mostrara de ellos en público, algunos hasta repasaron que cubierto coger en qué momento, sabiendo que aun mayor le daría un cocotazo si no acertaban con el cubierto correcto.
La tita tenía otro problema aún por resolver, su hija había salido un poco alocada, piercing, tatuajes, pelados muy modernos y otra forma de ver la vida, el anciano no llevaba bien eso. Su hijo meditabundo, bohemio pero un pasota empedernido de todo, no sabía si iría, aún tenía que convencer a ambos de muchas cosas, y no tenía tiempo.
En la casa del anciano también había movimiento, limpieza, aunque no se para que, siempre se podía comer incluso en el suelo, elección del menú para el almuerzo, vinos, postres. El anciano hasta pidió que se le hiciera un traje a medida para la ocasión, su amigo solo podía pensar que algo gordo se cocía, pero no era consciente hasta donde.
Llego el día y todos marcharon hacia la casa del anciano, sus mejores galas puestas, las mujeres maquilladas sutilmente, los hombres con una elegancia clásica, y su sobrina la moderna sin piercing visibles. Sin querer coincidieron en la puerta todos, como pensando si llamar o darse la vuelta. El anciano como sabia esto, mando a su amigo a abrirles e invitarles cortésmente que pasaran, si no, posiblemente alguno se daría la vuelta.
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Editado: 13.07.2022