EL ERMITAÑO DE LA SIERRA
Hace algún tiempo, no muy lejano del arte moderno, hubo de ser contada una hermosa leyenda en la tierra incomprendida de los hombres. Su lírica, fue recreada gracias a la doncella romántica de mayor poesía en la ciudad musical de los versos. Por supuesto tenía que ser ella, debido a su grandeza espiritual. Esta recreación artística no podía hacerla ninguna otra mujer humana. Tenía que ser Ariana en medio de su ternura y su dulzura. Era ella quien pretendía de esta invención idílica. En lo posible debía culminarla asimismo esta bondadosa poetisa. Ella siempre de cabellos negros y cuerpo virginal, nadie más que su misericordia, podía hacer realidad la sublime obra. Además no había mujer tan cercana a su pureza y a su alma solitaria en todo el mundo. Fue entonces, Ariana, tras su incesante prosa de fuego y su cuidadosa inmensidad de inspiraciones fantásticas; quien comenzó con la acrisolada narración, durante una noche frívola, sin estrellas, pero bajo una luna llena, sobre un cielo negro para octubre.
La poetisa, más delante del presente suyo, divagó mientras tanto bajo sus alterados instantes del recuerdo, ellos, rodeados de pálidos sentimientos y sepulcrales sombras. Así entonces, sin aviso alguno, se vio reclinada sobre el columpio de atrás de su casa. Y con un libro de fotografías en sus manos. La poetisa, luego sin saber como sucedió; se pensó algo aquietada en el acto de sus pensamientos alucinados. Se le hizo raro todo este alrededor por unos segundos fugaces. Pero en un rato presintió unos pasajes de su pasajero amor. Así que ella volvió otra vez a su memoria presente, Ariana, por fin volvió de un más allá en donde mantenía muy entretenida nadando en un arroyo oleado.
Ya de otro acto seguido, ella se dispuso a mirar lentamente, las páginas ilustrativas del libro que llevaba consigo misma en sus piernas blanquecinas. Ariana pasaba asimismo las hojas en medio de una elegancia ceremoniosa. Las ilustraciones iban mostrando algunos bosques arrasados y decaídos ante unas inundaciones del ayer. Esta enamorada de poemas, tan hermosa en juventud, iba y se dejaba asombrar de a poco por las revelaciones dolorosas que había recreadas en las imágenes de aquella naturaleza; ya algo desencantada, ya algo muerta. Eran una ruindad perdida entre las tantas muertes de la tierra. Aparecían varios jaguares heridos y desangrados adentro de un bosque oscuro. Además se clarificaba después una última hoja con una montaña de peces esmaltados y moribundos a las orillas de un rio cenagoso.
Por cierto, ante las tragedias presenciadas del libro, Ariana, miró por última vez los jaguares y de golpe se puso algo triste. Así que no apreció más el paraíso destruido que la perturbaba en su mente embotada. Se le hacía espantosa su recreación. Sólo dejó la obra de ilustraciones por ahí botada en el patio en que estaba distraída. Al rato pensó un poco y volvió al salón de estudios en su casa campestre. Cruzó el pasillo de la cocina integral. Estaba algo sucio este recinto. Había comida esparcida por todas partes. Hubo asimismo un charco de aceite desparramado sobre el suelo de mármol. Se veía casualmente igual al mar del mundo. Y dizque no había tiempo para hacer limpieza al lugar. Esas fueron sus cavilaciones profundas. Sólo siguió de largo hasta llegar al escritorio de madera donde intentaba escribir sus invenciones. Se ubico en la silla de metal. Acomodó sus largos cabellos con un prense y en un solo movimiento encendió la lámpara de cristal que había a su lado derecho. Luego quiso hacerse otra vez; una prosista soñadora y constante.
Ella quería escribir de una buena vez. Hacerlo sin temor alguno. Soltar toda su alma creadora en el lienzo de papel con las palabras. Así lo sentía para esa noche embrujada y surrealista. Pero no era lo más usual en su hora. Espero unos segundos antes de comenzar el relato. Eso hizo. Más bien se decidió por recorrer sus profundos pensamientos al compás del tiempo que la absorbía vertiginosamente.
Ya bajo una sorpresa asombrosa de quimeras esperanzas; descubrió el significado espiritual de su acortada existencia. Lo veía precisamente encausado hacia una literatura maravillosa y dirigido; hacia la fotografía artística en lo más absoluto de sus ilusiones recurrentes del gran universo. Esas invenciones sucedían porque ambas vocaciones le gustaban más que cualquier otra cosa para su linda creatividad. Aquí se enamoraba además en unos profusos versos de poetas antiguos. Después se veía sorprendida ante un retrato de paisajes más calurosos en su tierra olvidada. Y era cierto todo este paraje antiguo. Ahora la poetisa entre susurros de pájaros coloridos, iba sintiendo algunas impresiones extrañas, cuyo vaivén alternado, fue inundando sus latentes reminiscencias. Ellas se presenciaban para muchos años atrás. Aparentemente hace muchos siglos de haber renacido ella en un cuerpo de grandiosa mujer, un lindo cuerpo que es todavía suyo.
Ariana, para esta otra hora, bajaba entonces como una musa luminosa del instante inspirado, bajaba y bajaba hacia una verdadera imaginación. Fue recomenzando enseguida su otra juventud confundida del perturbado presente. Así que por lo pronto retornó junto al seguimiento de su muy bien anhelado sueño. Ella de hecho quería una prosa alternada así como esa de Sor Juana Inés de la Cruz, cuando procuraba hacer cuentos. También disfrutaba la poesía que había en Laura Victoria. Ella era su colombiana preferida. Además percibía una clara admiración hacia ambas mujeres. Más que nada por sus poemas cuidadosamente concretados para la inmortalidad de los hombres, igual estaba entregada muy bien confiada en cada una de ellas, hacia las mismas letras del amor.