Pov. Branon
Corro.
No escucho nada más que el latido brutal en mis oídos. El mundo entero es una línea recta entre mí y ella. La llamada no duró más que unos segundos, pero fue suficiente. Esa respiración. Esa forma entrecortada de exhalar. El miedo contenido en un solo suspiro. Y entonces supe. Supe que algo estaba mal. Supe que tenía que llegar ya.
Ryan y Josh me siguen. Gritan mi nombre, preguntan qué pasa, pero no puedo responder. Mis piernas no se detienen, mis manos empujan la puerta de entrada con tanta fuerza que rebota en la pared. Subo los escalones de dos en dos, paso entre estudiantes que me miran confundidos y recorro el pasillo como si me ardiera el suelo bajo los pies.
El aula está al fondo. La puerta entrecerrada.
Algo se rompe en mí antes de siquiera abrirla. Es como si ya supiera lo que voy a ver.
La empujo.
Y ahí está.
Teal.
Tirada en el suelo.
Mi Teal.
Hay sangre en su rostro. Sus labios partidos. Un hematoma creciéndole en la mejilla como una sombra vil. Su cabello revuelto sobre la madera. Sus costillas se alzan con dificultad. Ella tiembla.
El mundo entero se congela.
Me lanzo hacia ella. Caigo de rodillas a su lado, con el corazón hecho trizas y la mente rugiendo con furia.
—Teal... —susurro, mis manos rozando su rostro con el mayor cuidado posible—. Estoy aquí. Estoy contigo.
Ella gime, apenas. Sus ojos intentan abrirse, pero no pueden.
—Ryan, llama a emergencias. Ya —escupo por encima del hombro. Mi voz tiembla de rabia.
—Voy, voy— dice Ryan, con el teléfono ya en mano. Su rostro está blanco. Josh parece petrificado.
Miro a Teal de nuevo. Mis brazos la envuelven con delicadeza, pero firmeza. La levanto sin esfuerzo, como si fuera aire. Y pesa. No por su cuerpo. Por lo que le han hecho. Por el daño. Por la impotencia que me inunda mientras siento su respiración golpeada contra mi pecho.
—Tranquila, princesa. Ya casi. Ya casi.
Empiezo a salir con ella en brazos. Mis pasos son rápidos, pero controlados. Cada movimiento que hago con ella cuenta. No quiero hacerle más daño. La sostengo como si fuera lo más valioso que tengo. Porque lo es.
—¿Qué carajos le hicieron? —ruge Ryan al ver bien su rostro.
—Fue en ese aula. Ahí está su celular. Llama a sus padres —dice Josh, frenando un segundo mientras teclea con una mano y sostiene el teléfono con la otra.
—Voy a matarlos —escupe Ryan, pero Josh lo detiene.
—Primero el hospital. Primero Teal.
Sigo avanzando sin detenerme. La universidad parece un ruido distante. Salimos al exterior y alguien abre el auto. Me meto con ella en la parte de atrás. Ryan conduce. Josh se sube delante también, sin decir nada más. El ambiente está lleno de rabia contenida, de angustia.
Coloco su cabeza con cuidado sobre mi regazo. Le limpio el rostro con la manga de mi sudadera.
—Te tengo. No te voy a soltar.
Cada quejido, cada pequeño movimiento, cada gemido apagado, es como un cuchillo en mi pecho. No puedo soportar verla así. No puedo imaginar cómo se sintió. Sola. Acorralada. Golpeada por esos cobardes de mierda.
Mis puños se cierran, pero no puedo ceder a la furia. No ahora. No cuando ella necesita que esté entero. Que la sostenga. Que no tiemble por dentro como lo estoy haciendo.
—Teal, estamos llegando. Vas a estar bien. Lo prometo. Estoy contigo.
La acaricio en la frente con la nariz, como si pudiera pasarle un poco de mi fuerza. Como si pudiera hacerla sentir protegida.
Ryan entra al hospital como si estuviera manejando una ambulancia. Apenas frena, yo ya estoy fuera con ella en brazos. Un enfermero nos ve desde la entrada y corre. Luego vienen dos más con una camilla. Me obligan a dejarla, pero no la suelto hasta el último segundo.
—Vamos a encargarnos de ella, señor. Usted hizo lo correcto.
La veo alejarse. Mi cuerpo se niega a separarse.
Siento la mano de Ryan en mi hombro.
—Llamé a sus padres. Están en camino.
Asiento sin decir nada. Mi mirada sigue fija en la puerta por la que la llevaron. No me moveré de aquí.
No hasta que vuelva a abrir los ojos y vea que estoy con ella.
No hasta que la abrace de nuevo sin miedo de romperla.
No hasta que le jure que nadie, nadie, volverá a tocarla sin pagar por ello.
***
La sala de espera huele a desinfectante y angustia. No hay otra forma de describirlo. Las luces fluorescentes parpadean sobre nuestras cabezas mientras el reloj en la pared parece burlarse del tiempo real. Mis manos están entrelazadas, los nudillos blancos de tanta tensión. Josh está sentado a mi derecha, Ryan camina de un lado a otro sin rumbo.
No hemos dicho mucho desde que llegamos. Solo miradas vacías. Solo silencio. Solo miedo.
Editado: 02.10.2025