Cómetela para que tengas fuerzas para estudiar y jugar.
Y para que puedas andar en bici.
¿Por qué? ... ¿Me vas a enseñar el sábado, verdad? Recuerda que lo prometiste. - Claro que sí
Terminé mi desayuno cuando sonó el claxon del camión escolar que venía a recogerme. Mi madre volvió a retocar mi peinado, revisó mi uniforme, me dio mi lonchera y me despidió con un beso en la mejilla.
Corrí hacia la puerta de la casa y al abrirla la luz del sol me deslumbró, poco a poco mis pupilas se fueron acostumbrando a la intensa luz y pude distinguir el rostro de mi madre, pero no joven y tranquilo como en el sueño del que acababa de despertar, sino en su edad actual y con una expresión de profunda tristeza. Constante mente secaba sus ojos con un pañuelo.
Distinguí también a mi padre parado detrás de ella con su típica expresión de seriedad y fortaleza, ni siquiera en esta situación se permitía mostrar sus sentimientos, apoyaba su mano en el hombro de mi madre tratando de consolarla.
Hijito mío, ¡por Dios!, -suplicaba mi madre
Los doctores dicen que no puede oírte, trata de calmarte -le decía mi padre.
-¿Cómo es posible que te haya pasado esto hijito?, ¿por qué?, ¿por qué? -empezó a gritar y a golpearme en el pecho desesperada.
Mi padre la forzó a levantarse y la abrazó fuertemente contra su pecho para calmarla.
-Tienes que calmarte mi vida -le suplicaba.
-¿Quieres que me calme? ¡Mira a nuestro hijo está como muerto! -gritaba a la vez que trataba de alejarse de mi padre.
¡Es nuestra culpa! -fue lo último que dijo antes de desmayarse.
Mi padre la sostuvo entre sus brazos, la recostó en un sillón que había junto a la puerta y salió apresuradamente a buscar ayuda.
-Mamita ¡perdóname! Nunca quise causarte tanto dolor, no es tu culpa, tú siempre cuidaste de mí y de mis hermanos.
Mi madre empezó a volver en sí justo cuando regresaba mi padre acompañado de Esperanza.
Le voy a aplicar un calmante -le dijo.
Preparó una jeringa y le aplicó una inyección en el brazo.
No puede ser, no puede ser... -repetía mi madre mientras seguía recostada en el sillón.
Estará bien -dijo Esperanza y se retiró.
Nunca antes vi a mi padre tan afligido, estaba desesperado, veía a mi madre abatida y se volvía para verme, cerró los puños y pude oír como rechinaban sus dientes de tanto que apretaba la mandíbula, reconocí la mirada que tenía cuando estaba a punto de golpearnos. Sentí mucho miedo. Pero... algo sucedió. De pronto, se llevó las manos a la cara, se hincó a un lado de mi cama y empezó a llorar.
Era difícil para mí creer que estaba presenciando esto, mi padre siempre fue muy duro con nosotros. Sabía que nos quería porque nunca nos faltó nada pero, era muy difícil para él expresar sus sentimientos.
Pasó un largo rato llorando y repitiendo: “no es posible, no es posible”...
-Hijo mío, lo siento -me decía mientras ponía mi mano entre las suyas-. Te quiero mucho ¿sabes?
No padre no lo sabía.
Siempre fui muy estricto con ustedes porque a mí me enseñaron que lo más importante era la disciplina. Así fue la educación que yo recibí y la vida fue muy dura conmigo.
Ahora entiendo papá, que hacemos siempre lo mejor que podemos.
Siempre me fue muy difícil expresar mis sentimientos, pensaba que el darles todo lo material demostraba mi amor. Ahora sé que no es así.
No sabes cuánta falta me hacía oír esto. Y no sabes cuántas ganas tengo de abrazarte y besarte quise decirle.
Siempre estuve escondido tras una máscara de fortaleza -continuó- y no es hasta ahora, que estás aquí inmóvil y tal vez no puedas ni escucharme, que te puedo expresar lo mucho que te quiero. Sé ahora, que es un grave error. A veces actuamos como si tuviéramos la vida comprada, como si nuestros seres queridos fueran a estar con nosotros por siempre. Tal vez debí ser más amoroso, tal vez debí abrazarte más y exigirte menos. Tal vez todo esto es culpa mía. Pero... ¿qué podía yo hacer hijito? Tú sabes que siempre busqué lo mejor para todos ustedes.
-Ahora lo sé, papá. No te culpes más por favor.
Siempre me repetías que te dejara en paz, que te dejara vivir tu vida, pero... yo me desesperaba al ver que perdías tu tiempo y afectabas tu salud. Tal vez hubiera sido mejor tratar de entenderte y hablar contigo, sin embargo mi padre decía que la letra con sangre entra, ¿te imaginas? Así es como yo aprendí... ahora sé que está mal. Lo siento mucho.
No pudo hablar más y juntó su frente a sus manos mientras estrechaba la mía y lloraba sin cesar. Ni él ni yo nos dimos cuenta de que mi madre se había levantado y lo observaba extrañada, no sabía si era verdad lo que veía y escuchaba o era efecto de la droga que le habían administrado. Llena de compasión se hincó junto a él, lo abrazó y lo besó en la frente.
-Hay que ser fuertes m’hijo -le decía-. Dios nos va a ayudar.
El resto de la tarde la pasó junto a mí, ya no hablaban, simplemente se miraban uno al otro y cuando uno lloraba, el otro trataba de consolarlo. Esta escena trajo a mi mente el recuerdo de aquella vez que estuve en cama con calentura y mis padres se turnaban para cuidar de mí. Poco a poco fueron llegando a mi mente recuerdos de todos los cuidados de mi madre y de todas las enseñanzas de mi padre. Gracias a ellos aprendí a caminar, a hablar, si ellos no me amaran nunca hubiera sido posible para mí sobrevivir. ¿Cómo es que me doy cuenta hasta ahora de lo mucho que me aman mis padres, ahora que no tengo oportunidad de decirles cuánto los amo y cuánto agradezco todo lo que me han dado? ¿Cómo es que caí en el juego de culparlos por todo lo que iba mal en mi vida? ¿Cómo es que nunca pude ver que detrás de ellos había una historia de penas y alegrías que había formado su manera de ser?