Entre sueños curiosos me movilizaba. Huía de las incandenscentes ráfagas solares...
Ocasionalmente me alarmaba al sentirme sonámbulo y dirigirme con normalidad hacia la intemperie y desvanecerme por completo.
Tantos eran los años de repetir la rutina... Alimentarse y dormir, que en ocasiones dudaba si mis sueños no me inspiraran a desaparecer.
Y, aunque pudiera oír memorias de quiénes, aterrados al verme, me confundieran con un lycantropo, con el vrykolakas, un elfo o, incluso, con algún rabioso duende del bosque, llevaba miles de años en soledad.
Nunca había encontrado a otro inmortal de la noche, salvo en novelas y producciones cinematográficas.
De pronto, abrí los ojos en la penumbra del cobertizo. Aunque oyera ciertos ruidos fuera, no podía acercarme a observar. Más tanto, advertía la pezuña del ciervo demacrada junto a mi lecho de paja y un denso rastro chorreado de sangre que provenía desde fuera.
Tantos años de escondrijos y aún no aprendía cierta sutileza en detalles.
Bastó con alzar mi extremidad y arrojar nieve para ocultar las posibles huellas que pudieran interceptarme.
No era que me preocupara algún mortal... Casi sería un dulce beneplácito saborear su esencia de vida entre tanto alimento animal. No obstante, el terror eran los reconocidos cazadores de criaturas. Aquellos investigadores de casos sobrenaturales que, sin especular demasiado, cuantiosos existían hace miles de años. Denominados cazadores de vampiros...
Pero... ¿será que el hombre común no vive tantos años y los aprendizajes antiguos suelen extinguirse entre sus interminables secretos?
Aún así, era menester que existiera algún sádico fanático que se cobraba el derecho de asesinar. Tan solo para señalar a sus víctimas como una criatura de la noche.
La humanidad se ha tornado decadente desde comienzos del Siglo XVII... Quizá desde antes...
Y la filosofía se perdía entre conversaciones diurnas. Opacadas, luego por un ruidoso taladro contra el camino nevado.