Aunque Bell fuera más joven que sus compañeros, su capacidad y entendimiento de la lectura era mayor.
Los de la preparatoria estudiaban para sus clases y ella lo hacía por propia curiosidad. Tales ventajas suplían un beneficio a la hora de participar en un día normal de clases y mayor libertad a la hora de expresarse.
Mientras tanto, Abelita, compartía unas horas de sociabilización con otros docentes en la Sala de Profesores y, recordaban las anécdotas siendo los jóvenes colegiales.
A diferencia de su vida diaria, dónde Bell aprendía con su madre y poseía estantes infinitos de lectura, quizás no tantos como los de la biblioteca de la abuela Nona, en la preparatoria, la joven ya se había reunido junto a tres muchachas que le invitaban a una rebeldía absoluta.
Solían pasarse el día mascando chicle y, luego de exprimirle el sabor, los pegaban debajo del escritorio. Por tanto, Bell debía mantener las piernas tiesas, para no arriesgarse a pegotearse con la diversidad de golosinas. Los muchachos en cambio destrozaban su dentadura con barras de chocolate, rellenas de almendra y alguna mantequilla especial que les permitía estirar la barra entre la presión de sus dientes y sus manos.
No obstante, algunos también se reservaban las ansias de dulces y fumaban como escuerzos a la salida del descanso.
La docente en cuestión, con su peinado de época ochentosa, estaba más compenetrada en acariciar los boletos de un concierto de Glam Rock que en contar los orígenes históricos del país.
La conversación proseguía en la sala de profesores.
– A veces es mejor que estudien solos en casa y seamos sus maestras –
Reflexionaba y divulgaba Mariela.
– ¿Le enseñarías matemáticas también? –
Indagó, de repente, Abela. Y las tres madres alzaron el ceño entre risas, al tiempo que chocaban sus tazas cubiertas con café.
– La escuela les vuelve muy rebeldes. Pierden la voluntad y la atención –
Murmuraba un hombre con gafas circulares, al estilo John Lennon.
– Bueno... Un poco de entretenimiento nunca viene mal... Siempre y cuando sepan sumar y restar – Replicaba otra de las presentes.
Con el paso de la mañana, Abela se apresuró a alcanzar a su hija, para no perderla de vista antes de la finalización de clases.
– Pueblo pequeño, infierno grande – Musitaba Gustav, el encargado de la limpieza.
Era bastante normal ver muchachos fuera de clase, compartiendo bebidas blancas, tabaco o incluso algunas otras sustancias más adictivas. Y habitual que muchos abandonaran la preparatoria y se dedicaran a la música.
No obstante, Abela prefería un futuro más alentador para su hija.