Inevitable era ya. El muchacho había visto demasiado. Y, ante su pasarela de descubrimiento, le tomé por la espalda. Le obligué a cerrar la boca, procurando evitar alarmar al resto. Sin embargo, entre forcejeos, alcanzó a golpearme, portando el Cristo Redentor en su puño.
Sentí como el pómulo se magullaba. Por poco mi piel se licuaba.
– ¿Encontraste al oso ya? Chico, no pretenderás sobrevivir por medio de palabras ¿no? –
Gritó el astuto y su compañero musitaba:
– La curiosidad mató al gato –
El ambiente estaba dispuesto, la noche calaba por dentro. El muchacho, indefenso, intentó lanzarme la linterna por temor, pero fue ineficaz. No sólo perdió notoriedad en ausencia de luminosidad, sino que temeroso retrocedía más y más hacia su fatídico destino.
– ¿Por qué hace esto? –
Clamaba con desconsuelo. Casi como si hubiera podido identificarme, como un inmortal entre los mortales.
El muchacho no se equivocaba, yo no era un oso... Era algo, incluso peor que eso...
Y, en medio de la confrontación, se oyeron tumultuosos ruidos que atrajeron la atención de sus compañeros. Sin embargo, seguían creyendo que el muchacho les gastaba una broma.
En mi realidad todo era diferente, mi presa realmente luchaba por sobrevivir y arrojaba todo lo que hallaba a su paso.
Repentinamente, en el intercambio incesante de miradas, de su temor y de mi sed, la linterna rodó hasta detenerse contra un montículo de nieve. A pasos del muchacho, sobre la mezcla de paja, el Cristo redentor observaba, una nueva víctima.
A simple vista asemejaba a un abrazo, o como quién tiende la mano para ayudar a otro a ponerse de pie. No obstante, había mordido su cuello y el muchacho agonizaba soltando un inexplicable gemido que apenas era audible para el humano ante el clima de témpanos.
El silencio natural brotó. El atardecer era próximo y ya no existía más estorbo audible en el siniestro cobertizo. Los compañeros de la víctima creían que debía haber ingerido alguna sustancia que le volvió paranoíco. Sin embargo, la demora en su regreso se tornaba crucial.
Faltando más, tomaron la misma decisión que el hubiera tomado durante la madrugada.
Se comunicaron por radio para solicitar asistencia y, por si acaso, decidieron acampar y encender una fogata.
Pasados los minutos, el campamento estaba dispuesto. Los 3 trabajadores rodeaban una delicada llama que apenas se mantenía encendida ante la presencia hostil de la nieve. El diálogo iniciaba con desazón:
– Debimos haber cocinado al ciervo ese –
Exclamó un nuevo muchacho, que había permanecido todo el tiempo en el camión. Y el mayor de los tres respondía.
– Con estas temperaturas el cuerpo demora en degenerarse. Es decir, que aún está fresco –
Y el otro, atizando la leña, respondía:
– Suena aún más creepy profanar una tumba para alimentarse –
El mayor y astuto no parecía temerle a nada. Incluso parecía poseer un estómago de hierro y, sin más rodeos, se irguió y fue a por la pala. Al tiempo que murmuraba:
– Muchachos... La supervivencia es la prioridad. Es mejor tener las defensas en óptimo estado. Esta noche será muy fría –
Y, ciertamente no se confundía. Aunque el frío pudiese ser el menor de los problemas...
A punto de perderse, el sol menguaba sobre el frondoso horizonte. Yo, por mi parte, añoraba la llegada de la noche, lleno de entusiasmo...