El apetito es una invitación a extremos desconocidos. Cualquier humano resiste todo tipo de dolores. No obstante, por la sed y el hambre es capaz de olvidar cualquier tipo de norma coherente.
Si lo sabría yo, que saboreaba los restos de la pezuña...
Un último tentempie previo a la llegada nocturna.
Sé lo que habrás imaginado... Un ser humano contiene alrededor de 5 litros de sangre y el muchacho me sería suficiente. Sin embargo, ¿qué son las presas sin un depredador en su hábitat?
Sentir el miedo al tensar sus músculos y el injerto natural e interno de la sangre en sus vasos. ¿Qué sería perderse de aquellos efectos notorios que el horror produce en sus acciones?
Además tenía otros planes para el muchacho...
Caminé hacia el portal, cuya luz solar menguaba, y, al superar al malherido, mordí mi muñeca y le escupí de mi propia sangre en el rostro.
En otras condiciones habría sido más delicado, pero dudaba que con sus impulsos humanizados perdurara lo suficiente con mi virtud.
Horrorizado él, me observó como si yo fuese el monstruo. Aún sostenía con ímpetu el Cristo redentor de madera. Como si ello ofreciera salvación alguna...
En tanto, el sol se desvanecía, la noche llegaba, y se podía oír como ululaba un búho en la distancia.
Solté la demacrada pezuña, me sobé los labios y me inmiscuí en un panorama de completa tentación.
En cuestión de minutos la noche yacía, prácticamente, presente. Los tres hombres habían armado las carpas en torno a la fogata, con el camión que contrarrestaba la dirección de la brisa gélida.
Tras la previa extracción de las víseras, un enorme trozo del ciervo se cocinaba sobre la llama a altura considerable. Se pesaba sobre una varilla de hierro y estaba recubierta por la pala reversible del camión, de modo que incrementara la temperatura.
Luego, procedían a secar las ramas, lo mejor posible, y las arrojaban a la llama para generar mayor combustión.
– La res del ciervo suele ser magra y algo dura, pero al menos calmaremos el hambre unas horas –
Clamaba el astuto. Y, a su lado, los otros dos muchachos contemplaban al hombre como un ejemplo a seguir. Más tanto, uno respondía:
– Es muy creepy... Pero ante los crujidos de mi barriga se torna comprensible –
– Muchacho... Sin pelaje ni rostro pierdes ese cariño sentimental. Todos somos de carne y hueso –
Y con tal comentario, ambos muchachos le observaron despectivamente.
Ese astuto hombre sería un compañero adecuado a mi lado. Lamentablemente mi virtud es una plaga para ellos y no demoraría en atraer la atención de fanáticos cazadores de chupasangres...
El aguanieve se tornaba abrumadora. La tormenta glaciar sería una indisposición adecuada. Mis presas estarían obligadas a quedarse, varadas hasta la llegada del amanecer.
No obstante, para un Ser sin aliento ni alma, la caída de los pompones blancos no era más que un adorno visual.
Y, sin dudas, el blanco de la nieve y el rojo violáceo de la sangre humana decorarían perfectamente los espacios boscosos.
Desde años ancestrales, entre los de mi clase, imaginábamos un mundo ideal dónde los ríos fuesen de sangre y la noche fuera eterna.
Aún así, ellos buscaban la paz y añoraban cualquier clase de esencia que fuese suficiente para saciar la sed sin ser advertidos por los humanos.
En cambio yo, siempre me consideré más ambicioso. Porque no sólo sientes como si te saciaras con lo que te alimentas, sino que además recibes sus experiencias vividas.
Y no hay nada más maravilloso que sentir los sueños ajenos como propios...
Tener tu propia enciclopedia audiovisual de los hitos de tus presas, no tiene precio.
El ciervo estaba lejos de estar cocido y los hombres se notaban hambrientos. Sufrían tanto del frío que comenzaron a hablar de sus vidas para olvidarse un poco...
¿Y qué mejor que oír sus últimas palabras previas a que sus destinos les adormecieran como a una estrella fugaz?