Bell se encontraba ya en el interior de su lecho. El velador yacía encendido y su madre aún no se acostaba.
Junto a la abuela, Abela intentaba mantener la calma.
Si bien la niña no lograba sigularizar las palabras de lo que hablasen, se había dado cuenta que habían discutido durante al menos una hora.
– Mamá... Reconoce que nunca debiste enseñárselo –
Abela observaba el deteriorado libro aquél. La enciclopedia demonológica ilustrada. Siquiera quería cruzar la mirada con su madre, quién, con indignación asentía pesadamente.
– De tal palo tal astilla, Abela. Todas hemos sido víctimas de la curiosidad hasta la médula –
Negando el comentario, su hija, leía el título del libro.
– ¿Qué se supone que hace un libro de estas características en la biblioteca? –
– Generalidades Abela... Generalidades... –
– Madre... Esto es una enciclopedia anti... –
Más tanto prefirió guardar silencio y contempló el hogar, con las leñas pacientemente ordenadas y la llama deshaciendo al menos 4 de ellas con una buena flama.
Antes de tomar alguna medida irremediable, al seguirle la mirada. Nona le sustrajo el libro y respondió:
– Lo que importa ahora es socavar datos suficientes para comprender que atormenta a Bell –
De esta manera, la investigación proseguía en horas de la madrugada. Algún bostezo intercedía y ante las dudas aparentes yacía la interrogante más popular como la temática de fondo:
¿Existe esto?
– Estaba en la «V» –
Comentaba Abela, con pocos ánimos. Y el semblante de ambas damas ya reflejaba cansancio. Venían de mal sueño desde la noche anterior.
No obstante, procedieron a sacar alguna conclusión.
– ¿Quizás se trate de alguna pesadilla? o... ¿Quizás recordó a su padre yéndose? –
Abela observó a su madre fijamente, como al muchachito, durante el atardecer, en la preparatoria. No bastaban palabras para describir tal respuesta.
– Tenemos que procurar todas las alternativas y, de este modo, reduciremos la búsqueda al dato de mayor interés –
Nona observó como su hija se retiraba de pronto y, volvía a contemplar su Buick, cubierto de nieve bajo el temporal de nieve. La perspectiva del horizonte era imposible de definir ante tanta blancura.
– ¡No pensarás en irte ahora, Abela! –
Apenitas negó con la cabeza sobre su impecable y claro pullover de lana, al tiempo que colocaba sobre la flama de la cocina a gas una caldera con el agua al ras.
– Necesitaremos café –
La abuela asistió a su hija y, en medio de la preparación comenzó a contar la relación entre el incidente del Bar Saint Martin, con algo misterioso que, previo a hacer el viaje, había asustado a Bell.
El misterioso sujeto que había asustado a la joven al observar la hamaca, a medianoche, cubierto por un campo denso de neblina.
Las horas pasaban raudamente. Así bebieran suficiente café, el sueño acumulado de tareas y falta de descanso iba atrofiando sus energías. Abela parecía dispuesta a dormirse sobre la mesada, mientras que Nona, con mayor experiencia aún se mantenía desvelada.
– Si no fuese por el incidente, pudiera ser el Vampiro del sueño. Pero si en la emisora hablaban con respecto a incisiones corporales... –
Comentaba la abuela y, al instante, la durmiente despertó, respondiendo:
– Es mucha coincidencia, madre –
Asintiendo, la bibliotecaria observaba detenidamente el retrato.
– Pero... No deberías preocuparte. A lo mejor lo del bar fuera alguna sobredosis. Sabes que estas cosas no existen en realidad –
– Ajá... Y por eso conservas el libro en la biblioteca –
La doncella sonrió a costa del sueño que Abela comenzaba a contagiarle.
– Generalidades –
Ante idas y venidas, investigaciones de documentos varios, debilidades de vampiros, retratos antiguos de autores anónimos y leyendas de Vlad, el empalador, de la familia Bathory, de los Nasani, e incluso del propio Vrykolakas, aquél vampiro del sueño del que se redactaban fábulas en Grecia, entre otras.
Finalmente, Abela optó por descansar.
Después de todo planeaba volver a su hogar al día siguiente y debía atender a la carretera. Mientras tanto, la abuela Nona, reflexionaba respecto a imágenes de rudimentarias cruces, pequeños ajos, el reflejo de los espejos, e incluso de las estacas. Más tanto cerró los libros, de enciclopedias, de cuentos fantásticos y otras generalidades y, en lo que decidía retirarse de la biblioteca contempló hacia el fondo. Allí, entre numerosos estantes y libros de todos los tamaños y colores se hallaba una reliquia del abuelo Oscar, quién descansaba en la tumba hacía muchos años.
Se trataba de, nada más y nada menos, que una balista de mano, procedente de la Edad Media y sus determinadas flechas que recordaban al período de las caballerias.