El Espectro en el Cobertizo

XXV - LA ORDEN

Abela y Nona se hallaban bebiendo un café con leche a pesar que hubieran dormido poco tiempo. Mientras que Bell despertaba con energía suficiente.

Casi era como si no recordara nada de la noche anterior.

– Les acompañaré, Abelita –

Aunque Abela la observara fijamente, tratando de comprender sus intenciones, la abuela no cedía.

– Siempre he deseado utilizar este artilugio –

Liberando el tacto, se dirigió al Living - Comedor. Luego, apareció alzando una caja a costa de su endeble fuerza.

– ¿Por qué haces esto, Mamá? –

La pequeña ya se hallaba saltando y correteaba por los pasillos, mientras las damas soportaban la caja y cruzaban cada ambiente.

– Solo nos aseguraremos. La biblioteca estará bien unos días. Además, Roselia vendrá mañana y ya le he dejado instrucciones con un pastel de moras –

Exclamaba la señora, su hija yacía pálida.

La joven parecía dispuesta a salir, cuando Abela, su madre, le regañó:

– ¡Bell! La bufanda –

– ¡Tu bufanda! – Contestó ella, con soberbia.

Y la respuesta preocupó a la abuela Nona que no estaba al tanto de tales detalles.

Empero, Bell se rodeaba rápidamente por la lana, su madre soltó una mueca, atribuyéndose la torpeza para no preocupar a Nona.

De saber que un posible vampiro la ostentara no sólo llevaría el artilugio, sino las estacas, kilos de ajo y todos los accesorios posibles para remediar el asunto. Pero suponían que sería un viaje de paseo, para verificar que todo se hallara correctamente en la cabaña.

Abela no le permitía a su madre visitarla, desde que se había independizado. Sin embargo, ahora, los motivos diferían un tantito.

Resguardaban ya el antiguo armamento en el baúl del Buick SkyHawk, después que la conductora quitara montones de nieve con una pala de mano.

Bell jugueteaba en la superficie, casi dispuesta a compartir lo que hubiera visto la tarde anterior con los pequeños vecinos.

– ¿Sabes usar eso, Mamá? –

– No recuerdas que el abuelo Oscar nos obligó a aprender al yerno y a mi? –

Como para desmotivar más el amanecer, iniciaron el viaje en recuerdo de Jeff.

Pero esa no sería la única razón. En Crystal Forest había una revuelta de individuos. Puesto que el creciente temporal no iba acorde con la ausencia de los supuestos trabajadores que conducían el camión para abrir paso las carreteras.

La colonia no era justamente Ottawa y, por lo tanto, cada persona debía cumplir sus deberes a rajatabla por el bien de la comuna.

Un viejo descrépito salió de su oficina para aclarar el panorama e incluso dos patrullas de policia forestal contribuían al embotellamiento masivo de vehículos. Se encontraban cruzadas para interceder en la salida del pueblo.

– Nos informan de un incidente en las afueras y de un posible crimen. Es prioridad que aguarden en sus hogares, hasta tanto los efectivos solucionen la situación –

Y, entre numerosas quejas, se sabía que no podían detener las actividades. Los accesos se liberarían con el pasar de las horas y solo brindaban tiempo anticipado para que los oficiales pudieran detener al victimario. Las noticias volaban y extraños rostros con sacos de cuero comenzaban a andar entre la multitud.

– ¡Esos son de la Orden! –

– ¡Ay Mamá! Esos eran cuentos del abuelo. Estamos en el Siglo XX –

 

– Mirá tu misma Abelita. El libro describía sus posibles atuendos y vestimentas –

– No seas ridícula, Madre –

El hombre portaba un sobretodo de cuero, con un pesado cinturón y borcegos negros. Además portaba gafas negras, el cabello engominado, recostado hacia la espalda y llevaba un extenso estuche.

Los imprevistos de la mañana reincidían, el viaje se hallaba en pleno suspenso.

Los oficiales guardabosques hacían una investigación minuciosa de cada vehículo que pretendiera marcharse hacia el Norte de la colonia Crystal Forest.

Así, se solicitaba diversos documentos de identidad, del utilitario, información respectiva sobre el hospedaje y hacia dónde se dirigían. Además de cuál era la razón por la que se retiraban y si pretendían cruzar por un área de riesgo.

Parecía como si, intensamente, buscaran a los dueños que vivieran por la zona y, el hombre que a Nona le preocupaba, les observaba detenidamente. Casi como si pudiera detectar cada una de sus decisiones.

– Miente Abelita –

La madre alzó el ceño, al tiempo que su hija se sorprendía.

– No digas que vas a tu hogar. Diles que vamos más al Norte, a ver los pinguinos –

Abela tomó unas gafas de aviador, se acomodó el cabello y posó el lapiz bermellón en sus labios con más intensidad. Su madre la observaba despectivamente.

Los oficiales permitían el acceso de a un vehículo y se aproximaban al Buick, ante una leve correntada de nieve.

La protesta persistía y murallas humanas aguardaban sobre la calzada. Entre la diversidad, el hombre de peinado engominado dialogaba por medio de una radio que asemejaba a un walkie talkie.

Histérica, Nona, había logrado individualizar al menos a 3 hombres similares portando dichos aparatos.

La pequeña Bell, por su parte, yacía absorta ante los sucesos.



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En el texto hay: misterio, gore, sobrenaturales

Editado: 19.10.2022

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