En medio de la bifurca el amanecer se constataba a duras penas ante el frondoso bosque.
Acto seguido, el guardabosques que había sido mordido retrocedía y sus compañeros, indecisos, apuntaban sus armas de fuego a Jeff sin perder de vista la situación.
Me erguía con la mitad de mi cráneo sano y, poco a poco el lado destrozado se regeneraba. Era como si pintasen un lienzo previamente bocetado. Las piezas se conformaban una a una. Primero se unían los fragmentos óseos y luego se revocaba las capas de piel y carne faltantes. Aún faltaba mucho para recuperarme, pero al menos mi ojo se había sanado por completo y no caminaría desparramando los sesos como un zombie.
Mi abrigo no tenía solución alguna, debía cambiarlo en algún momento.
– ¡Se los dije! Maldita sea –
Sonreí, plenamente, ante la locura que se plasmaba en el rostro de Jeff.
El día había comenzado pero mi sed me mantenía en pie.
No quedaba mucho tiempo para pensarlo siquiera que, desde fuera, el melenudo se alegraba al reconocer que me encontraba en total desventaja. Detrás de él, los oficiales permanecían pálidos ante el cadáver rostizado.
Repentinamente, disparos se oían en el interior de la cabaña, seguido de gritos de dolor y el operativo obligó a los oficiales a tomar cartas en el asunto. Retomando la resolución más esperada, tomaron sus rifles para dirigir la mirada hacia el hogar en cuestión.
Segundos fueron suficientes para asestar mi zarpa en el hombro de uno de los policias y saltar por encima del restante, quién al borde de la locura comenzó a disparar su revólver a todas partes. El tercer oficial gritaba desconsolado por la mordedura y Jeff pretendía desquitarse por todo lo cometido. No obstante, me deslizaba por encima de una mesada para atrapar al muchacho atado en la silla.
– Detente. ¡No lo hagas! – Clamó el hombre ante mi cruce de miradas con el muchacho.
Tan pronto el oficial en pie me apuntaba con su arma de fuego, detuve mi zarpa bajo el mentón del boquiabierto muchacho.
– Cr... Creepy –
Con mi restante extremidad buscaba liberarle de las ataduras y arrancarle los abrigos que con tanto afecto abrazaba. En medio del la odisea un rastro de mi sangre descendió hacia la comisura de sus labios.
– ¡No tienes escape! – Me gritaba Jeff, al tiempo que el oficial se alteraba, producto de los chillidos de dolor de sus compañeros.
En lo que me envolvía entre las prendas, corrí hacia los boiseries y, en contra de toda física gravitacional, recorrí las paredes esquivando los rayos solares que ingresaban a través de las ventanas.
Por su parte, Jeff, en un intento de detenerme, tomó carrera con imprudencia, sosteniendo la estaca. Sin embargo, aterrado por tantas circunstancias, el guardabosques le disparó por la espalda.
Seguido del descontrol, el muchacho tosía y se ahogaba vociferando:
– CREEPY.... TODO ES MUY CREEPY –
Como un monstruoso murciélago aguardaba sobre la puerta de ingreso, cubierto de prendas, con los iris resplandecientes. Contemplaba el coro de gritos y locuras dentro de la cabaña, cuando de repente un arsenal de guardabosques hizo su ingreso para controlar la inestable situación.
Último accedía el melenudo con su walkie talkie.
A poco de alcanzarme, Jeff, se arrastraba y me observaba fijamente.
– ¿Belladona? – Clamé con ironía.
Y en lo que todos atendían a los heridos, descendí. A costa de fundirme por la presencia solar, me retiré raudamente hacia el bosque, cubriéndome con los abrigos.
Malherido, el hombre, siguió mi rastro y, lleno de venganza, pretendió seguirme.
La tos del muchacho y la latente transformación atrajo al cazador de la orden. Quién, fríamente, le asestó una estaca en el tórax, a la vista de todos los oficiales presentes.