El final de este amor

13

Mis oídos ansían por escuchar una melodía especial como un jazz. ¿Por qué motivo? Simple, el sonido de una cuchara contra una olla que retumba cerca de mis tímpanos no me deja dormir tranquila. Gruño de molestia, el ruido no se detiene y el dolor de cabeza me está saludando.

—¡Para! —suplico.

—Despiértate dormilona —habla la causante de mi desesperación. Camina de extremo a extremo sin dejar de golpear el maldito utensilio contra la olla —. Eres una vaga —canturrea, como si lo que esté haciendo sea una maravilla.

—¿No ves el cartelito de mi puerta? —apunto en dirección al pedazo de cartulina que tiene escrito en letras grandes un: "No estamos atendiendo", que guinda de una fina piola sobre la puerta de mi habitación.

—¿Desde cuando tienes eso? —pregunta, dejando de tocar su horrible instrumento para girar su rostro hacia el cártel.

—Desde siempre —digo, amagando un leve golpe sobre mi rostro con la palma de mi mano.

Acomodo mis sábanas, cierro los ojos de nuevo para volver a rencontrarme con mi bonito sueño, pero...

—Oh no, no niña —me entran unas ganas de llorar inmensas y no es broma—. Nos vamos de compra.

—Déjame dormir —ruego como nunca lo he hecho.

Escucho sus pasos acercarse a mi cama, emito un puchero de un bebé caprichoso. Las suaves manos de mi mejor amiga jalan las mías, hago que mi cuerpo pese haciendo que le cueste la vida sacarme de mi sitio favorito.

Se me escapa una media sonrisa al escuchar las quejas y lamentos de Betty al no poder sacarme. Se detiene de un momento a otro, siento que he ganado pero un estirón fuerte me saca en segundos del colchón, botándome en la fría cerámica de madera que acoge a mi pobre cuerpo adolorido.

—Vamos, levántate cuerpo vago —grita, aplaudiendo de la nada.

—¿Qué se celebra hoy? —inquiero, derrotada. Ahora me toca abrazar el piso–. Es domingo —le informo como si no supiera—, sabes muy bien que no salgo los domingos.

—Vamos a comprarte ropa para mañana —chilla, emocionada.

Me levanto del piso al darme cuenta que la ayuda no llegará. Le dedico una mirada incrédula al chocar con sus ojos marrones, porque no comprendía que va a suceder el día de mañana. Betty, pareció entenderme, aunque su paciencia ya se estaba agotando.

—Vas a trabajar con tu mamá.

¿Y eso qué? ¿Se necesita ponerse ropa nueva para un trabajo sencillo?

—No necesito ropa nueva para eso —explico, entrelazando mis brazos al percibir el suave y frío viento que se cola en la habitación gracias a la apertura de la ventana, ya imaginarán quién la abrió.

—Puede que encuentras un chico guapo —sonríe, divertida.

—¿Te olvidas de Nick? —rueda sus ojos—Además, no quiero a nadie en mi vida —digo molesta.

Chasquea la lengua dándole semi importismo. Luego, me mira cautelosa moviendo su cabeza de un lado a otro.

—Sabía que ibas a renegar —dice, dándose la vuelta para salir. Mis ojos se agrandan al verla entrar con cinco bolsas de compras que son de marcas reconocidas—. Te compre bastante ropa a tu estilo para que las estrenes en tus días de trabajo —explica, con una tranquilidad de la que yo quisiera tener en estos instantes.

—¿Estás loca? —inquiero, desconcertada —. No voy andar paseando para que vean mis outfits del día. Voy a trabajar —enfatizo.

—Es lo de menos —responde, haciendo un gesto con su mano sin importancia —. Es un regalo de mi parte y listo —concluye la conversación.

Observo las bolsas y luego a Betty. ¿Ya qué? Hay que aceptar todo tipo de regalo por educación, ¿no? Me dirijo al baño con dos de los cincos bolsas que están reposando en el suelo. Escucho a través de la puerta como grita de emoción, muevo mi cabeza en negación. Me despojó de mi pijama para colocarme la primera vestimenta, medio me observo en el mediano espejo, la verdad no me veo mal.

—Me en-can-ta —deletrea su palabra favorita, fascinada. Da breves aplausos, sonriendo satisfecha por su trabajo de modista.

Vestía unos jeans negros con un bodi blanca con un estampado de unas flores rojas, unos converse gris y por último una chaqueta de jean. No podía negarlo me fascinada está combinación y de seguro me la iba poner mañana.

—Te aseguro por todas las vírgenes, que encontrarás a un chico guapo — guiña, coqueta.

—Eso de guiñar el ojo te sale horrible —confieso, siendo honesta sin evitar dejar a un lado la burla.

Figura su cara de póker, rio más.

—No me ayudas —habla, molesta.

Resoplo al sentir que me ahogo con mi propia risa, aclaro mi garganta para responder.

—Solo te estoy aconsejando, para que no lo hagas con ningún chico —tapo mis labios para evitar reír de nuevo, a Betty no le causa gracia—. Después van a pensar que tienes algo en el ojo.

La risa me envuelve delatándome, las carcajadas no aguantan en escaparse a tal punto que lastiman mi garganta, no puedo evitar imaginar ese mal momento en plena cita entre Betty y un chico.

Sin pensarlo me tira un cojín que está tirado en el piso, lo logro esquivar acortando mi risa.

—Mejor cállate y sigue probándote lo demás —refunfuña, enojada.

Cumplo con su caprichoso, aunque este cansada de sacarme y ponerme pendras de vestir como si tuviera en una sesión de fotos o en un desfile de modelaje.

♡♡♡

Eran las cinco de la tarde, cuando Nick me envió un mensaje de la nada, diciendo que iba a pasar por mi casa para recogerme, no sé a dónde vamos, pero no podía negarle la salida por ser justo un domingo donde las excusas de que debo hacer algo no sirven, porque siempre he dejado en claro que los domingos son sagrados para mí.

Ya le pedí permiso a mi madre, me costó demasiado; por ejemplo, tuve que trapear la casa desde la bodega hasta la puerta principal. Ahora mi carga de energía se encuentra en un 10%, es decir, que deseo tirarme en la maldita cama en vez de preferir salir con Nick. No obstante, no soy de las personas que les gusta dejar plantada a alguien.




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