El fuego en tus ojos

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Pasaron varios días en los que Catherine estuvo completamente ocupada. Y eso era bueno, pues así no tenía tiempo qué dedicarles a sus preocupaciones, aunque Oliver no tenía problema en recordárselas, pues siempre estaba llamándola, y como ella no le contestaba el teléfono, se lo llenaba de mensajes.

Su último encuentro le había dejado más que claro que casarse con él iría no sólo en contra de su deseo de casarse por amor y no por conveniencia; era también un asunto de seguridad y supervivencia. Él estaba dispuesto a usar la fuerza para conseguir lo que quería, lo que lo hacía peligroso.

Se preguntaba por qué se había obsesionado con ella. No era tan bonita, no le reportaba ganancias de tipo económico o político. Si hablaba en el más puro sentido material, la que ganaría allí sería ella, al juntarse con una familia tan poderosa y rica. Él podía, realmente, elegir a cualquier mujer, pero estaba tras ella, y eso más que halagarla, la molestaba.

Caminaba hacia su reunión con Samuel y Michelle cuando su teléfono timbró. Ya estaba a pocos pasos del lugar donde se encontraban los dos hablando, así que tomó el teléfono para rechazar la llamada. Pero entonces vio que se trataba de su tía Janice, hermana de su padre.

—¡Cariño! —la saludó ella con una sonrisa, lo que automáticamente hizo que también Catherine sonriera—. Espero que no estés ocupada, siento llamar tan de repente.

—Hola, tía. No te preocupes, tú siempre puedes hablarme —dijo, mirando de reojo la mesa donde estaban sus compañeros. 

Era una sala de estudios, así que se ubicó tras un muro para poder hablar con algo de privacidad.

—No te quitaré mucho tiempo —dijo la tía con su usual voz llena de energía—. Se acerca el aniversario luctuoso de Greg. Sólo quería compartirte que hemos planeado hacer un pequeño homenaje —Catherine apretó levemente sus labios y asintió. Sí, hacía ya diez años que había fallecido su padre.

—Claro, tía. ¿Qué necesitas para…?

—Ah, por eso no te preocupes, acá nos encargamos de todo. Va a ser algo muy sencillo, de todos modos.

—Está bien, pero si necesitas algo, sólo dime.

—De antemano te digo que tu madre no está invitada —siguió Janice endureciendo un poco el tono de su voz—. De todos modos, dudo que asista si la invito. Sólo estaremos la familia.

—Está bien.

—Entonces, nos vemos, cariño. Estudia mucho y sé la mejor. Te amo.

—Y yo a ti —sonrió Catherine y cortó la llamada. Guardó su teléfono y se dirigió al fin hacia la mesa donde estaban Samuel y Michelle enviando al fondo de su mente la tristeza que de repente le había traído el recuerdo de la muerte de su padre.

No tienes tiempo para eso, se dijo, y se sentó frente a sus compañeros.

Samuel la estaba mirando como si la hubiese visto desde antes, así que no podía mentir diciendo que se había retrasado por algo.

—Siento la tardanza —dijo sin mirar a nadie en particular, y sacó de su bolso su laptop para empezar a trabajar.

Ninguno hizo comentarios al respecto, y de inmediato se enfrascaron en los temas de estudio.

Como todas las reuniones, aquella fue rápida y directo al grano. Esta era la tercera vez que se reunían luego de que los citaran en la oficina del profesor, y Catherine tenía que admitir que Samuel era un buen líder, aunque sólo tenía a cargo dos estudiantes más, y una de ellas estaba claramente enamorada. 

Bueno, no se lo podía reprochar del todo. Samuel era guapísimo, y cuando le daba la gana de sonreír, sus ojos se iluminaban y su boca se ensanchaba.

Ojos bonitos, manos bonitas, labios…

Pero con ella era un idiota. Nada más qué decir.

No era un tirano; daba tareas concretas, utilizaba palabras sencillas para hacerse entender, era metódico y exigente. Valoraba muchísimo cada minuto de la reunión, y tal vez por eso no se perdía en divagaciones, ni daba chance a los demás a que lo hicieran. Era sumamente eficiente.

Pero eso no hacía que para ella en concreto fuera fácil trabajar con él. La mayor parte del tiempo, él parecía mirarla con odio, o desprecio, o molestia. Catherine lo había ignorado todo lo que había podido, pues hasta ahora, nunca había tenido un desacuerdo en el que pudiera exteriorizar sus dudas. Cuando ella hacía aportes, él los sopesaba y valoraba, y cuando se los rechazaba, le daba los porqués. 

Con sus palabras era distante, educado y cordial, pero ese brillo en sus ojos le advertía que no se fiaba de ella, y que, si en su mano estuviera, la sacaría del grupo.

No entendía por qué. Por lo general, ella no le caía tan mal a los chicos. 

No es que fuera la más bella sobre el planeta, pero era más común que ellos quisieran adularla y complacerla, que ignorarla.

¿Por qué me odias, Samuel Slater?, quiso preguntar. Aquella vez me salvaste, ¿qué hice o dije para que te comportes así?

Él la miró como si hubiese sentido su escrutinio, y Catherine esquivó rápidamente su mirada sintiéndose como pillada en falta. 

El resto de la reunión se la pasó intentando no mirarlo demasiado. Pero, tonta de ella, sus ojos volvían a la piel de él. 




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