El Ganador

Capítulo 7: Baile

Capítulo 7

Baile

 

Aquella tarde Ellie entró a Gray Tweed y se sentó junto a la barra. Hoy no tendría afán en llegar a su casa. Tenía mucho de que meditar y le hacía falta un trago. Al fondo se escuchaba la canción Never Had a Chance y el ambiente lucía relajado. A la luz tenue, varias parejas bailaban al compás de la música.

Lo divisó al otro lado de la barra. Estaba sentado solo, con un trago en la mano, y perdido en sus pensamientos. Era el mismísimo Gerard Ingvar. Se sintió inquieta al verlo. El camarero debió llamarla dos veces porque no respondió a la primera cuando le aviso que su trago estaba listo.

—Perdón, estaba distraída —se disculpó.

No podía apartar los ojos de él. A distancia pudo apreciarlo mejor. Allí estaba en persona un posible futuro presidente de la empresa a la que dedicaba su vida entera, el hombre que podía cambiar su destino. No quería mirarlo de aquella manera pero un fuerte impulso le impedía apartar los ojos de él. Ahora apreciaba mejor lo guapo que era. Su magnetismo era poderoso y no podía negar que le atraía mucho más de lo que gustaría admitir.

Por suerte, él no se había percatado de su presencia. O eso pensaba. En un descuido y sin que casi se diera cuenta, él también la estaba observando. Se puso nerviosa al darse cuenta y desvió la mirada hacia el otro lado. Era muy tarde, la había atrapado mirándolo.

El corazón le dio un brinco. Una ola de vergüenza la recorrió cuando se vio descubierta por él pero ni siquiera eso evitó el cruce constante de miradas entre los dos. A través de la barra una danza ocular entre ellos iba ocurriendo al son de la música suave que llenaba con sus notas todo el lugar.

Se apuró el trago para marcharse, pero en cuanto giró sobre sus talones para dirigirse a la salida, una mano la detuvo. Quedó paralizada con los ojos clavados en aquella mano que la retenían por el antebrazo. Recorrió con la vista el camino de su brazo subiendo hasta tropezar su mirada con la de él. Aquellos ojos zarcos la hipnotizaron y por un momento quedó hechizada en ellos.

— ¿Me permites esta pieza? —preguntó invitándola a bailar.

Respondió afirmativa con la mirada y un leve movimiento de cabeza. Gerard la tomó de la mano y dirigió el camino hasta el área de baile. Se sintió flotar. En aquel momento olvidó todo el mal sabor del día. Se concentró en ser solo una chica llevada de la mano por un hombre inalcanzable. Casi sin conocerse, casi perfectos desconocidos, pero que parecían necesitarse mutuamente.

Él le rodeó la cintura con sus brazos y ella se perdió en el hueco de su cuello. Su olor emanaba varonil y embriagante, cerró los ojos y se dejó llevar.

— ¿Este baile es para decirme que me dará lo que pedí? —preguntó ella, intrigada por sus motivaciones.

—No…este baile es para que lo disfrutemos…—respondió Gerard, acercándola más hacia él. El tiempo que duró la canción lo pasaron en silencio, disfrutando el momento.

La canción terminó y se devolvieron a la barra. Gerard echó un vistazo a su reloj.

—Son casi las cinco… ¿no tienes un tren que tomar? —le preguntó.

Ella sonrió. Era la primera vez que él veía una sonrisa iluminarle el rostro. No sarcástica, ni irónica o burlona. Sino una sonrisa transparente y auténtica, como imaginaba era ella misma.

—Hoy no tengo apuro, tomaré otro más tarde o tal vez llame un taxi…—respondió y volvió a sonreír.

Gerard la observó con detenimiento sin parpadear y ella se puso nerviosa, apartando la mirada.

—Tienes una bonita sonrisa…deberías usarla más a menudo.

Ellie tragó fuerte. No estaba preparada para esto. Nunca estuvo preparada ni de acuerdo en que un hombre, menos aún un jefe,  alabara nada físico de ella.

—Pensándolo bien…creo que me iré ahora. Si me apuro, alcanzaré el próximo tren…

Gerard no pudo disimular la decepción.

—Comprendo…no la detengo…que llegue bien…gracias por el baile —atinó a decir deseando por dentro que ella cambiara de parecer y se quedara un rato más.

Cruzó la puerta de salida sin mirar atrás. No vio como él la acompañaba a la distancia con la mirada. El tren de las cinco estaba a minutos de salir y aligeró sus pasos. Llevaba el corazón desbocado como nunca antes lo había sentido y todavía le parecía percibir su aroma y sentir sus manos estrecharle la cintura.

Su vestido oscuro de falda en pliegues iba en vuelo por la prisa y el viento la levantaba para descubrir su calzado. Los miró por unos segundos cuando ya se encontraba sentada en el tren. Eran azul cobalto, de tacón bajo y amarres cruzados, cómodos pero poco atractivos. El tipo de zapatos que ninguna señorita de su edad elegiría para salir. En cambio, ella escogía vestirse como lo hacía para alejar a los que intentaran acercase, no deseaba atraer a nadie.

Sin embargo, observándose en aquel viaje en tren se daba cuenta que eso no impidió que un joven apuesto la invitara a un baile ni fue disuasivo para que el corazón le diera un vuelco de emoción.

La siguiente mañana enfrentó un nuevo reto. Iker Ingvar se presentó en su oficina. Era curioso como en años nadie pisaba el lugar y ahora parecía cosa de todos los días. El joven no toca la puerta, no saluda, entra a su oficina como si fuera la propia y con aires de mandamás.

— ¿Cuándo comenzamos? —fue su saludo.

Ella se mostró confundida.

— ¿Cuándo comenzamos que cosa?

—Pero, ¿Cómo me preguntas eso? ¡Por supuesto que me refiero a las nuevas estrategias que vamos a implementar para subir las ventas! —respondió con molestia.

Ella lanzó un bufido y lo miró por encima de sus anteojos.

—Me tendrá que disculpar pero yo nunca acepté su propuesta…—remarcó.

— ¿De qué estás hablando, niña? Me pediste algo a cambio y yo accedí a concederlo. ¿No te parece suficiente? —masculló con rabia apretando los dientes.




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