“Adoro a los gatos. Son de las pocas criaturas que no se dejan explotar por sus dueños”
Umberto Eco
El niño miraba la tarjeta y vio el nombre de la joven: Kelly Roberts, modelo… Buscó en la red y vio imágenes de la bella modelo en sensuales trajes:
—La vieja se ve buena.
Luego vio el escándalo de la demanda y fotos de ella, siendo ridiculizada por lo del gato… Según vio ella había matado al gato… Y en redes la hacían pedazos. El pequeño entonces se puso a pensar:
“Si ella mató al gato, ¿por qué busca al gato?”, algo no caminaba, siguió buscando fotos del felino y se dio cuenta de que era muy parecido al gato de Sally, pero entonces muchos gatos se parecían a otros gatos y allí moría todo, también vio la foto de un hombre bastante apuesto que según decían era el verdadero dueño del gato… Siguió viendo y llegó al blog que el sujeto mantenía y vio el anuncio de la recompensa ¡500 GRANDES Y MUY GRANDES! Era la recompensa más grande que se había dado por un animal y cabía una pequeña posibilidad de que ese gato sea el de Sally, su amiga podía ser rica, claro si el gato era el que estaban buscando.
Bajó la información en su móvil y fue a buscar a Sally que sacaba a su gato en un coche a pasear y se acercó:
—Hola, Sally.
Estaba muy contento, el gato tenía ropita puesta y lo miró como diciendo:
“Ayúdame, men”.
—¡Qué bonito! Tengo algo que mostrarte.
Roy salió y miró al chico conversando con la niña y frunció el ceño y preguntó con tono amenazante:
—¿Y tú qué?
—Nada, señor.
—Más te vale…
Fue hacia el callejón y entonces vio los carteles con la imagen del gato y se busca, entonces arrancó uno y ponían un número de teléfono ¡Alguien buscaba al gato! Comenzó a arrancar los carteles que más podía y sacó su móvil para ver qué mismo pasaba.
Kelly estaba haciéndose un tratamiento de belleza, tenía el rostro cubierto con una mascarilla y en los ojos rodajas de pepino cuando su móvil sonó y ella al tanteo lo localizó y…
—Hola…
—¿Quién?
—Soy Roy y… Tengo información sobre un gato parecido al del cartel.
Ella se sentó de una y las rodajas de pepino cayeron al piso.
—Sí, dígame…
—Es que tengo un gato parecido a ese, lo encontré y no sé si es que busca.
—Claro… ¿Podemos vernos y me muestra al gato?
—¿Al gato?
—Claro, tengo que ver si es mi gato o no…
—¿Y usted paga la recompensa?
—Daré 500 dólares si es mi gato—dijo ella.
—¡Quinientos! ¿Solo quinientos?
—Sí… ¿Qué tiene?
—Creo que no me conviene…
—Espere… Espere… Podemos negociar.
—No lo creo, además pienso que no es su gato—cerró.
Ella se quedó con la boca abierta, vio el número y lo anotó, por fin tenía una pista, ahora debía seguirla.
Roy miró el cartel y pensó:
“Ese gato entonces no es el millonario…”
Cuando regresó vio al niño charlando con Sally y al gato con ropa mirándolo:
“¿Qué miras men, acaso te gusta mi atuendo?”.
—Gato maricotas…
Subió las escaleras y…
—Oye, entonces… Nadie te ha preguntado por el gato, ¿verdad?
Roy se detuvo en la entrada para escuchar la conversación:
—No… Es mi gato ahora.
—Oye… ¿Y si ese gato valiera dinero? Me refiero a mucho dinero.
Roy bajó un escalón y escuchó a Sally decirle:
—Bigotes vale oro…
—Me refiero a que alguien puede darte dinero si le devuelves el gato.
—No quiero dinero, quiero a mi gato.
¿Qué estaba pasando por ese lado? Entonces escuchó al pequeño que le comentó:
—Es una posibilidad, bastante buena, que debes contemplar.
—Bigotes es mi gatito y lo quiero.
La niña miró hacia atrás y vio a Roy escuchándolos:
—¿Se te ofrece algo?
—Nada, cosa fea.
La niña le dijo a su amigo:
—Roy anda atrás de Bigotes, tengo miedo que lo quiera vender en el Chifa de dos cuadras.
—Creo que tu gato vale oro y eres tonta si no aprovechas la oportunidad.