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LOS SOBREVIVIENTES
Mientras caminaba con ellos, no se veían más de veinte muertos en la desolada carretera, pero el número aumentó rápidamente cuando un inesperado ruido los puso en alerta. Había por lo menos cien criaturas siguiendo a cuatro camionetas que ruidosamente habían derrapado par detenerse justo en frente del almacén de donde yo acababa de escapar.
–Saquen todo lo que sirva, combustible, herramientas, armas; no más de cinco minutos. ¡Dense prisa! No podremos distraerlos más tiempo.
El hombre que gritaba aquellas palabras, se encontraba en la parte trasera de la camioneta, con un mosquetón, y dio la indicación al resto de su grupo para salir mientras él y algunos más se quedaban y trataban de distraer a la horda de zombis con sus disparos, sin éxito alguno.
–Son lentos– gritó el conductor –Pero nada puede matarlos, le daré la vuelta al almacén para que nos sigan y los demás tengan tiempo de salir, agárrate, Castillo.
El hombre que continuaba disparando a los muertos, se agacho para evitar caer con el movimiento brusco de la camioneta, y las otras tres la siguieron. Sentí una punzada de pánico cuando empezaron a alejarse.
–¡Esperen!– grité, y los cadáveres alrededor de mí voltearon extrañados a verme. Me levanté la asquerosa capa de piel del zombi a la cabeza y el hombre de la camioneta me miró desde la lejanía. Corrí con todas mis fuerzas para alejarme de los zombis que, furiosos por el engaño, alcanzaron a despedazar mi ropa y arañar mi cuello.
–¡Hay un hombre aquí!– gritó Castillo –Tenemos que regresar por él.
–No hay tiempo– gritó el chofer –Es él o nosotros.
Yo seguí corriendo, tratando de alcanzarlos, con la horda de cien cadáveres caminantes corriendo detrás de mí, amenazando con sus gemidos. El tal Castillo, intentando de ayudarme a alcanzar el auto, hizo gala de puntería disparando a los muertos por encima de mis orejas para evitar que me atraparan.
–¡Wen, disminuye la velocidad un maldito segundo!
–Entiende que no tenemos tiempo para…– su voz se quebró tan súbitamente como había sido para mí la llegada de esos hombres. El conductor me miró por el espejo retrovisor, reconociendo mi cabello y mi cara a pesar de las manchas de sangre –¿Edward?
Y se detuvo rápidamente, mientras yo subía casi de un brinco a la camioneta, apoyado por Castillo y el resto de los muchachos que disparaban. El auto estaba a media vuelta de la entrada del almacén, por lo que Castillo y los demás tuvimos que sujetarnos con fuerza para no caer en el momento en que Wen aceleró con tremenda fuerza para evitar que un par de niños zombis se treparan junto conmigo al vehículo. Se trataba de mi supervisor, Wenceslao.
El vehículo dio la vuelta al almacén dejando desubicados a los muertos vivientes que aún no conseguían dar la vuelta completa. En una fracción de segundo, el resto de los muchachos se encontraba subiendo al camión cargando muchas cajas. Apenas terminando de subirlas a las camionetas, Wen y los demás conductores emprendieron la huida a toda velocidad.
–¿Encontraron suficientes provisiones, Guillermo?– preguntó Castillo.
–No– respondió uno de los que habían entrado al almacén –Al parecer ya habían saqueado el lugar antes. Con lo que encontramos no podremos llegar muy lejos.
–Sólo dime que encontraron carbón para la máquina.
–Claro, hay suficiente combustible para hacerla andar un par de horas– dijo Guillermo, sonriendo al tirador. Después se percató de mi presencia. –¿Usted quién es?
–Un sobreviviente– dijo Castillo –Dígame, amigo, ¿Cuánto tiempo llevaba usando eh… esa máscara?
–No mucho– dije, tomando la piel que aún se movía asquerosamente sobre mi cabeza y lanzándola fuera de la camioneta –Pero no tenía alternativa. Ustedes vieron cuantos hay en la ciudad.
–Hombre– exclamó otro de los pistoleros –¿En la ciudad? ¿Qué? ¿Acaba de despertar? ¿No sabe que todo el planeta está infestado con esos malditos? Tenemos suerte de haber salido enteros de ahí, y sin bajas.
La camioneta seguía a toda velocidad andando sobre el pasto, saliendo de la ciudad, dirigiéndose al bosque.
–¿En todo el planeta?– pregunté sin dar crédito a lo que mis oídos escuchaban.
–Hace unas horas informaron de esto en todas las estaciones de radio– continuó el pistolero –No sólo hay muertos caminando en las calles, sino también toda clase de animales, esqueletos y cadáveres. Todo en el mundo ha revivido.
Lo que estos hombres me decían descartaba la posibilidad de que la aparición de los muertos vivientes se debiera a alguna infección nueva. Siendo ese el caso, ¿A qué podía atribuirse este apocalipsis?
–Hace unos minutos anunciaron que el ejército estaba tratando de detenerlos, pero hay demasiadas criaturas, y las armas químicas no les afectan.
–Tampoco mutilarlos– añadió Castillo –Es como si cada centímetro de ellos tuviera un cerebro propio. Cada vez que cortamos un brazo o una cabeza, estas siguen moviéndose. Esos cretinos son imparables.
–Dicen que hay un refugio cerca de Oxnardville, a las afueras de Ciudad Cristal– dijo uno de los que habían entrado al almacén –Nosotros nos dirigimos hacia allá. Conseguimos combustible para activar una vieja máquina de vapor, pues como puedes ver, todas las autopistas de la ciudad están estancadas, y la única que no lo está fue invadida por los cadáveres de los animales de un circo. Si tomamos el tren, llegaremos en menos de una hora.