El GÉnesis Zombi

14. INOVAX

 

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INOVAX

 

       –Escuchen. En cuanto el tren arranque, será invadido por varios zombis. Es necesario que estemos preparados para recibirlos.

–¿Cómo sabes eso?– preguntó Guillermo, quien gracias a que impedí que Wen le disparara al oso, seguía sin mordidas en el cuerpo y con vida.

–Sólo lo sé. Ellos creen que tienen la sorpresa de su lado, pero no es así, y si ustedes me hacen caso, llegaremos todos a salvo.

Aunque se mantenían incrédulos ante la idea de que yo supiera exactamente lo que estaba a punto de suceder en el futuro, se aseguraron de cargar sus municiones y estar en grupos de tiradores en los vagones donde había entradas. Castillo era una persona muy escéptica, pero estaba de acuerdo conmigo en que la seguridad de los trabajadores del rancho y sus familiares estaba ante todo.

La chimenea empezó a despedir sus nubes de humo, y pronto la máquina estuvo preparada para moverse. Las últimas cajas con comida y municiones fueron guardadas y todos subimos justo a tiempo para ver al oso que había llegado hace poco desaparecer conforme el tren avanzaba.

Miré mi reloj. No faltaba mucho para que el primer zombi fosilizado entrara por el vagón trasero.

Pasaron diez minutos y miré mi reloj de nuevo. Pasaron seis más; nueve… y los zombis no aparecían. Algo había cambiado.

–No aparece ninguna criatura– dijo Castillo de mal humor –Parece que tu predicción falló.

–Espera un poco más. Ellos vendrán.

En el centro del vagón, a salvo de todo peligro, estaba María, junto con la esposa de Guillermo. El doctor Liborio les estaba ofreciendo algo de comida.

En ese momento mi estómago se retorció. ¿Cuántos días llevaba sin probar bocado alguno?

De repente el vagón tembló, en un sonido que reconocí perfectamente.

–Ya viene– dije –Está tratando de abrir el vagón con sus dientes.

–¿Dientes?– repitió el ranchero con sorpresa y pánico.

–¿Cómo?– exclamó Castillo con asombro –No dijiste que fuera tan grande.

–Cuando lo haga, tenemos que disparar para reventar sus cabezas. ¿De acuerdo?

–¿Cabezas? ¿Qué diablos es lo que nos va a atacar?

Me acerqué a la puerta, sosteniendo el arma y limpiándome el sudor con la otra mano. Tragué saliva y toqué la manija de la puerta. Mis manos temblaban. Aunque sabía lo que me esperaba del otro lado de la puerta, estaba aterrorizado.

–Esta vez no se llevarán a nadie– me dije –Ya estamos preparados.

Abrí la puerta y miré. No había nada en el vagón, ni siquiera una abertura.

–¡No están!– exclamé.

–¿Ya puedes decirme qué es lo que se supone que debería estar?

–Las plantas carnívoras.

–Las ¿qué?– preguntó Castillo dando poca credulidad a mis palabras.

–Los fósiles. Las flores prehistóricas gigantes también revivieron y se suponía que atacarían el tren.

–Eso es imposible– dijo el doctor Liborio. Castillo asintió –El vagón está hecho de acero reforzado. Es imposible que cualquier ser, vivo o no, lo abra ¡y menos con los dientes!

–Pero lo hicieron– vociferé sin dar crédito a mis oídos –Lo hicieron antes.

–¿Antes de qué?

No podía explicarles todo lo que había pasado esa noche, no me creerían una sola palabra.

–Yo vi plantas fosilizadas atacando el tren.

–Eso es mil veces imposible– dijo Liborio –Los fósiles de plantas son sólo marcas dejadas en lodo prehistórico. No tienen ninguna clase de tejido que pueda “volver a la vida” como dices.

–Eso ya lo sé, pero…

–Además– dijo Castillo –No existen plantas tan grandes.

–Pero si tú mismo me dijiste que se han encontrado muchas por aquí– contesté. Aquello no tenía sentido.

–¿Yo?– dijo con asombro –¿Cuándo?

No podía creer aquello. ¿Acaso mi interferencia había afectado la realidad con más fuerza de lo que creí?

–¡Oh Dios mío!– gritó Guillermo horrorizado, cayendo al suelo intentando desmayarse de horror.

Se alejó con espanto del vagón y Castillo se asomó para averiguar qué era lo que el tirador había divisado. Acto seguido se retiró de la ventana y soltó una enorme maldición.

Finalmente me acerqué para ver qué los había alterado tanto, pero no hizo falta que mirara pues una gran garra quebró la ventana mientras un esqueleto realmente grande trepaba por el vagón y hundía el techo del tren con su descomunal peso. Otro más mostró la cara por la ventana y abrió la boca, como profiriendo un gruñido que sin garganta nadie pudo escuchar.

–Son…

–¡Gigantes!– dijo Castillo –He oído que por esta zona se han encontrado esqueletos de hombres primitivos realmente grandes.

Aquello para mí tenía menos sentido que la aparición de plantas prehistóricas. Por el tamaño de la calavera el monstruo completo debía medir al menos 4 metros de pie.




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