El señor Evan me dirigió una mirada de aprobación cuando me vio llegar, me mantuve a su lado para tenerlo a la vista. Pronto, por sugerencia del señor Evan, tuvo que desplazarme hasta el frente de la mesa, la silla que alguna vez ocupó el señor Costa, mi abuelo.
Los demás inversionistas llegaron pronto, y la mesa, que alguna vez estaba repleta del apellido Costa, solo tuvo un representante: Yo.
No me preocupó ni un poco la falta del hijo del señor Amat, pero a decir verdad, era peligroso no tener un aliado. No nos llevábamos bien, sin embargo, con un apellido compartido no hacía falta.
La sala de juntas. Observé a los ejecutivos debatir sobre el futuro de la empresa, como si yo no existiera. ¿Qué hago aquí? Mis talones ni siquiera lograban tocar el suelo. Pensé. Ironía. Estaba atrapado en la atmosfera, no estaba aferrado a nada. ¿Al pasado? Quizás a eso sí. Seguía moviéndome, ignorando mis verdaderos intereses. Mi respiración era superficial, mientras flotaba en el aire.
Evan, sentí su mirada un par de veces. Una que decía que intervenga, pero la verdad es que no podía escuchar ninguna palabra que decían. Iba a esperar que el tiempo pase, hasta que cada uno de ellos se levanten y salgan por la puerta, y me iba a acercar a él, solo ahí comenzaría a caminar bajo mis propios intereses, finalmente le preguntaría: ¿Qué es lo que hay en ese papel sobre mi madre?
Mi madre.
Un señor comenzó primero, esta vez con un tono mucho más alto, clamando atención:
—Espero que sepas para qué estamos aquí —fue el primero en dirigirse a mí.
—Sí —le respondí con un tono bajo y gentil.
—La muerte de tu abuelo era solo una cuestión de tiempo. Tú lo sabes mejor que nadie —sus palabras me obligaron a elevar la cabeza, mirándolo fijamente, pero no podía aguantar mucho, sus ojos eran fríos, casi como los de mi padre. Fue cuestión de tiempo para notar que todos en esta sala me miraban igual, como si yo fuera una carnada, o un intruso que no encajaba.
Nadie había mencionado de forma tan directa. A decir verdad, era algo que ni siquiera había pensado demasiado, la noticia vino a mí de forma inesperada. Una noticia que me llegó a mí como una tormenta helada.
Había pasado tanto tiempo, marcharme no fue un error. Volver lo fue. Pues es imposible irse de un lugar donde dejas cosas y situaciones no resueltas. Mi alma seguía atrapada en el infierno, y sin ella no podía avanzar.
Continuó: —Mis condolencias, por cierto, joven Johan —empezó dirigiéndose a mí. Agradecí el gesto con una leve sonrisa. Y observé como su expresión de lástima cambió drásticamente, giró mirando a todos a la vez— No nos engañemos. La empresa no se mantuvo únicamente por la mano de una sola persona. Se sostuvo por cada una de nuestras inversiones y por nuestras decisiones. El señor, Johan Costa, era un mero símbolo, la imagen de la empresa, ¿quién cargaba con el peso total de la empresa cuando él iba a los lujosos cruceros por reuniones imaginarias?
Las palabras no tenían un final, si lo que tanto anhelabas estaba en juego. Nadie lo negó. Pero tampoco hubo quien lo afirmara. La sala se llenó de un silencio palpable. Podía verlo en sus caras, estaban luchando por continuar. Una palabra podía definir en que lado se apoyarían. Probablemente, la decisión estaba clara. El señor Wilson, comenzó desde el principio liderando la reunión, como hacía siempre, incluso cuando el empresario Costa estaba vivo. Wilson era un hombre que amaba el poder.
Entonces, comenzó. La oleada fue liderada por el señor Wilson.
El hombre, en frente de él, habló.
—Aclaremos, no es personal, pero es la verdad. Sabemos que tu abuelo te dejó como único heredero, pero no puedes simplemente tomar el control. No tienes la experiencia.
No supe qué responder. Porque en cierta forma tenía razón. La presión en el pecho se hizo más fuerte. Quería levantarme, salir corriendo de esa sala y no mirar atrás. Pero me quedé inmóvil, porque algo mucho más grande aplastaba mi pecho, por un lado, me obligaban a permanecer ahí. Apreté mi puño a mi pantalón.
—Es normal desconfiar de alguien que huyó de casa… ¿A los 18 años? —otra estocada llegó a mí. Estuvo a punto de hacerme rodar. ¿Cómo diablos sabía eso? Solo ahí miré al señor Evan, quien no había dicho ni una sola palabra.
Uno a uno, iban acoplándose, pronto todos tenían el mismo rostro, hacían los mismos movimientos y las mismas expresiones.
—Esto no se trata de una herencia familiar. La realidad es que nosotros, los que estuvimos sentados aquí, desde antes de cualquier otro, fuimos quienes realmente cuidamos de este gran imperio. Todos nosotros, estamos de acuerdo. No vamos a permitir que lo maneje alguien sin la capacidad…, no volveremos a cometer el mismo error.
El peso de sus palabras abrió un agujero en mi pecho. ¿Había dicho error? Una mezcla de rabia e indignación se juntaron en mi garganta, a punto de explotar en palabras. ¿Ellos creían que realmente no sabía de lo que hablaban? Haber vivido con el señor Costa, mi abuelo, era un maldito infierno, sin embargo, había un beneficio, pues era el único que lo observaba desde cerca. Nombres, apellidos, y debilidades, era lo único que memorizaba en su cabeza.
—No es así —alguien se levantó de la mesa, interrumpiendo. Abrió paso a rostros de confusión —No todos estamos de acuerdo en desterrarlo.
Lo miré con confusión. No conocía a nadie de la mesa, excepto al señor Evan, sin embargo, todos tenían un rostro familiar, como un recuerdo que divagaba en mi mente, que se había almacenado durante las visitas a la empresa cuando era más joven. Sin embargo, no pude reconocer a ese tipo de ningún lado. Por otro lado, fue reconfortante. Al menos por un segundo, sentí que podía respirar.
Wilson, quien se puso a la defensiva de inmediato, cruzó sus brazos y pese a que intentó tranquilizar su expresión de furia y descontrol, sus cejas se fruncieron y sus ojos se opacaron por una oscuridad inexplicable.