El hijo de Dios

La villa del Bosque Alto

  Comenzó a caminar a su nuevo destino, tenía la esperanza de encontrar gente que pudiera ayudarlo para volver a la ciudad de Agucris, o al menos eso deseaba su corazón. El lobo que lo acompañaba dormía en su hombro con tranquilidad, mientras que él seguía el trayecto en su mente que le había marcado la hoja amarilla que había encontrado sobre el tumulto de tierra.

La naturaleza a su alrededor fue cambiando, la flora y fauna que sus ojos observaban era exótica, o al menos para su conocimiento promedio del nuevo mundo. Sus ojos se maravillaron al encontrar un ancho arroyo, de agua cristalina y leve corriente, tenía días que no había tomado un baño, por lo que sentía que era algo necesario, se quitó su atuendo y entró al agua, mientras que su pequeño amigo esperaba fuera. Con sus manos desnudas pescó un par de peces, al principio le había costado, pero al agudizar su vista, se convirtió en una tarea sencilla de hacer. Al poco rato salió del agua y prendió una pequeña fogata, asando en ella los peces que había conseguido. Degustó el nuevo sabor, no quería admitirlo, pero ya estaba harto de la carne seca.

La luna apareció una vez más en el cielo, por lo que el joven optó por descansar y seguir viajando cuando se colocará el sol, se acurrucó en la suave tierra, con Wityer en sus brazos y, con la tranquilidad del inocente, se quedó dormido.

Tres días pasaron, su rostro energético se había tornado en uno impaciente, estaba deseoso de volver a casa, pero para hacerlo, primero tenía que descubrir los secretos de la mazmorra y, no podía hacerlo sino podía salir del extraño lugar donde ahora se encontraba.
Continuó caminando, con el ceño fruncido en su cara, había notado que el trayecto había llegado a su fin, pero frente a él no se encontraba ninguna villa en los árboles, solo un frondoso bosque oscuro, que se extendía más allá de lo que sus ojos podían observar. Dio un paso, luego dio el siguiente y cuando dio el tercero, el paisaje cambió, ya no se encontraba en un solitario bosque, ahora estaba en un animado pueblo, un lugar donde las personas caminaban con expresiones despreocupadas y, aunque los rasgos que podía observar eran algo distintos a los de su tierra, o como las personas que había visto en la ciudad de Agucris, tenía la certeza de que seguían siendo humanos, solo que poseían ligeras diferencias, todos tenían cuerpos delgados, de tez blanca y, sus orejas eran ligeramente más largas y puntiagudas que la de una persona promedio.

 --¡Intruso! --Gritó una mujer en la lejanía y, como si alguien hubiera sonado el cuerno de guerra, diez individuos aparecieron de pie sobre las ramas de los árboles. Cada uno de ellos apuntando con sus arcos al cuerpo del joven.

Gustavo levantó las manos, no tenía intenciones de pelear, por lo que prefería que todo se resolviera de forma pacífica.

 --No soy un enemigo --Dijo con un tono tranquilo, pero firme--, solo quiero un poco de información.

Una de las arqueras bajó su arco, colocándolo de vuelta en su espalda y, con calma desfundó su daga y, en un solo paso, se colocó justo frente al joven. Gustavo miró todo con una mirada solemne, conocía aquella técnica, por lo que no estaba muy impresionado.

 --¿Cómo llegaste aquí? --Preguntó con un tono serio.

 --Fui conducido. --Respondió con seriedad, no sabía que decir, por lo que dijo media verdad.

 --¿Por quién? ¿Los enviados del abismo? --Justo cuando sus palabras salieron de su boca, las flechas en los arcos fueron tensados aún más.

 --No --Negó con la cabeza y, con lentitud, para no alarmar a los arqueros, sacó una pequeña hoja amarilla, aunque parecía algo loco, era la única explicación que podía dar--, está pequeña hoja me condujo hacia este lugar, no sé cómo explicarlo o que es...

 --La hoja de Nuestra Señora. --Interrumpió, su rostro se tornó en una expresión de sorpresa y adoración por la pequeña hoja que el joven tenía en su mano, algo que lo desconcertó aún más.

Cuando los arqueros notaron aquella hoja, rápidamente bajaron sus arcos y se arrodillaron, colocando su dedo índice y medio en su corazón.

 --¿Ustedes saben lo que significa? --Preguntó confundido.

 --Ven con nosotros, macho de la tribu de orejas cortas. --Ordenó la arquera, se dio media vuelta y comenzó a caminar. Gustavo asintió, siguiéndola.

Las calles principales estaban hechas en su mayoría de rocas lisas y tierra, aunque los árboles eran gigantes, el lugar poseía una buena iluminación, muy parecida a la luz del sol en una mañana sin nubes. La mayoría de los edificios se encontraban construidos sobre y encima de los árboles, con largos puentes de madera que conducían a los edificios del frente o de los lados. La gente, que en su mayoría parecían agricultores, tenían un estupendo cutis, sin ninguna señal de arruga en sus rostros. En todo su camino no notó a ningún infante, algo que le pareció extraño, pero supuso que estaban escondidos por si algo malo pasaba.

La villa era enorme, ya había caminado durante casi media hora y parecía que el lugar no tenía final. Habían hermosos paisajes, como lagos con cascadas, o pequeños senderos románticos de plantas altas de colores. No deseaba que terminara su trayecto, pues lo maravilloso y sorprendente de la naturaleza lo había llenado de dicha y, de agradecimiento por la belleza que le rodeaba, sin embargo, tarde o temprano todo llega a su fin.

El escuadrón de arqueros se detuvo justo enfrente de una enorme puerta, hecha puramente de madera antigua, con un tallado precioso, el cual relataba Eras pasadas. Gustavo no conocía las criaturas que aparecían en el tallado, pero sentía que si las tocaba, podía transportarse a ese escenario.

La enorme estructura estaba construida dentro de un colosal tronco, de raíces tan grandes como la mansión de la familia Cuyu, el puente que daba a la puerta era de piedra blanca, una que se sentía viva. Podría durar horas admirando los distintos detalles del enorme palacio, pero lamentablemente ahora no tenía el tiempo.



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En el texto hay: romance, aventura, honor

Editado: 08.09.2021

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