El interior de la ciudad era ligeramente sombrío, la destrucción estaba presente en cada lugar en donde los ojos de Gustavo se posaban. La sangre pintaba las paredes de muchos edificios, así como las marcas de los distintos hechizos elementales que impactaron contra la superficie rocosa.
--La batalla fue feroz. --Dijo Xinia con una expresión complicada. Meriel asintió.
--Los miserables de los rodurienses atacaron con todo lo que pudieron, pero al final --Sonrió--, al final fuimos nosotros los vencedores. --Dijo Herz.
--¿Qué hicieron con los habitantes de la ciudad? --Preguntó Meriel, recordando la situación que había vivido en la ciudad de Tanhel.
--Muchos escaparon y, los que no, los matamos --Dijo con un tono frívolo. Volteó hacia atrás y miró a la dama de cabello rojo--. Así es la guerra, señora guerrera y, a veces los inocentes mueren --Explicó de una manera cortés. Meriel desvió la mirada con disgusto, aunque el joven príncipe tenía razón, su manera de explicar las cosas, sonaban muy superficiales, como si aquello no fuera de importancia--. ¿Usted que opina, salvador?
--Mi opinión no es importante. --Dijo Gustavo con un tono serio.
Un grupo de cinco soldados de armadura completa y de color negra azabache, se aproximaron al grupo de Gustavo, interponiéndose en su camino. En sus pechos, tenían el emblema del reino de Atguila tallado en un tono rojo: La silueta de un hombre sujetando su espada en pose de victoria.
--Pensé que los perros de mi hermano tardarían más. --Dijo Herz de forma de despectiva. Apretó los labios e hizo por escupir, pero todo fue un acto de desprecio, el príncipe jamás haría un acto tan banal en presencia de otros.
--Segundo príncipe, mi señor ha escuchado de su triunfal regreso y, desea hablar con usted --Dijo el capitán del grupo--. Por favor, sígame.
--¿Quienes son? Parecen poderosos. --Preguntó Meriel con un claro desprecio por el príncipe.
--Son la guardia real de mi hermano, los perros de Katran, los llamo yo. --Frunció el ceño.
--Segundo príncipe, a mi señor no le gusta esperar, por favor, comience a caminar. --El tono del capitán se endureció un poco, aunque todavía poseía el respeto por dirigirse a la realeza, solo era un respeto superficial--. Aunque creo que primero lo debemos guiar a un balde de agua, porque su olor a excremento es insoportable.
Los guardias reales rieron en un tono bajo. Meriel casi comenzó a reír al escuchar la burla del capitán del guardia, pero se limitó a observar con seriedad la situación. Herz frunció el ceño, pero prefirió no decir nada, aunque no le gustaba la actitud del capitán de la guardia real, debía comportarse, pues el territorio estaba gobernado por su hermano, por lo que debía obedecer sus reglas.
--Muestra el camino, perro.
Los cinco soldados comenzaron a caminar con una sincronización perfecta, tan perfecta que daba miedo. El capitán miró una vez más hacia atrás, no sabía porque, pero el rostro de la dama del escudo se le hacía familiar.
--Si conocieran su identidad, estoy segura que defecarían de miedo. --Dijo Meriel en un tono bajo, no estando muy a gusto con el tratamiento hacia su señor.
--Es preferible que no lo sepan, así nos ahorraremos futuros problemas. --Dijo con un tono serio. Meriel asintió.
Poco a poco se fueron acercando al centro de la ciudad, los edificios estaban más dispersos unos de otros y, sus dimensiones eran mayores a los que se encontraban cerca de la entrada. La guardia real se detuvo justo enfrente de uno de ellos, era muy ancho, pero con una altura menor a los cinco metros, construido de ladrillo y roca, con ligeros acabados de piedra ámbar y, con un tallado en el marco de la puerta, que le daba ese toque antiguo. Gustavo leyó el letrero casi destruido encima del umbral, rescatando la única palabra visible: Gremio.
--Entre, segundo príncipe, déjenos escoltarlo al lugar donde se encuentra mi señor. --Dijo el capitán.
--Salvador --Volteó y miró a Gustavo con una sonrisa inocente--, espero no le moleste esperar por mi regreso. --Su tono era bajo para impedir que los soldados de armadura negra escucharan sus palabras.
--Has lo que debas hacer, solo te pido un favor, regresa sin ese olor. --Respondió con un tono tranquilo. Herz asintió con una sonrisa inocente.
--Demasiadas ceremonias. --Dijo Xinia con una expresión de disgusto. Meriel asintió.
El segundo príncipe, quién caminaba vestido con una camisa de lino mal cuidada y, pantalón de cuero rasgado, se acercó al umbral de la puerta. El capitán le concedió el paso, caminando detrás suyo para evitar que escapara.
El interior del edificio era rústico, con pilares de madera y base de mampostería, la superficie del suelo era blanca, con una semejanza al mármol y, aunque estaba bien iluminado, daba la sensación de estar en un obra abandonada, ya que la destrucción de las mesas, sillas y, las cuarteaduras en las paredes, le daba esa sensación lúgubre y desierta, así como la sangre regada que aún no había sido limpiada.
--Escuché que fuiste asesinado por la perra del rey de Rodur. --Dijo el capitán con un tono alegre.
--Son solo rumores. --Dijo Herz con desinterés.
--No lo creo --Negó con la cabeza, acompañado de una sonrisa burlona, una que no pudo ser apreciada por el impedimento del casco completo--, tu apariencia andrajosa y, tu rostro lleno de furia, demuestra que has pasado por un tormento, además de que todo tu escuadrón fue asesinado... Así que dígame segundo príncipe ¿Cómo es ella?
--Es una bella mujer, tan fuerte que siento que un pedo suyo te mataría. --Dijo con una sonrisa sincera.
El capitán de la guardia real se quitó el casco de su armadura, volteándose para mirar con furia al joven príncipe.
--Niño mimado, esa perra no podría matarme ni aunque todo el reino de esos bastardos se uniera. --Dijo lleno de cólera, mientras sus venas saltaban y su rostro se tornaba rojo.