Caminó a pasos apresurados, las personas a su alrededor lo miraron, dudosos sobre su identidad, él, como fiel creyente de la superioridad de los reyes, miró hacia abajo a aquellos que se atrevieron a chocar miradas. Algunos fruncieron el ceño en repuesta, otros bajaron el rostro, pero nadie se interpuso en su camino. La gente comenzó a desaparecer en las calles siguentes, al igual que los edificios, ahora solo se encontraba una gran planicie, con una gran estatua de una mujer en su centro, su posee era difícil de describir, pues expresaba tanto con movimientos tan sutiles, que era imposible para el no conocedor detallarlos. Era bella y melancólica, sabía y gallarda, expresaba tantas emociones con su mirada, que solo el que tuviera el tiempo para apreciarlas todas podría sentirse tocado.
Siguió caminando, ignorando por completo la escultura, la había visto tantas veces en su vida, que se había aprendido cada cincelado de su superficie.
A los pocos minutos llegó a su destino, era un lugar enorme, con muros de tres metros de alto, protegiendo el interior y, dos guardias custodiando la entrada.
--¿Segundo príncipe? --Preguntaron al verlo. No podían creer que siguiera vivo, por los últimos rumores de la guardia real, se suponía que se encontraba bajo la custodia de <La violenta> y, conocían el final que les esperaba a todos aquellos que lograban estar en su presencia: la muerte.
--El mismo. --Respondió sin emoción.
Los guardias asintieron, aunque podían desconfiar de cualquier noble, fuera cual fuera su rango, no podían cuestionar a la realeza, estaba prohibido, por lo que rápidamente quitaron sus alabardas del camino e hicieron un saludo marcial, esperando que en verdad fuera su príncipe y, no una duplica de él.
--Adelante, Su alteza.
Herz asintió y, con una mirada digna del hijo del monarca de Atguila, se dispuso a entrar al territorio del palacio real. Al hacerlo, se encontró con la magnífica estructura que había sobrevivido a más de mil años de historia, una estructura que había protegido a la familia Lavis por generaciones, siendo dejada solo una vez por un atentado de un mago loco, volviendo a los pocos meses tras su captura y ejecución.
En el centro del territorio, se encontraba una alta y hermosa estructura, que para llegar a ella, uno debía subir veintiún escalones, donde inmediatamente serían bienvenidos por dos inmensas estatuas, de un hombre de armadura completa en pose de descanso, apoyado sobre su gran espada que tocaba con su punta el suelo, mientras al lado, un león de aspecto fiero, descansaba acostado, pero con sus fauces abiertas, muy similar a su rugir. Las personas subiendo, se percataron de la presencia del príncipe, por lo que rápidamente se quitaron del camino y, bajaron la cabeza.
Herz se mantuvo tranquilo, mirando de manera seria su camino. Subió los veintiún escalones, entrando al vestíbulo real. Respiró el aire del majestuoso lugar, recobrando el sentimiento de pertenecía. Los sirvientes rápidamente se colocaron en posición servil, mostrando sus respetos con adecuadas y bien pulidas reverencias.
--¡Segundo príncipe! --Dijo un hombre de aspecto maduro, de rostro grueso, nariz chata, con duras líneas marcadas en su frente, cabello cano y largo y, una barba bien cuidada. Su vestimenta era de alta clase, con una pequeña capa colgando de su túnica roja-- ¡Es usted! --La sorpresa lo había tomado descuidado, tanto que casi se le cayeron las papales que traía en las manos.
--¡Consejero real Goddad! --Mencionó Herz de una manera poco cortés. El hombre se acercó con pasos tranquilos.
--Su Majestad, el rey, me contó sobre su lamenble situación con la general divina de Rodur --Dijo con pesar--, pero es una alegría --Sonrió-- que se encuentre de nuevo con nosotros, su padre va a estar muy feliz al verlo.
--Estoy seguro que si. --Respondió, con una expresión seria.
--Me despido, Su alteza --Dijo--, hay muchas cosas que atender del reino y, mi tiempo es poco. --Herz asintió, observando como el consejero real se retiraba.
--Gran bastardo, sé que fuiste tú quién aconsejó a mi padre para que no me rescatara. --Dijo en voz baja, mirando como desaparecía su espalda en uno de los salones.
Acomodó sus cabellos y vestimenta, olvidando la leve interrupción en su camino. Volvió a emprender la marcha, no demoró tiempo para llegar a su destino, un lugar custodiado por dos guardias altos, de aspecto temible y porte firme. Volteó a la derecha, casi por instinto, observando el final del pasillo, justo donde se encontraban dos soldados bien armados, porte firme, discutiendo de manera acalorada, sin embargo, por el ángulo, no logró vislumbrar con claridad sus identidades, intuyendo que se trataba del general Auden por el símbolo en su antebrazo izquierdo.
--Algo pasa. --Sé dijo en voz baja, pero al no tener el tiempo para descubrirlo, optó por olvidarlo. Miró hacia adentro del salón a los pocos segundos y, al ver la silueta familiar que tanto tiempo había eludido, suspiró.
--Segundo príncipe. --Saludaron los guardias, haciendo un gesto marcial.
La sala era espaciosa, larga y ancha y, en todos sus contextos, bella, alumbrada por pequeñas esferas blancas, colocadas estratégicamente sobre las paredes y pilares. Caminó al fondo de la sala, justo donde se encontraban cinco escalones, que daban a un hermoso y bien decorado trono de metal, color café brilloso. Sentando ahí, se encontraba un hombre maduro, de cabello platinado, porte educado y mirada sabia. Vestido con finas ropas y acompañado por las más preciosas joyas. Era un hombre varonil, atractivo, pero de rostro duro, destacando dos cicatrices al pie de su ojo derecho y una en su cuello, que a palabras de sus seguidores, eran: marcas de batalla.
Se detuvo, cinco pasos detrás del hombre arrodillado, escuchando con calma el veredicto de su padre, quién meditaba con su mano en su mentón.
--Los monstruos --Comenzó a hablar. Su voz era gruesa y rasposa, pero cargada con autoridad-- atacan en todas partes, noble Satder, si te concedo tropas reales --Su voz se endureció, al igual que su mirada--, mi ejército se verá afectado y, si eso pasa --Apretó el puño--, los enemigos ganan ¿Eso deseas, noble Satder de la casa Mallory? ¿Qué las tropas de tu rey sean afectadas? --El hombre arrodillado tragó saliva, negando con la cabeza varias veces, demostrando así su nerviosismo--. Sabía que eres inteligente, ahora levanta y vete, que mi hijo ha llegado. --Sonrió al ver a su retoño.