El Hijo del Alpha

Matías

—¡Matías! Ese chamaco me va a sacar canas verdes, ¡Matías! El desayuno— exclamó Margarita desde la cocina por quinta vez.

—Te vas a quedar sin pulmones antes de que Matis te haga caso —bromeó Josefa tomando un poco de avena.

—Ese chamaco no me cree que lo voy a traer a rastras —dijo girándose hacia ella.

—¡Margarita!

El grito de Matías asustó a la mujer mayor al grado de pegar un alarido de espanto.

—¡Virgen de la macarena! Me quieres matar…

—Fui a darle comida a las gallinas, nana —señaló la canasta de huevos. No pudo evitar reírse de la sorpresa que se llevó Margarita, pero era lo más común en el rancho colibrí desde que Matías pudo caminar.

—Dame eso, ven que ya está hecho el desayuno.

—Me hiciste avena, nana —dijo contento de oler la canela y la naranja en la avena que le había hecho Margarita.

—Como te gusta mi niño travieso —acarició su cabello rubio despeinándolo.

—Como te gusta mi niño —arremedó Josefa con voz aguda. Matías sonrió de oreja a oreja.

—Mi mamá Valentina fue al pueblo —comentó el pequeño sirviéndose agua de una jarra.

—Sí, tenía unos pendientes —indicó Margarita mientras le servía. Josefa no dejó pasar la incomodidad en la mujer mayor. Todas se ponían igual cuando ella debía ir al médico.

El cáncer no había sido nada fácil, cuatro años fueron el calvario para todos, la cirugía, el tratamiento y después esas palabras mágicas asegurándoles que ganaron una batalla. Sin embargo, era necesario que estuviera atenta a sus chequeos.

—¿Quién cumple años mañana? —preguntó Josefa.

—¡Yo! Cumplo ocho años —aseguró Matías con ilusión.

—Tu nana Margarita te hará un pastel de chocolate como tanto te gusta— dijo dejándole el plato de avena.

Margarita besó su cabeza en la maraña de cabellos rubios. Habían pasado ocho años desde el primer día que miró a esa criatura nacer entre el caos en un desolado rancho. Sin embargo, algo pasó desde entonces.

Al paso del tiempo y como fue creciendo, el rancho también fue cambiando para bien. Lo que se consideraba desértico ya no era más, los árboles frutales, los dadores de sombras ahora eran enormes y bastos para dotar al rancho colibrí de una imagen llena de vida.

Las praderas reverdecieron, como si supieran que debían cubrir cada espacio de tierra. El ganado comenzó a reproducirse y en el pasar de los años la producción se hizo cada vez mayor. Matías debía tener la culpa y de eso Margarita estaba segura.

—¡Topacio, no! —regañó Margarita a la loba blanca que intentaba entrar a la cocina.

Pero Matías también tenía la culpa de algo más, una peculiaridad que debieron aceptar. Al niño le encantaba rescatar animales indefensos, Topacio era uno de sus primeros rescates, una loba albina de ojos color violeta, pese a la belleza de su mirada, era una loba ciega que ciertamente en la naturaleza no iba a sobrevivir, ahora era como el perro faldero del rancho, sin embargo, escurridiza como el dueño.

A la única que le hacía caso era a Valentina, y siempre sabía cuándo ella no estaba en el rancho. Se volvía rebelde sacando a Margarita de sus casillas.

—Ella también quiere avena, nana —dijo con la boca llena.

—La avena no es para los perros… y no hables con la boca llena.

—Es una loba, no un perro —murmuró Matías. La loba aulló logrado que Margarita suspirara y sin más remedio le brindó un poco de avena fuera de la cocina.

A Josefa le encantaba verlos interactuar, su madre cuidaba a ese niño como si fuera su propio nieto. Dejaron atrás su nacimiento y quien era en realidad debido a que jamás volvió a mostrar algún indicio de su origen. Matías era como los niños del pueblo, claro, se destacaba por el rubio de sus cabellos y sus ojos azules profundos. Sin embargo, nadie dudaba de la procedencia de su descendencia debido a que la madre de Valentina y Ximena poseía una belleza indiscutible con sus ojos color azul claro y su cabellera rubia.

Don Santiago siempre fue la envidia de todos por tener a las mujeres más hermosas del pueblo. Algunos aseguraban que Valentina podría tener a cualquier hombre y algunos desfilaron por el rancho sin pena ni gloria porque la mujer de mirada afilada era inalcanzable.

Valentina estaba entregada al rancho colibrí día y noche los trescientos sesenta y cinco días del año. Con la llegada de Matías sus prioridades se reforzaron. Las habladurías nunca pudieron ser calladas, las mujeres deseaban saber quien era el padre del hijo de Valentina, además curiosas por ni siquiera notar su embarazo.

Sin embargo, Valentina no iba a darle explicaciones a nadie y justamente eso fue callando bocas con el paso de los años. A Matías se le mintió sobre su verdadera madre, sin tener una foto actual de ella no había mucho que decirle, solo quedaban los álbumes de la infancia y los recuerdos, si tenía preguntas sobre Ximena nadie podía contestarle nada que no fuera su vida en el rancho.

Valentina suplió una figura materna cubriendo con su poca experiencia un papel que jamás pensó tener.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.