A veces me pregunto qué haría Sebastián sin mí, a merced del resto de los vampiros. Yo lo convertí en lo que es, cierto, pero también me tomé la molestia de protegerlo a toda costa. Quizá debería dejarlo fuera, solo, pregonar en el mundo de las criaturas nocturnas que mi hermano está indefenso, y que cualquier otro vampiro de mayor rango puede venir a chuparle la sangre.
Para ser sincero, cualquier otro vampiro es de mayor rango. De hecho, ni siquiera se toman la molestia de llamarnos "vampiros". Les basta con decirnos "los despreciables", "los subvampiros", "los invisibles", "los impuros". Sebastián y yo no somos otra cosa que la base de la pirámide en el mundo vampírico.
Siento un sabor ácido en la boca cada vez que pienso en lo que somos. La primera vez que desperté siendo vampiro, creí haber sido invitado a un mundo de sofisticación y misticismo. Era un ser de la oscuridad, más allá de los límites simples que aprisionan a los humanos. Era inmortal. Era fuerte, veloz, audaz. No tendría cómo haber sabido de las clases que separan a un vampiro de otro.
Pero una noche, mientras caminaba por la cúspide de una montaña, dos hombres aparecieron frente a mí. Al principio, tuve ganas de abrazarlos; supe de inmediato que eran inmortales al igual que yo ¿Cómo? Fue sencillo: a miles de metros de altitud, ninguna otra persona podría haber sobrevivido sin ningún equipo de por medio.
Recuerdo haberles gritado "¡Hermanos!" y haber recibido como respuesta un intento de asesinato: ambos me atacaron, trataron de clavarme una estaca y arrancarme la cabeza. Sus colmillos relucientes se hundieron en mis hombros cuando intentaron someterme. Sus ojos de vampiros eran un pozo de desprecio.
De alguna manera, logré escapar. Me escondí por meses mientras intentaba conocer a otros como yo. Cuando los encontré, vivían solos, escondidos en sótanos de los cuales salían únicamente para alimentarse de lo primero que veían. Ellos me contaron el porqué de nuestra condición, y como el mundo de los mortales es un mundo parecido al nuestro:
Cuando era humano, mi origen definía lo qué era y lo que se esperaba de mí. Definía las personas con las que me codeaba, los lugares que frecuentaba y las relaciones que establecía; más aún, definía mi lugar en el mundo, y los obstáculos que atravesaba en él. Antes de morir, estuve a punto de cruzar el umbral hacia una vida de riqueza monetaria y lujos, y cual broma cruel de la suerte, al convertirme en vampiro regresé al inicio de quien era como humano: un soberano don nadie.
El mundo vampírico no se compone de vampiros y ya. Existen cuatro clases, todas definidas por el modo como el vampiro fue convertido: los originales, seres legendarios de esta noche eterna. No son convertidos por nadie, sino que su propio cuerpo cambia paulatinamente de composición hasta convertirse en vampiros, he aquí el origen de su nombre. No heredan su condición de vampirismo de nadie, sino que la propia naturaleza parece elegirlos. Poco o nada se sabe de ellos, ya que sólo unos cuantos aparecen cada siglo, pero su posición les otorga privilegios. Son además los más fuertes de la raza.
Los puros, hijos biológicos de los originales. Su número es mayor, y aunque no son tan fuertes como sus padres, poseen gran parte de sus privilegios. Son además los encargados de hacer valer las reglas de la raza vampírica. Quienes me persiguieron, luego supe, fueron vampiros puros.
Los vampiros comunes son vampiros convertidos por los puros a través de una mordida en el cuello. Su número se cuenta en cientos de miles. Son una especie de gran familia feliz que le otorga tributo a los originales, respeto a los puros y total indiferencia a los impuros, trato injusto si consideramos que todos los impuros somos sus hijos bastardos.
Nosotros somos los impuros. Para ser un vampiro impuro sólo se necesita la mala suerte de ser mordido por un vampiro común, algo así como el escalón más bajo de la pirámide de mordidas. Puesto que nuestro origen no tiene relación alguna con los originales o los puros, somos el grupo con la sangre más "sucia" del clan.
En este universo paralelo de sombras, donde las ansias de sangre y la maldad de conjugan, existen pocas reglas:
1.- Los originales están en el punto más alto de la jerarquía. No existe nadie con mayor autoridad en la raza que ellos.
2.- Los puros se encargan de establecer las pautas de conducta y las leyes.
3.- Los comunes e impuros pueden elegir cualquier clase de vida, siempre y cuando no revelen el secreto de los vampiros.
Y mi regla favorita:
4.- Está prohibido matar a otro vampiro, a menos que éste sea impuro.
Nuestra sangre, aunque sucia, es apreciada. Tomar la sangre de un humano te alimenta, pero la de otro vampiro te fortalece. Absorbes su vida, sus recuerdos, cualquier habilidad física o mental que el otro haya acumulado en su vida. Alguna vez yo tuve la osadía de beber la sangre de un vampiro común: era un hombre de artes, y heme aquí que puedo recitar absolutamente cualquier fragmento de las obras de Shakespeare y distinguir una obra arquitectónica de una mera construcción ambiciosa.
Esa misma osadía me llevó a construir un refugio para los míos. Porque los vampiros que me acompañan están ciertamente sometidos a mi autoridad, incluyendo a Sebastián. Estudié a los vampiros, y descubrí que la mayoría de ellos formaban grupos pequeños, o bien, preferían permanecer solos. Son más fuertes que nosotros, sin duda, pero si nosotros los sobrepasamos en número podemos derrotarlos. Así fue como decidí crear este hotel para agrupar a un buen número de impuros, incluyendo a mi hermano.
Los puros nos conocen; a veces nos rondan con intención de intimidarnos. Pero saben que entre estas paredes se esconden demasiados vampiros dispuestos a combatirlos si fuese necesario.