Hospital Los Ángeles, San Luis Potosí, México
Silencio en la habitación. La señora Laura miraba alrededor, tratando de rebajar la tensión. Entraba poca luz por la ventana de aquella habitación, probablemente a causa de las persianas, que, al ser muy oscuras, impedían el paso de los rayos del sol.
Los muebles eran de maderas duras y un poco de cuero, muy detalladas a mano, seguramente de época.
En la paredes había cuadros muy pequeños, de diferente imagen enfocados al proceso de un bebé, colocados al azar.
En una banca de un rincón, junto a un pequeño florero de cristal, había una estampa de la Virgen de Guadalupe con agua y una veladora. Por último, en el suelo, una alfombra que daba ala habitación un aspecto más sombrío y pesado. "Es horrible - pensó - que un doctor tenga tan poco gusto de la decoración."
Pero en lo personal no era de su interés ocuparse de la decoración de aquel hospital. Un sonido rompió el silencio : un reloj colgado en la pared, quizá comprado en un bazar.
Observó durante un instante al hombre que estaba sentado en un banco y no en los sillones de cuero. Tenía la frente roja y llena de sudor y examinaba con gran atención unas hojas. Casi parecía no prestarle atención. En el intento de llorar se puso de pie, se acercó a la ventana y con la palma de la mano de tapó los ojos, y con la otra mano retiro la cortina, casi como si quisiera descubrir un nuevo mundo. Mientras de frotaba los ojos llorosos y los músculos rígidos del hombro miro afuera, hacia el jardín. Las flores mantenían un moviendo, bailando con el poco viento, moviendo el pie de manera nerviosa como si tuviera prisa de ir quién sabe a dónde, a hacer quién sabe qué. En la acera los peatones esperaban pacientemente a qué el semaforo se pusiese rojo para cruzar. Una Joven que se veía que ya era madre estaba consolando a un niño que lloraba, a lo mejor quería un dulce o nose. Unos chicos reían y bromeaban delante de una tienda comercial. Llevaban a la espalda la mochila del colegio, quizá se aprestaban a regresar a casa después de muchas horas de clases aburridas, o quizá quedaron con un amigo para estudiar juntos. La señora Laura se preguntó que hora era y miró el reloj: las 16:50. Había pasado más de 3 horas desde que había entrado en esa habitación. Quién sabe cuánto tendría que esperar. Al fijar la mirada, observo al doctor John la estaba mirando con un gesto preocupado. Suspiró, luego se dio ánimos y exclamó:
- ¿Y bien, doctor?
Y volvió a tomar asiento en aquel mueble.
- Por desgracia, lo que me dispongo a decirle no va a gustarle. He examinado atentamente los resultados de la última prueba y... Siguiendo un tiempo de silencio. La señora Laura comprendió que el médico estaba buscando las palabras apropiadas para afrontar el tema y empezó a ponerse nerviosamente con los papeles de mantenía en las monos. Observó con atención aquel médico con barba y pelo entrecanos, buscando un destello de esperanza. Pero no lo encontró. - Lo lamento - continuó el doctor -, pero ya no hay nada que hacer. Seré honesto y sincero, no le queda mucho tiempo de vida. - Laura palideció de repente, sintió que mundo se destruía bajo sus pies, trató de mantener la clama, pero por mucho que lo intentaba no pudo, la voz le temblaba mientras preguntaba: