MARIA
- ¿Diga?
- ¡Hola, María!
Es llamada había encendido una pequeña luz dentro de ella..
- ¡Hola! ¡Dame un segundo para que cambie de teléfono! - le dijo María al chico que tomaba clases particulares de francés con la perspectiva de una futura licenciatura en lenguas. Y, como es un guión, desde la otra habitación se escucho un grito super espantoso.
- Cariñooo... ¿Quién llama?
- ¡Es para mí, mamá, es Gabriela!
María cubrió con la mano el auricular mientras le gritaba a su madre. Un leve rubor le subió a las mejillas. No estaba nada bien mentir a un a madre, eso lo sabía, peor no se le apetitava explicarle quién estaba al otro lado de la línea. Y que.
- Dale un saludo de mi parte... Y dile que venga a cenar mañana con sus padres - la voz de su madre se volvió peligroso semente cercana.
- Claro, descuida, no te preocupes.
Ya no hacía falta gritar, dado que su madre había llegado al salón.
- Subo a hablar a mi habitación.
Una sonrisa radiante con treinta y dos dientes, la sonrisa de quien está contando una mentira. Una mentira inocente, pero de todas formas una mentira.
- OK, como gustes.
La mujer observo a su hija, corría escaleras, disimulaba a su vez una sonrisa. Claro, ella también había sido adolescente. Ella también le había escondido a su madre el destinatario de las kilometricas cartas que escribía, es decir, su antiguo marido. Un clásico, durante los momentos dedicados al estudio, en el silencio de su pequeña habitación, páginas había llenado de corazones y de promesas para mandárselas a María.
Ay, los buenos tiempos de las cartas escritas a mano a pulso, había que analizar antes de escribir, se buscaba las palabras complicadas y ampulosas, las metáforas más atinadas. Pero ahora, con los correos electrónicos y los mensajes, el papel de carta perfumado de lavanda con dibujitos estaba a guardado en las estanterías de la memoria.