Odiaba la oscuridad, siempre, porque me aterraba lo que podía pasarme cuando no podía ver nada. Mi mente inventaba miles de malos escenarios que me hacían sollozar. Una vez, recuerdo, había habido un apagón en la casa mientras estaba sola y me había quedado congelada durante unas dos horas, en el sofá, porque tenía miedo de pisar el suelo para ir a la cocina a buscar velas o una linterna, lo que fuera. Así es como César me había encontrado cuando regresó, aunque la electricidad había vuelto. Y ahora, mi peor pesadilla había tomado forma. Estaba encerrada en una pequeña habitación de la que no podía salir, sin señal de luz. Empecé a tener un ataque de pánico y si no hacía algo para combatirlo, el resultado no sería bueno.
Con el poco valor y la cordura que me quedaban, conseguí abrir mi bolso y sacar el móvil. Me temblaban las manos mientras luchaba por encontrar el botón de encendido para poder encender la linterna. Me sorprendió que Manuel no hubiera hecho ningún ruido desde que el ascensor se detuvo y empezaba a preocuparme que algo anduviera mal. Con la primera luz de la pantalla de mi teléfono, lo vi pegado a la pared del ascensor. Tenía los ojos cerrados y parecía aterrorizado. Me olvidé inmediatamente de mis propios temores y me acerqué a él de inmediato. Se estremeció cuando lo toqué y sólo entonces recordó que, para sobrevivir, tenía que respirar.
― Manuel, ¿estás bien? ― pregunté, temblando.
― No puedo en espacios cerrados...
― No te preocupes, todo irá bien ―, le prometí, aunque no tenía ni idea de si cumpliría mi promesa. Me acerqué al tablero y pulsé frenéticamente el botón de emergencia. Inmediatamente se encendieron las luces de seguridad, lo que me enfadó porque deberían haberse encendido en cuanto el ascensor se detuvo. ― No deberían tardar mucho en sacarnos de aquí ―, continué y volví con él.
― Odio los ascensores ―, dijo con dificultad. Me di cuenta de que tenía la garganta reseca por el miedo, así que le di un poco de agua sin demorar.
― No nos quedemos de pie, dicen que es mejor sentarse cuando uno se encuentra en estas situaciones.
― Sí, porque si el ascensor se cae, las posibilidades de morir al instante son menores si estás tumbado que si estás de pie.
Qué macabro, pensé, pero no le dije nada. Me reí, ostensiblemente divertida por la situación, y le tiré del brazo para que nos sentáramos en el suelo. Compartimos un poco más de agua y yo hice un ejercicio de respiración para calmarme. Un respiro profundo y contar hasta diez antes de dejarlo ir. Repetir diez veces más. Funcionó porque pronto sentí que podía pensar con más claridad. Miré mi teléfono y me reí porque, por arte de magia, no había rastro de señal allí. Cajas malditas, solté molesta.
― ¿También te dan miedo los ascensores? ― Oí que Manuel me preguntaba. Era una buena señal que quisiera iniciar una conversación en lugar de quedarse en silencio. Seguramente le ayudaría más, al menos a mí me ayudaría a no revolcarme en la paranoia.
― ¿Recuerdas el incidente del desván? ― Me reí y le oí reírse un poco. ― Combinado con mi miedo a la oscuridad, actualmente vivo en un infierno, pero ayuda que no estoy sola ―. Apoyé mi cabeza en su hombro e inmediatamente le oí suspirar aliviado porque el contacto le calmaba. ― Háblame, dime lo que te asusta ―, murmuré.
Estuvo en silencio durante mucho tiempo, pero finalmente decidió hablar conmigo. ― No tenía ninguna fobia. Los adquirí después del accidente. Estuve atrapado en el coche durante más de tres horas con mi padre muerto en el asiento de al lado y mi madre muriendo lentamente. Desde entonces, no soporto los espacios cerrados.
― Lo que te pasó, lo que les pasó, fue realmente trágico. Pero no debería definir tu vida y quién eres. Tu familia no te culpa de lo que pasó, quizá deberías dejar tú también culparte.
― Lo intento, pero no me resulta fácil.
― Supongo que yo reaccionaría de la misma manera. Tal vez incluso peor. Eres un hombre fuerte, Manuel, eres inteligente y talentoso, eres hermoso... comienza a vivir de nuevo mientras aún hay tiempo. Que ya sabes, el juego puede abrirte nuevas puertas, no sólo en tu vida profesional sino también en la personal, así que más vale que te prepares para vivirlo al máximo.
Giró la cabeza hacia mí y su cara quedó muy cerca de la mía. ― Tienes una manera increíble de apaciguar mis temores ―, monologó, logrando poner una sonrisa en mis labios.
― Ojalá pudiera calmar a los míos tan fácilmente.
― ¿Hay algo que pueda hacer?
― Me escuchas y me aguantas cuando te grito. Supongo que es suficiente ―, me reí suavemente.
― Me sorprende que estés sola ―, susurró, mirándome tan eróticamente que me perdí por un momento.
― Es mi elección.
― ¿Por qué? ¿Por qué querrías estar sola?
― Porque la única vez que me apegué emocionalmente a alguien, me hicieron mucho daño. Me engañaron, no con una sino con dos mujeres diferentes. Desde entonces, preferí mantener las distancias hasta que también me cansé de eso. Eres el primer hombre con el que me acuesto en brazos en siete años ― admití, viendo la sorpresa en sus ojos.
El tiempo se detuvo de nuevo como cada vez que me miraba de esa manera. Acercó su rostro al mío, pero dudó un instante, como si esperara a que me apartara antes de acercar sus labios a los míos. Me estremecí por completo. Nuestro beso comenzó suave, exploratorio, hasta que empezó a convertirse en una pasión que se desbordaba y que, si no la dejábamos ir, podría asfixiarnos. Me atrajo hacia él y, sin romper nuestro beso, me senté contra él. Sus manos estaban en mis piernas donde comenzó a subir mi vestido hasta mis caderas. Me apretó las nalgas antes de que sus palmas estuvieran en mi espalda desnuda. Su tacto hizo que mi cuerpo se estremeciera mientras su beso me hacía olvidar todo. No recordaba dónde estaba, qué había pasado, qué decía el maldito contrato que había firmado e incumplía, poniendo en peligro mi trabajo y el futuro de Manuel. Nada me importaba porque lo deseaba mucho. No había querido hacer el amor con otro hombre tanto como con él. No podía esperar a que saliéramos del ascensor y pasáramos toda la noche en la cama, descubriéndonos el uno al otro. Pero una vez más, el destino tenía otros planes.