Nuestra velada continuó en el apartamento. Estábamos tan necesitados el uno del otro que no podíamos mantener la distancia requerida. Ni siquiera habíamos hablado de lo que íbamos a hacer porque ambos sabíamos que si lo hacíamos, no llegaríamos a ninguna parte. Habríamos llegado a otro callejón sin salida. Así que decidimos dormir abrazados y no hablar en lo que respecta a nuestra relación. Y aunque me consumía la incertidumbre, al día siguiente fui a trabajar con más ánimo y más optimismo.
Saludé Agatha desde lejos y ella corrió hacia mí. Manuel le sonrió y se fue a hablar con la gente de producción después de darme una tierna palmadita en la espalda. Mi nueva amiga me sonrió socarronamente y enseguida sentí que me ardían las mejillas.
― Alguien ha pasado una buena noche, creo ―, bromeó, con una suave risita.
― Fue agradable, pero la mañana sigue siendo incierta ―, suspiré con fuerza. ― Tú, ¿estás bien?
― Sí, anoche estuvimos rodando y me peleé con la otra mujer. Casi la agarro por el pelo, maldita...
Me reí porque ni siquiera podía maldecir. Quise burlarme un poco de ella, pero un hombre de producción se acercó a mí y me dijo que me buscaban.
― Ve a las oficinas del jefe, Manuel y Esther están allí y te están esperando también ―, dijo y empezó a salir, pero lo detuve.
― ¿Te han dicho el porque?
― No, no me dan un informe, pero me dijeron que no llegaras tarde.
No podía entender para qué me querían. Me sorprendió terriblemente que Manuel y Esther ya estuvieran allí y empecé a preocuparme seriamente.
― Lo siento, Agatha, tengo que irme ―, murmuré.
― Hasta luego ―, sonrió y se dirigió en dirección contraria a la mía.
Pronto encontré el despacho, pero antes de entrar me detuve a escuchar las voces del interior. Alguien hablaba sin parar, con la voz alzada, mientras se oía un ruido de golpes como si algo estuviera golpeando. Empecé a temblar pero no pude contenerme más. Llamé a la puerta dos veces y la abrí, vacilante.
― ¿Me estaban buscando? ― pregunté, mirando a Manuel, que parecía aterrado.
― ¿Tú eres la causa del escándalo? ― Gritó el hombre que tenía enfrente mientras me miraba de pies a cabeza, con desaprobación.
― No entiendo, ¿qué quiere decir?
― Quiero decir que sé que los tres os habéis estado burlando de mí a mis espaldas durante mucho tiempo ―, respondió en tono amenazante y arrojó una docena de fotos sobre el escritorio. ― ¿Cuánto tiempo hace que han rompido sus contratos? Sospecho firmemente... No sé quién va a pagar por ello, pero una cosa es segura, ¡rodarán cabezas!
Me estremecí de miedo y, con una mano temblorosa, tomé una de las fotos que tenía en la mano. Me congelé porque era de la noche anterior. Alguien había tomado fotos de mí y de Manuel haciendo el amor en la parte trasera del coche. ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta de que nos seguían?
― Alguien nos ha dicho que os han visto besaros en una de las habitaciones de la casa y tenía que ver si era verdad. Hice que uno de mis fotógrafos de confianza te siguiera y puedo decir que me decepcionó que la información que me dieron fuera cierta ―, continuó sin inmutarse, mientras mi corazón estaba a punto de romperse.
― Mire señor, usted no puede dirigir nuestras vidas ―, empezó a decir Manuel, pero el hombre lo fulminó con una mirada intensa que lo habría matado fácilmente si hubiera podido.
― Desde el momento en que firmaste el contrato, me perteneces. Si te digo que te tires, te tirarás, pero no a esta ―, respondió fríamente, señalando hacia mí.
Manuel se movió amenazadoramente hacia él, pero fue detenido por Esther, que miró a su jefe, disgustada.
― Comentarios como esos son innecesarios ―, le dijo ella entre dientes.
― Tú te quedas callada. Sabías de su relación, sabías que si los descubrían, se arruinaría el juego antes de que empezara, ¡y aun así los protegiste!
― Esther no lo sabía ―, solté, antes de que ella respondiera. ― No tenía ni idea de lo que estaba pasando. Siempre pensó que Manuel y yo nos peleábamos como perros, así que en un momento dado me nombró ayudante de una jugadora durante un tiempo para que pudiéramos calmarnos porque realmente pensaba que nos íbamos a matar.
Mi amiga me miró sorprendida, pero también agradecida de que la ayudara a conservar su trabajo.
― Es cierto ―, intervino también Manuel. ― Si quieres castigar a alguien por esto, castígame a mí, yo empecé todo esto ―, continuó, pero era evidente que ese señor buscaba otra víctima.
― No... ― Susurré y todos los ojos se volvieron hacia mí. ― A quien quiere castigar es a mí ―, sonreí mientras seguía mirándome con asco.
― Recoge tus cosas y vete de aquí. Nuestros abogados se pondrán en contacto con usted ―, lanzó en tono feroz.
― No, no puedes ir a por ella legalmente ―, levantó la voz Esther. ― Es una chica pobre, no puede llegar a fin de mes, por eso ha venido a trabajar aquí, ¿qué puedes ganar con ella? ¿Quieres enviarla a la cárcel porque se enamoró? ¿Hablamos en serio? Piensa en la difusión que se creará si vas a por ella, el lugar zumbará y la victimizarás mientras que tu saldrás como el malo de la película. Sabes que la gente castiga, no van a ver el juego si se enteran de lo que hiciste.
Él pareció considerar sus palabras. Contuve la respiración porque si insistía en perseguirme legalmente, acabaría definitivamente en la cárcel. ¿De dónde iba a sacar esa cantidad de dinero para pagar? Miré a Manuel, que tenía una expresión de preocupación, aunque su enfado la superaba. Sus rasgos estaban distorsionados y estaba segura de que, si pudiera, lo clavaría en la pared.
― Y cómo sé que no saldrá a hablar...
― No voy a hacer daño a Manuel ni a Esther ―, le interrumpí. ― Nunca podría hacer nada para herir a dos personas que quiero. No sé qué quieres que haga para demostrarlo...
― No tienes que demostrar nada, Amalia ―, dijo Manuel. ― Ninguno de nosotros tiene nada que demostrar. Ella se irá si tanto quieres que se vaya, Esther volverá a su trabajo, y yo terminaré este juego de mierda tuyo como acordamos desde el principio. Si vas a por ella, yo iré a por ti y no pararé hasta destruirte. Mi padre me contó algunas historias interesantes sobre ti, no querrás que las use.