El juego del amor

Prólogo

Per mia moglie, Fiorella.

Oh mia signora, sei così bella.

Mi illumini con la tua bella presenza.

Non mi interessa se hai un figlio.

Il mio cuore vi amerà entrambi.


 

Del tuo amore, Luciano.

 

1792, Londres.

 

Justinian Amery, el séptimo duque de Exeter, estaba esperando a su prometida entrar a la iglesia. Hoy iba a ser un gran día. Después de largos meses de cortejos, por fin iba a casarse con Fiorella Lombardi, la hermana menor de un marqués italiano.

 

Justinian se sintió atraído por Fiorella desde la primera vez que la vio entrar a un baile celebrado por su madre. Se quedó boquiabierto, contemplando los sensuales movimientos de cadera de Fiorella mientras bailaba con un caballero poco agraciado. Era toda una belleza con su pelo hilado de dorado, ojos miel y la piel acaramelada. Era toda una novedad entre tantas damas pálidas y esqueléticas. Tan enfermizas, vacías y frías. Su paladar estaba cansado de saborear la misma mercancía una y otra vez. El cuerpo de Fiorella era la tentación en sí. Delgado, esbelto y con abundantes caderas con piernas alargadas. Los pechos parecían ser del tamaño correcto. Se mordió el labio imaginando recorrerlos con sus manos. ¡Necesitaba poseerla a todo coste! No le importaba nada más, solo la quería a ella.

 

«Fiorella Amery, la futura duquesa de Exeter.»

 

No le gustaban las damas virginales porque eran insufribles y aburridas. Tampoco tenía tiempo para corromperlas y enseñarles el arte de la seducción, cuando podría estar con cualquier mujer deseable y experimentada. Viudas, casadas, prostitutas. Le daba igual con quién fornicar porque el sexo era únicamente sexo. Era la manera donde podía desahogar su estrés causado por las responsabilidades del ducado, y también podía mostrar su lado perverso y oscuro. Estaba hastiado de fingir ser un caballero educado.

 

Pero por primera vez, quería mancillar una dama inocente. A Fiorella Lombardi. Apoderarse de esa inocencia. Se excitó de sobremanera al pensar cómo sería penetrar el cuerpo de Fiorella por primera vez, romperle el himen y verla gritar de dolor con los muslos sangrientos.

 

Quería ser la envidia de todos los caballeros de Londres.

 

Una vez que la novedad de tener a Fiorella en su cama pasará como le ocurría como siempre, volverá a sus andadas de libertino enmascarado. Porque no iba a serle fiel. Las mujeres solo eran objetos, creadas para servir y calentar la cama a los hombres.

 

El cortejo fue sencillo y fácil. Con palabras románticas, carentes de sentimientos, Justinian logró su cometido: tener a Fiorella en la palma de su mano.

 

¿Cómo no lo iba a conseguir? Aunque ella era popular entre los caballeros en la sociedad londinense, él era superior a todos ellos. Un duque joven, con mucha riqueza y poder, agradable y respetuoso.

 

—Fiorella Lombardi, ¿acepta a Justinian Avery como su esposo en la muerte y en la enfermedad?

 

—Sí, lo acepto.

 

El sacerdote se dirigió hacia Justinian.

 

—Justinian Avery, ¿acepta a Fiorella Lombardi como su mujer en la muerte y en la enfermedad?

 

—Sí, lo hago.

 

Justinian estaba impaciente. Ya no quería estar ni un rato más en la celebración de su boda. No cuando podía estar entre los brazos de Fiorella.
 

Fingió varias sonrisas mientras recibía felicitaciones de parte de algunos conocidos. ¡Era tan agotador fingir ser alguien que no era!

 

Bufó frustrado, queriendo quitar ya su máscara. Y tener una noche llena de juegos morbosos con su esposa.
 

«Oh, Fiorella. Por fin, eres mía. Solo con pensar en tu cuerpo desnudo, abierto para mí, me pongo en celo.»
 

Contempló a Fiorella desde lejos. Se encontraba hablando con su hermano mayor. El indomable marqués de Lombardi. Le caía mal porque era el único de la familia de Fiorella que no lo aceptaba con los brazos abiertos.

 

Apretó sus labios con asco al observar el abrazo entre los hermanos Lombardi, mientras se llevaba una copa de vino a sus labios.

Quería separarla de él. Pero debía ser paciente. Una vez en su mansión, Fiorella será como una ave, encerrada en una jaula, completamente a su merced.
 

—Escúchame, hermana. Si un día, El duque de Exeter te hace daño, ven a vivir conmigo en Italia. ¿Entiendo? Eres mi única hermana y no quiero verte sufrir por nada del mundo.

 

—Te lo prometo, hermano. Pero, te equivocas sobre él. Es un gran hombre. Sé que me cuidará, lo sé muy bien.

 

Lo que Fiorella no sabía era que la decisión de contraer matrimonio con Justinian era el comienzo de un infierno sin salida.

 

Y la noche de bodas había sido el preludio de esa vida matrimonial infernal.

 

—¡Eres tan hermosa! No sabes las ganas que tenía de que fueras mía, solamente mía.

 

Fiorella sonrió con timidez. Estaba radiante de felicidad. Se sentía en las nubes. En la sociedad donde vivía —tan exigente y perfeccionista—, existían pocos matrimonios por amor. Aunque su familia jamás la habría obligado a casarse con alguien a quien no quisiera, estaba preparada a llevar una vida aburrida con algún noble inexpresivo y caballeroso. Uno donde no sentiría emoción, atracción ni amor. Entonces conoció a Justinian y con el pasar del tiempo, terminó totalmente enamorada de él. ¡Un matrimonio de amor! Se sentía tan afortunada.
 

—¿Dejarás que te haga todo lo que quiera, verdad? —preguntó Justinian mientras tocaba el rostro de Fiorella.
 

—Sí.
 

Fiorella sabía lo que pasaba entre una mujer y un hombre. No porque su madre se lo había intentado explicar un día antes de su boda, sino porque muchas veces había visto sus sirvientas irse con mozos, yaciendo en la suciedad de los henos.
 




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