El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

3. Jor II

El Maestro y el Sabio

—Bay —dije con una amplia sonrisa.

La guriana que estaba tomando mi hombro era una de mis mejores amigas, la había conocido hace casi cuatro años, cuando madre y yo tuvimos que movernos de nuestra antigua vivienda, la familia de Bay fue la que nos ayudó en los momentos más difíciles. Nos proporcionaron una morada en lo alto de la colina y nos obsequiaron algunos cerdos y redes para conseguir pescado. Desde ese entonces me volví muy cercano a ella.

Su nombre era una abreviación del nombre élfico Bayaw, y era meses menor que yo, su familia era dueña de los establos de la aldea y la más adinerada de todas. A pesar de ser una aldea de bajos recursos. Era alta, midiendo unos dedos más que yo, que para los chicos gurianos era bajo, tenía el cabello café hasta por debajo de los hombros, sus ojos eran del color de la miel y su piel como el trigo. Sus alas no eran del tradicional blanco, eran como el color de la paja, pues los gurianos tenemos alas.

—¿Qué estás haciendo, Jor? —dijo con una dulce voz, que solo podía pertenecer a ella.

—Observó el mar.

—Pareces abstraído —dijo apenas termine de hablar, atropelladamente.

—He teñido sueños extraños.

—¿Pesadillas?

—Si —dije alzando la vista y chocando con sus ojos del color de la miel. Los míos eran marrones como la tierra.

—Hoy el Maestro Comunal nos iba a enseñar acerca de las pesadillas.

—Que tan diferente pueden llegar a ser de los sueños —dije poniéndome de pie, quedando frente a frente con ella.

Sus ojos brillaban entre unas largas pestañas, el rostro de la guriana era redondeado y los labios carnosos, su nariz respingada lograba que tuviera un aspecto angelical.

—Si es necesaria una clase especial para las pesadillas —hablaba firme, aunque de vez en cuando bajaba la mirada— quizás sí sea importante.

—Entonces vamos —dije empujándola sutilmente por el hombro.

Cruzamos por el camino de gravilla que había construido el alcalde de la zona, este no vivía en la aldea, sino en una villa cercana, aún así se encargaba de que todo se viera en un aparente orden.

Llegamos a la pequeña plaza de la aldea, sentados se encontraban varios de los niños en torno al Maestro que se había sentado al borde de una fuente de agua. La acariciaba.

—Mucha gente se da el crédito de ver el futuro en sueños —dijo el anciano guriano mirando al cielo.

Llevaba una gruesa túnica de color gris, sus alas eran lánguidas y pálidas al igual que todo su cuerpo. Sus ojos eran de un celeste intenso, su nariz era recta y sus labios finos. Inspiraba frío.

—Pero según los Sabios más veteranos, los sueños son solo recuerdos.

—Lo dijo la semana pasada —escuchamos de un chico, su nombre era Fer y era el que siempre se encargaba de fastidiar a todos— o es que ya le dio la Pérdida de Luz.

—Más respeto muchacho —dijo penetrando con la mirada a Fer, yo no soportaría la mirada fija de esos ojos fríos— y paciencia. La paciencia es la virtud de los sabios, ancianos, dioses y demonios, todo el que tiene paciencia tiene poder, poder de poder alterar el poder.

—¿Hoy no íbamos a hablar de las pesadillas, Maestro? —pregunté, toda aquella dilación estaba logrando que pierda la paciencia que el anciano tanto añoraba de nosotros.

—Las pesadillas no son como los sueños. Son únicas, creadas por tu cerebros en base a tus traumas y miedos, en base a lo que tu vida representa.

—Y si tienes una pesadilla con algo que jamás has visto o sentido, Maestro Gar.

—Hay algunos que se hacen llamar videntes, cosa que no creo que exista —decía frunciendo el ceño— poseen la habilidad de ver el futuro —habría los ojos mostrando su burla— dicen que en pesadillas horribles y desagradables pueden ver los malos augurios del mundo, o del mismo universo.

—¿Usted cree que eso sea posible, Maestro?

—Yo no creo en los cuentos para niños, ni en las patrañas de esos farsantes y si tuviste una pesadilla busca el trasfondo de la misma.

La clase siguió igual, el Maestro hablaba de traumas, de trasfondos y le otorgaba una explicación lógica al porqué de una pesadilla, pero nada de aquello me convencía. Me fui del lugar llegada la tarde y me dirigí a mi casa, despidiéndome de Bay, que al final me dijo algo sorpresivo.

—El Sabio de la Playa de Acantilados va a venir, el alcalde solicitó al barón que lo envíe para que observe cómo va la situación de las aldeas y pueblos de sus tierras. Él sabrá muchísimo más que el Maestro acerca de las pesadillas.

—Gracias Bay, anda descansa, mañana va a ser un día largo.

—¿Por qué lo dices?

—Lo presiento.

***

Hacía calor nuevamente, todo estaba oscuro, áspero y agrietado. Al abrir los ojos me encontré con el mismo siniestro panorama. El cielo estaba rojo como la sangre y ahora llovía.

La noche del terror —escuchaba varios susurros— la noche del terror —repetían.




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