El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

33. XIII

Una familia necesitada

—No puede ser él —balbuceé mientras me levantaba y restregaba mis ojos.

El sol ya estaba en lo alto y sentía que había dormido una eternidad, me levanté y frente a mí encontré a un niño elfo que me observaba con los ojos curiosos. Sus ojos mostraban una extraña inclinación hacia adentro más señalada que los de Sirinna, sus orejas también eran más en punta. Sus ojos presentaban un rojizo color y su nariz era tan recta que pensé que era falsa.

Su mirada era curiosa y a diferencia de mí que llevaba ropas completamente desaliñadas y rasgadas, el elfo vestía un pantalón hasta las rodillas marrón y remangado, además un camisón de color verde que se unía con cordones al cuello.

—¡Jeny! —escuché una voz desde atrás— no molestes al muchacho.

Un elfo mayor se acercó al lugar y me observó a su hijo reprochándole y luego hacia a mí con un poco de lástima por lo que extendió su mano, larga y huesuda.

El segundo elfo era muy delgado y alto, su cabello era largo y castaño amarrado en una cola que lo hacía llegar hasta la mitad de la espalda. Sus ojos presentaban un aspecto rojizo al igual que el del niño elfo, su nariz y mentón eran iguales, salvo que este último estaba peor vestido y más sucio que el niño elfo.

—Mi nombre es Sathiri —dijo el mayor— él es Jeny —acarició la cabeza del pequeño elfo— soy su padre y vivimos cerca de aquí, podrías quedarte con nosotros unos días.

—Tengo que llegar a Elevened —dije un poco absorto— pero agradezco su ayuda— soy Jor.

—¿De dónde eres, amigo? —dijo Sathiri— tu forma de hablar es algo formal, ¿no Jeny?

—Si —dijo él y empezó a chuparse el dedo pulgar.

—Soy de Guria —respondí tímidamente, no podía fiarme completamente de aquel elfo.

—¿Guria? —dijo el elfo más alto mirando a su hijo— no veo tus alas.

—Me las cortaron —dije apenado extrañando quizás mis alas perdidas— en la invasión petuna.

—¡Oh! —exclamó el elfo— lo siento por aquello, se comenta de sur a norte y jamás imaginé encontrando a un guriano de esa noticia de tan al norte.

—Ha pasado tanto —acaricié mi cabeza y el elfo rebuscó algo en su alforja.

—¡Tome! —dijo alzando la voz, extendiéndome una pequeña botella de vidrio empolvada— es cerveza de mantequilla que he hecho yo mismo esta mañana —se acercó a mí y susurro— siempre la tomo a escondidas de Jeny, no quisiera que tuviera mis malas costumbres.

Retrocedió con los hombros un poco decaído, note su vida difícil y en principio no sentí ninguna mala intención, solo eran campesinos.

Apreté la botella en mis manos y bebí el amargo licor y lo bebí pues la sed de hace días se hizo presente cuando acabé de tomar el contenido.

—¡Vaya fiera! —exclamó el elfo— si no fueras guriano pensaría que eres brujo —guiñó el ojo.

—¿Tienen algo de malo los brujos? —dije parándome, el elfo era un palmo más alto que yo, me extendí la botella y la guardó en su alforja. Empezamos a descender la colina hacia Elevened.

—Están prohibidos en El Reino de Sangre —se me congeló el corazón— desde hace muchos años, en la Guerra de los Reinos, creo.

—¿Saben cómo detectarlos? —me miró extrañado, muy interesado en mi interés.

—Pues en la capital tienen sus métodos, todos los considerados brujos o magos están en las mazmorras de Elevened —sonreí al recordar los libros del Maestro "y su debilidad por las alcantarillas"— nadie escapa de ahí, al menos nadie la ha hecho. ¿Por qué el interés?

—Soy escritor —mentí— conocer acerca de las distintas culturas es importante para una buena historia —el elfo se limitó a sonreír mientras poco a poco nos acercábamos a la ciudad blanca que tanto me fascinaba.

Los árboles mediante nos acercábamos a la ciudad iban desapareciendo dando paso a una gran explanada surcada por muchos ríos, el camino que parecía extenso en verdad nos tomo menos de cinco horas, Jeny se había dormido y Sathiri lo llevaba en brazos.

—Es difícil ser padre —me dijo a unos varios pasos de la ciudad que ya podía ser vista. Al menos el muro— más si eres un simple artesano y no tienes como mantenerte —esbozó una pequeña sonrisa— le doy lo mejor a él, le coso su ropa y yo visto la vieja. Le doy los mejores juguetes y el resto los vendo, hago todo por mi pequeño.

—Estoy seguro de que él lo valora.

—Si —rebuscó en su alforja nuevamente y sacó un cuchillo— y sé que tú eres un brujo —se le escapó una lágrima— si te entrego podría ganar mucho dinero y darme un lugar para mi hijo y para mí.




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