El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

46. Frank VIII

Dragones de hielo y fuego. Y el rito a Yggdrassil

Corríamos detrás de ella, Pats y yo seguíamos de cerca a mi hermana, dirigiéndonos en una misión prácticamente suicida hacia una cúpula donde unos locos magos guardaban un dragón, todo para salvar la vida de dos hombres. Dos valiosos aliados por los que valía la pena arriesgarse, sino quien sería yo para aquel pueblo, solo uno más que dejó que sus líderes murieran.

Los zapatos que había empezado a usar se deshacían con cada pisada a velocidad que daba, las garras desgarraban el cuero y por el esfuerzo de los músculos de la pierna y la pata, el calzado terminó por abrirse y abandonar mi cuerpo, igual todo el recubrimiento de cuero que usaba empezó a desanudarse por la velocidad que llevaba y por el extraño ensanchamiento de mis músculos, extrañamente estaba creciendo.

Toda la ropa que llevaba excepto la interior terminó por soltarse en un extraño ensanchamiento del cuerpo, pero sin importar el maldito frío que allí había, seguí corriendo, llegué al lado de mi hermana y seguí corriendo hasta pasar por varios metros a todos y tener frente a mí la cúpula donde según mi hermana se hallaba el dragón y los hombres.

Cerré el puño y golpeé la cúpula que parecía de cristal, me sorprendió ver que era de un material más duro que la roca misma, tanto así que tuve que apartar la mano por el dolor, ahí fue cuando escuchamos nuevamente un rugido de reptil, se repetía de vez en cuando pero no lo veíamos.

Los tres petunes nos pusimos a espaldas de los otros y estuvimos mirando a los cielos mientras escuchábamos los rugidos del dragón, que finalmente se apareció. Viniendo del norte el gran reptil rojo volaba con extrema velocidad hacia nosotros, Pats, Alicia y yo lo mirábamos sin poder hacer nada y cuando estuvo lo suficientemente cerca de nosotros y abrió la boca temimos lo peor.

Nos agachamos pero la llamarada que escupía el dragón no se dirigía a nosotros, más bien a la cúpula, que poco a poco empezó a derretirse en agua. ¿Era hielo? El dragón volaba en torno a la construcción mientras esta se derretía y fue cuando los sectarios salieron de la torre.

Eran cientos y todos miraban fascinados como el dragón resquebrajaba el hielo, mi hermana tomó mi hombro y miró a la cúpula extendiéndome una especie de martillo con la otra mano, lo tomé y a pesar de su tamaño me pareció extremadamente ligero. Avancé hasta una de las paredes y golpeé el hielo que allí se había formado. Agrietándolo.

—¡No! —dijo una voz muy fuerte, que sono espectral, que hizo parar a todos, incluso al dragón que fue poco a poco elevándose para desaparecer.

De entre los sectarios se asomó flotando el sujeto de los ojos morados, con el ceño fruncido y con todos los cabellos alborotados, excepto los de la trenza de la barba. Nos miraba y pronto nos señaló con el índice para cerrar el puño rápidamente.

Muchos de los sectarios desaparecieron y volvieron a aparecer detrás de nosotros o al lado, rodeándonos y acercándose hostilmente hacia nosotros que solo nos acercábamos más a la cúpula.

Levanté el martillo y presurosamente empecé a golpear el hielo nuevamente, consiguiendo que el sectario principal se enfadara más. El morado de sus ojos empezó a brillas y apareció justo delante de mí cuando estaba dispuesto a dar un martillazo más. Detuvo el martillo con la mano y por primera vez sentí miedo, gritó, sus dientes parecieron podridos y su aliento me expulsó hacia los otros dos petunes.

—Los dos somos extranjeros —sonrió el sectario con los ojos brillando, un brillo que poco a poco fue menguando con su voz de demente— el Occidente no me trato bien a mí y a ti el Oriente. Soy un zikiano y tú un petún, y aquí muestro la superioridad de mi raza.

El zikiano alzó el brazo y con la palma extendida me apuntó, justo cuando se escuchó otro rugido y el dragón rojo empezó a incinerar la cúpula por detrás otra vez.

Todos los que nos atacaban cayeron al suelo y se retorcieron en cierta forma de dolor, el zikiano desapareció nuevamente y lo vimos detrás del dragón, alzando el brazo, con un brillo insano en los ojos, de demencia. Pero pronto se derretiría la cúpula y saldría caminando por ella otro dragón.

El zikiano no pudo atacar y sus ojos perdieron el brillo, mientras su cuerpo caía, desapareció. Un dragón de un celeste muy claro y blanquecino salía casi arrastrándose de la cúpula destruída, adentro de esta seguían ambos hombre vivos, con algunos arañazos.

El rojo emprendió el vuelo y algo me dijo que el celeste lo haría también, una fuerza extraña nuevamente tomo posesión de mi cuerpo y salí corriendo hacia el dragón más débil que estiraba sus alas para volar.

Todo fue más lento de pronto mientras yo me sentía yendo más rápido, salté cuando el dragón agitó por primera vez las alas y luchando contra el viento que generaba, logré aferrarme a una de sus piernas.




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