El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

50. Maego V

Hijo mío

Me arrodillé frente a mi padre, justo después de matar al Virrey. El Salón Blanco lleno de adornos de madera sería limpiado  y de eso se encargó Ismá que convocó a la lava del volcán.

—Hijo —dijo mi padre, hablando con sus propios labios, la voz que salía de su garganta era rasposa, gastada y profunda. Pero muy baja para ser escuchada por todos— ya no nos avergonzaremos de lo que somos y tú, deberás liberar al fénix para restaurar nuestra antigua gloria.

—¿Cómo haré eso padre? No puedo dejar esta ciudad, si los gurianos vuelven...

—Es un largo camino a pie de aquí hasta Guria, hijo, ellos no tienen barcos y tú zarparás a primera hora hacia los Puertos a los Pies de las Montañas, el camino será mucho más corto hasta Heldimir.

—¿Y quién protegerá la ciudad, padre?

—Yo mismo, con Ismá y con todos los ignanos —miró por la gran puerta de madera, que se quemaba poco a poco dejando un gran hueco— y no irás solo, el destino —cerró los ojos y suspiró, cuando los abrió un torbellino naranja se formaba en estos— el destino te traerá a tu descendencia.

—Mi hijo.

—Mi nieto, Maego. Con él te encargarás de mostrar la igualdad, él será descendiente de Kerit y de Fénix. La profecía se cumple para nosotros los ignanos. Ten fe.

—¿Y cuándo llegará?

—Te está buscando —dijo y sus ojos volvieron a la normalidad para mirarme— pronto llegará y te enfrentará.

—¿Cómo que me enfrentará? —pregunté en voz alta poniéndome de pie, mi padre colocó su mano en mi hombro.

—Arrodíllate —hizo presión en su mano haciéndome bajar— tengo algo que hacer todavía —carraspeó y tocó mi frente con su mano caliente— Yo Marte, hijo de Mahuis, padre de Maego y abuelo de Martin. Importantes nombres te introduzco al beso del fuego —bajó sus dedos a mis labios y los colocó ahí— bésalos.

—¿Por qué besaría tus dedos?

—Bésalos —repitió y así lo hice. Un viento caliente invadió el lugar, mezclado con arena y sentí mi piel arder.

Me obligó a caer al suelo mientras cada poro de mi cuerpo transpiraba y mostraba una tintura roja cada vez más creciente, la piel por todas partes se volvía escamosa y sentía mis orejas más planas, como aletas. Mis ojos se encendieron y por un momento tuve el impulso de quemarlo todo. Me puse de pie y a través de los ojos de mi padre pude verme.

Era muy similar a un reptil homónimo, completamente rojo y escamoso, la forma del rostro era definida como en mi forma ignana salvo que cubierta de escamas, las orejas habían sido reemplazadas por dos orejas que se dirigían hacia atrás y el cabello se había vuelto grueso y más rojo que lo habitual. Poco a poco toda la forma fue desapareciendo hasta que volví a la normalidad y lucí como cualquier ignano.

—¿Qué fue eso? —alcancé a decir, pero estaba solo y tirado en el suelo del castillo. Frente a mí ya no estaba mi padre y la noche empezaba a caer.

Me incorporé y salí por el hueco en el castillo, por su nueva entrada y miré a la ciudad que volvía a lo normal, miré al volcán y sentí su caricia, entonces por mi espalda apareció Ismá que siguió hablándome a través de la mente.

Mira hacia el mar —afirmé con un sonido— son casi cincuenta barcos —señalaba a la flota que se veía a unas millas girando para entrar en el río— tu hijo está aquí.

—Y deberás bajar —escuche de mi padre que bajaba de las escaleras del piso superior de la Fortaleza Blanca— pronto estará en los muelles.

Mirando hacia lo bajó de la ciudad descendí por los escalones blancos que terminarían por llevarme al ultimo nivel de la ciudad. Los hombres que allí habían ker-sureños, fex-sureños, mestizos o centrales; también pocos gurianos que quedaban me observaban con duda, muchos de ellos posiblemente conocían mi destierro hace dieciocho años y ahora yo los gobernaba.

Caminé por entre el piso de arena sólida que pronto se abría a la desembocadura del río donde efectivamente los barcos se habían detenido. Charlando con un grueso hombre, se encontraba otro al que reconocí al instante. De cabello rubio y de ojos del color del sol, la piel con un ligero bronceado y una contextura fornida a pesar de mostrar delgadez. Los ojos también presentaban una apariencia élfica muy poco pronunciada, igual las orejas.

—¿Qué buscas, Martin? —dije acercándome, por alguna extraña razón acariciando el pomo de mi espada.

—A mi padre —dijo levantando la vista— creo que ya lo encontré —levantó una ceja y al igual que yo acariciaba el pomo de la espada. ¿Quién eres?

—¿Tú quién eres?




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