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No había una luz en el camino. Tan solo eran palabras vacías. La soledad, el silencio y el frío de la noche lo consume todo, incluso las pocas palabras brillantes que pueden decir algunas personas. Nunca en su vida se había sentido tan indefensa como ahora. Todo, absolutamente todo le causa un terror muy grande.
El cadáver se Chester, su perro san Bernardo fue levantado por su padre y su madre. Las expresiones de horror y confusión Tábata jamás las va a olvidar.
Ella no pudo contestar nada, ni una sola palabra. Cayó sobre el suelo antes de que sus padres tengan la respuesta. Ellos se encargaron de llevarla a la recamara y atenderla.
El dolor en todo el cuerpo la estaba matando. No solo le dolía el brazo mordido, también las piernas y la espalda. Su cabeza le dolía, era un dolor fuerte y agudo, como si alguien le tuviera presionando la cabeza con una prensa de metal.
Se quita la manta de encima; su madre la había vestido la noche anterior. En sus piernas había moretones.
—¡Como un demonio! —maldice, de seguro anoche se los hizo con la locura de Chester.
Tábata sentía que algo raro había pasado con aquella mordedura. Había una venda alrededor del brazo. Aquella cosa le dolía, parecía que todavía tenía los colmillos incrustados ahí. Se movió y la herida latió.
—¡Maldita sea! —chilla de dolor.
Lentamente, mordiéndose el labio comienza a retirarse la venda del brazo. Estaba muy enredada, pero a cada ligero movimiento provoca una fuerte punzada y un ardor que hace llorar. Le dió otra vuelta y de ahí desprende un olor fuerte. Una mezcla entre excremento y cloro, pero demasiado acentuado. No quería verse la herida. No quiere destapar aquello. Sabe que algo horrible va a ver cuándo quité todo eso. Casi puede sentir el ardor marcando con más fuerza. ¡Es terrible!
— ¡Esto es una mierda! —masculla ante el dolor que se ha formado en su antebrazo.
La habitación se volvió más helada. Algo estaba sucediendo en su habitación. Algo que no sabía cómo expresar.
«¿Qué te dice la vida a ti, Tábata?»
Aquella pregunta no había sido guardada en las cuatro paredes de su habitación. Estaba en su cabeza, sí, había sonado dentro de su cabeza. Pero no podía responder, sería una locura estar hablando sola o creer que alguien puede contestarle.
«¿A qué es a lo que más le tienes miedo?»
Tábata parecía estar dispuesta a salir de su habitación. Había escuchado eso como si se tratara de alguien que está cerca de ella, junto a su oído, a su lado. Casi podía sentir un peso invisible sobre la cama.
La pregunta tenía una fácil respuesta: el miedo más grande de Tábata no recaía en su pasado como en Mirla o en las inseguridades de Jeanine. Era algo peor, algo que siempre la ha tenido presa al miedo. Odia la medicina, odia el olor a asepsia, detesta aquel olor a medicamentos, no soporta las inyecciones, trata de evitar casi siempre los hospitales. Pero más que nada les tiene miedo a las enfermedades.
«Suelta... Suelta un... Suelta un poco... Un poco... Tu alma...»
Se escucha a lo lejos. Aquello no la hizo tiritar de miedo, la hizo despertar la curiosidad. Era casi una forma de hacerle ver qué su vida pendía de un hilo. Para la chica era difícil saber qué ente estaba intentando hacer comunicación con ella.
Se puso de pie, la herida le provocó un fuerte dolor en el brazo. Casi como un tirón interno provocado por la misma carne.
Llegó a la ventana.
—¿Dónde estará enterrado el cuerpo de Chester?
Los padres de Tábata se llevaron una sorpresa gigante al ver el cadáver del perro, el cuerpo destrozado de la gata y a su hija impactada del miedo. El perro no fue sepultado. En muy poco tiempo el cuerpo del can se descompuso provocado que el padre de la chica lo lance a un río cercano. Haberlo puesto en el jardín solo acentuaba el horrible olor a putrefacción.
Tocó el cristal con sus dedos. Escuchó a la cama crujir, se giró y lo había visto. Algo la hizo dar un ligero movimiento. Eso no la asustaba. No lo hacía, pudo haberlo hecho antes pero ahora no, no después de la mordida de su perro.
¿Qué pasaba si la herida se infectaba? Sus padres saben que ella detesta los hospitales, pero la desilusionó que no la hayan llevado de emergencia. Una idea tonta se posó en su cabeza: ¿Porque Dios permitió que esto pasará? ¿Cuál fue la razón para que Chester despedazara Olivia?
Quería respuestas, necesitaba más de una y rezando a Dios no las encontraría; pero con una conexión real o algún sortilegio seguramente sí.
Sacude la cabeza... ¡¿Qué rayos está pensando?!
Lanza un suspiro, toma un abrigo que está sobre una silla atiborrada de ropa.
¿Porque Chester se le aventó encima? ¿Porque le estaban pasando cosas raras? ¿Porque Dios no la ayudaba? ¿Cuál era el motivo?
«Dios... –una carcajada interna en su cabeza–...eso no lo es...»
La voz era muy liviana y cuando emitía ese sonido espectral alargaba las vocales para impactar en su víctima. Sí, le daba razón a esa voz. Dios no sirve, no la estaba protegiendo. Su familia no es muy religiosa, pero esa no es razón para que aquel ser celestial la hayan dejado desamparada.
—Dios es una mierda —blasfema.
Casi pudo sentir un ligero sí en su cabeza. Aquella historia era mentira, esa entidad no era buena, no es piadosa, no es omnipotente ni está en todo lado. Sí así fuera, ayudaría a toda la gente que lo necesita, pero no.
—Dios es la mierda más grande que se ha creado.
Sacudió su cabeza.
¿Porque estaba pensando todas esas cosas? No es religiosa pero jamás en la vida había tomado el nombre de Dios a burla, o a profesar odio en su contra. Nunca. Es la primera vez que lo hace...
«Él te hará sufrir... Él es cruel.»
Dijo aquella voz en su cabeza incitando a que su duda acerca de ese ser crezca. Pero no la duda a su existencia, sino su duda a si es una entidad de bien. La cama crujió y su cara hizo muecas de horror. En aquella cama estaba una mujer desnuda. Ella, aquella mujer desnuda era ella. No había duda. Estaba sin nada que le tapara su cuerpo; aquello le daba vergüenza.
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Editado: 02.07.2021