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Jeanine se encuentra sobre la cama de su ex novio, tiritando de miedo, con una taza caliente de té, una cobija sobre sus piernas y sin poder soltar todo lo que le ha pasado. Harold, su ex novio la miraba con los ojos bien abiertos, sin poder creer lo que contaba.
—Lo jugamos hace varios días... Desde ahí han pasado cosas raras... Escucho voces raras... He visto niñas, Harold. ¡Niñas que no parecen de este mundo!... ¡Tengo miedo de estar sola! Harold no sabía qué creer. Jeanine nunca ha sido una loca paranoica que inventa cosas a lo tonto. Ella es muy sensata cuando la situación lo amerita. Su cara, sus ojos grandes, su rostro como el papel, hasta se veía menos atractiva como hace algunas semanas atrás. Se veía desaliñada y demasiado alterada.
—Entonces jugaron la Ouija...
—No —niega—. Su nombre era extraño. Era otro juego... ¡Ah! No recuerdo el nombre.
—¿Pasaron cosas extrañas cuando lo jugaron?
—¡Sí! —afirma más nerviosa—. ¡Las luces se apagaron! ¡Algo quería entrar a la habitación!... No estábamos solas, esa noche algo quería ir por nosotras.
—¿Le has contado a alguien más?
—No, a nadie más.
Podía darla por loca, pero todavía tiene la parte de Mirla y Tábata que confirmar. Si ellas daban la palabra de su ex novia por cierta, la situación se volvía crítica y aterradora.
—¡¿Por qué lo hiciste?! ¡No se les ocurrió algo mejor para matar la noche!... ¡Son muy tontas!... No saben lo que eso puede provocar...
—Nos dijo que decía la verdad, que se podía preguntar lo que sea y la respuesta sería certera.
—¿Para qué querías la respuesta de algo?
Ella agachó su cabeza, mira ella suelo, se toca las uñas. Tiene mucha vergüenza de aceptar su error, de que se convirtió en una quinceañera que quiere saber todos los enigmas de este mundo.
—Quería saber...
—¡¿Qué?! ¡¿Qué deseabas conocer?! ¡¿De qué querías enterarte?!
Habían tantas cosas que pudo haber preguntado. Si ganaría aquel concurso de fotografía, si su futuro sería brillante, si saldrían sus fotos en revistas importantes, si el mundo sabría su nombre, si realmente Harold la amaba, si sus padres la perdonarían. Todo eso eran cosas que deseaba conocer.
—Iremos por Mirla...
Enseguida la puerta fue tocada.
—Mirla ha estado preocupada por ti. Me llamó y le dije que habías venido a pasar conmigo la noche. Debe de ser ella.
Harold salió de la habitación, cargando un carrito donde le había traído la comida a Jeanine. La chica se queda sola en la habitación.
El departamento de Harold es muy sencillo, tiene muy pocas cosas, su salario como camarero lo tienen apretado. La habitación se hace fría, la ventana del cuarto está abierta.
Se pone de pie, dispuesta a cerrarla. Se acerca mientras escucha el bullicio de la gente. El sonido se amortigua al cerrar el cristal.
Se voltea y escucha las bisagras rechinar. Arruga la ceja, mira por el rabillo del ojo como la ventana se ha abierto de nuevo. Se acerca de nuevo, la cierra y el crujido suena de nuevo, se abre ante sus ojos.
Su corazón se acelera, da un paso hacia atrás y siente algo frío en la pierna. ¡Esto está de locos! Siente una mano agarrando su tobillo.
Mira el suelo y no hay nada. Los cristales de las ventanas se polarizan muy lento, haciendo que la habitación se vuelva oscura. Mira el techo, dónde cuelga algo, un cuerpo que pende de una soga invisible que ata el cuerpo de una chica.
—¡¡AAAAAAH!! —grita sin entender—. ¡¿Qué es eso?!... ¡Ayuda!
El cuerpo cae enseguida y en el techo se ve escrito con sangre: «Tú eres las que sigue.»En el piso se encuentra una mujer, de cabello seco y sucio, con un olor pestilente, sin piernas, arrastrándose para atraparla. Mientras de su boca segrega lodo con gusanos.La puerta se abre y Jeanine cae desmayada. Otra vez el espectro de Cándida se había aparecido.El cuerpo de Tábata se sacudía con fuerza en la cama. Aquella herida que le provocó el perro seguía segregando pus y sangre, junto con un repugnante olor. Ella estaba en la cama, consciente y sin poder mover un dedo. Ondas electricas la sacudían con fuerza en la cama, punzadas en el cerebro, su lengua parecía enredada en sí misma, sentía como sus huesos se rompían por dentro. Era un dolor horrible, que la hacía llorar en silencio, pero era incapaz de pedir ayuda. Su madre y padre no estaban en casa y además, no podía gritar. Parecía estar encerrada, ella atrapada en su propio cuerpo.
«¡Mamá! ¡Papá! ¿Dónde están? ¡Ayúdenme! ¡Hagan algo que me estoy muriendo!... No puedo acabar así, ¡no así!»
Se sacude con fuerza por sí misma. Sus ojos se cierran lentamente mientras en la oscuridad logra ver algo, una figura parecida a ella, pero sin dientes, con un ojo sangrante y cientos de hematomas repartidos en todo el cuerpo.Aquel ente se para frente a ella, quién se encuentra en un lugar oscuro donde se ve poca luz que nacen de dos secciones opuestas. En el piso hay mucha niebla que le congela los huesos.
—Hay algo peor que la muerte..., el no saber que ella vino por ti hace mucho tiempo.
Es un sueño, todo estaba pasando en su mente, pero es real.Un fuego interno le inicia dentro de su pecho, le provoca arcadas y levanta su cuerpo. Una ráfaga de color negro sale desde su garganta, el cadáver andante frente a ella recibe toda esa fuerza que escupió desde su cuerpo.
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En la cama estaba Mirla, Harold y el encargado de asuntos paranormales, Augusto. Ambos conversaban (en especial los dos hombres) mientras que Mirla tomaba de las manos a su amiga.
—¡Se ha despertado! ¡Ha despertado!
Harold se acerca y se inspecciona de que sea cierto, que ella esté cociente.
—¿Jeanine? ¿Jean? ¿Estás bien, cariño?
—Sí, lo estoy —responde tocándose la cabeza con la mano derecha mientras su estómago gruñe por querer vomitar.
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Editado: 02.07.2021