El cuerpo levita en el aire, con las manos extendidas, sangre chorreando de su boca. Mirla y Jeanine se han quedado mudas, sin poder pronunciar palabra, como tampoco el entender de lo que está pasando, ya que la habitación se ha llenado de penumbra, de una cancerígena oscuridad que no solo atrae un frío helado, también un miedo a ser devorado. El silencio abunda, por más que el resto emite palabras, ellas no pueden escuchar lo que dicen, están paradas ahí, con la cabeza ligera, la nariz dejaba un libre acceso a un aire extraño. Sus piernas estaban débiles, las coyunturas de las manos les dolían, sus bocas salivan en exceso y unas ganas de vomitar que las llaman al inodoro.
—¡Alguien ayúdeme! ¡Bájenla! ¡Bájenla!
Harold junto con Augusto se aproximan directamente a la mujer que levita en el aire. Los padres de Tábata se aproximan a tomarle las piernas y sucede lo extraordinario. Una fuerza invisible toma de los cuerpos a los dos padres y los empuja, frente a frente, pierden el equilibrio. La madre se tuerce el tobillo y el padre se tropieza, ambos se golpean cabeza contra la otra. Quedan adormilados por el choque.
Eso provoca que los dos hombres se detengan, se observen y sepan lo que tienen que hacer. Emprenden carrera hacia ella.
—¡Ayúdame a bajar su cuerpo!... ¡Tenemos que controlarla para llevarla con un exorcista!...
—¡Yo la tomo de...!
Sus cuerpos cayeron al suelo, Harold se golpeó el pómulo y Augusto se torció el tabique ante el impacto. Los cuatro cuerpos fueron jaloneados por unas manos invisibles a la vista, arrastrando su cuerpo sobre el piso de una forma bestial. La madre de Tábata, Cayetana y Augusto sentía que unas cadenas se apoderaron de sus piernas, mientras que el padre de Tábata, Manuel y Harold sentía una cuerda que aprieta sus extremidades inferiores. Fue en ese instante que salieron disparados de la habitación, los cuatro atrapados, la puerta se cerró sola, dejando a las tres chicas solas en la habitación.
El cuerpo queda de forma vertical haciendo un movimiento violento en el aire, aún levitando. Dejando con las bocas abiertas, asombradas, inmóviles, incapaces tanto de moverse como de actuar. Tan solo estaban ahí, como si se tratara de una parálisis de sueño, en la que no pueden ni moverse como de pedir ayuda.
La habitación se volvió más fría de lo que ya estaba y una oscuridad inundó el cuarto, como si se hubiera tapiado ventanas y apagado la luz para amontonar más terror.
La boca de Tabata se abrió, dejando ver un horrible aspecto en su rostro, marcas de golpes, rasguños, hematomas y más. No parecía la Tabata que siempre conocieron, era una muy diferente.
—Infinidad...y, muerte... —habla con una voz distorsiona, ronca y que provoca ecos—. Ira, hambre, venganza, sed...
—¡Déjala! —dice, sin fuerzas Jeanine.
Esa no era Tabata y sus dos amigas lo sabían. Jeanine solo podía ver como aquella chica alegre, linda, coqueta y sin miedo a nada ahora estaba siendo presa de un ser que no es de este mundo. El aire se colaba con fuerza dentro de la pieza, casi como una ventisca que planea derrumbarlas, el frío sigue aún más, las cosas se mueven de su sitio y el terror se apodera de ella.
Mirla cae de rodillas al suelo, quien no ha dicho nada. Comienza a toser, una y otra vez, cada carraspeo duele y de su boca expulsa sangre. Jeanine se acerca a Mirla, quien no deja de expulsar segregaciones de su boca.
—¡¿Qué te está sucediendo, Mirla?! ¿Mir?... ¡Mirla, Santo cielo!
En el suelo había algunos clavos ensangrentados que salieron desde la boca de Mirla. Ella, desestabilizada, comienza a llorar ante la ignorancia de lo desconocido y de lo que está pasando. Su fortaleza se ha ido, temiendo por entero a lo que no conoce y a perder la cordura.
Tabata se sacude con violencia en el aire. Retenida en un mundo desolado, donde camina en un sendero cercado por secos árboles, pasando por un desierto hasta llegar a una selva donde miles de ojos la cazan, camuflados por la neblina. Sí, Tabata estaba justamente en la nada, donde muy pocas personas pueden entrar y donde salir es casi imposible, ella corría y corría, buscando una salida u otro lugar, pero caía en otro lugar diferente. Tabata había caído en el limbo, donde un demonio toma posesión de tu cuerpo y traspasa tu alma hacia aquel lugar donde no puedes regresar, un lugar de desespero y de angustia, en el que solo caminas y caminas, sin poder salir.
—Cute words or...crying does not work... —grita con fuerza—. Ignorantiam addet ignotum malum...
La cama se movía con fuerza, se sacudía, luego comenzó a saltar y luego a moverse de lado a lado. Los muebles y armarios de la misma forma, parecía un temblor interno del que nadie podía detenerlos.
—¡¿Qué es lo que quieres de ella?! —justo del otro extremo de la habitación, del armario, se ve una mano de cadáver saliendo de la oscuridad, Candida, el ser que la ha estado persiguiendo aparece, mordiéndose las uñas, mirando el piso y burlándose del estado de las chicas—. ¡¿Qué es lo que quieren de nosotras?!
Mirla desde el suelo podía sentir los pasos pesados del hombre de las cadenas que la ha estado acosando, mientras que en la habitación de la pequeña Brianna, la pequeña niña escuchaba la voz del señor Pomitos diciéndole que hacer. Las cosas se habían salido de control ya.
—¡Hay voces dentro de mi cabeza!... ¡Voces dentro de mi cabeza! —grita Mirla, aterrada por frases que la incitan a matar o cometer suicidio.
—Tranquila, Mir. Vamos a calmarnos—consuela la amiga menos perjudicada, quien intenta tomar las cosas con más cordura—. Tenemos que sacar a Tabata de aquí y llevarla con alguien que la ayude... Solo olvida todo lo que...
—¡Reacciona, Jeanine!... ¡Somos incapaces de hacer algo por ella!
El cuerpo de Tabata cae desde lo alto, sobre el piso. Jeanine corre directo hacia ella, asegurándose que no se haya roto algún hueso. Pero la imagen es mucho peor, el cuerpo de Tabata se sacude sobre el suelo, como si sufriera de fuertes convulsiones. Sus manos se extienden y sus uñas se aferran al suelo, aruñando la madera por el dolor interno. Ella estaba peleando con su demonio interno.
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Editado: 02.07.2021