El ladrón de nombres

Capítulo 4: Una idea desesperada

Al llegar al segundo piso, me desplomé contra una columna, agotado por la experiencia que acababa de vivir. Aquella criatura, fuera lo que fuera, me había dejado pasar. Podría haber derruido la pared, extender sus tentáculos y atraparme... El miedo se había incrustado en mi médula, generándome mil y un escenarios donde era cazado, desmembrado y devorado. Mi corazón latía desbocado, enviando su ritmo frenético por todo mi cuerpo.

—¿Aquella cosa había sido real? — dudé por un segundo — ¿Acaso no estaba hecho también de ese asqueroso moco que cubre todo el pueblo?

Un torrente de preguntas inundaba mi mente, llena de agujeros que no paraban de crecer. Mis recuerdos hasta ahora eran confusos e ilógicos. Tenía destellos de ser un animal salvaje, de ser un niño humano... Todo se mezclaba, haciéndome dudar incluso de mi propia cordura. "¿Qué me está pasando?", pensé con terror. "Ni siquiera sé quién soy... O... Qué soy". Un deseo de acurrucarme y llorar me invadió. No recordaba a mis padres, no recordaba mi vida, solo un vacío en mis recuerdos que, al mirarlo, se agrandaba aún más.

—Shai, ¿estás bien? ¿Dónde estamos? — preguntó con miedo la voz que me atormentaba.

No sabía qué responder. ¿Acaso yo mismo lo sabía? Lloré de impotencia ante esa verdad. Había seguido sin pensar la llamada de aquel dichoso árbol y había estado a punto de morir varias veces. ¿Incluso había muerto? Recordaba morir...

—Hay que salir de aquí. Nos están buscando — susurró la voz preocupada.

Aquella voz no se callaba. Estaba harto. No entendía nada y solo me generaba más y más dudas. Sin embargo, tenía razón, debía salir de allí. Aquella cosa seguía por ahí fuera, al acecho, y si me quedaba aquí escondido no conseguiría nada más que morir de hambre. Me incorporé con gran esfuerzo, luchando contra el abatimiento y contra los pensamientos que me insistían en rendirme y aceptar la muerte.

Este piso era más pequeño que el anterior, pero parecía en mejor estado. El fango no había logrado corromperlo por completo: las paredes aún conservaban algo de color y la madera se veía resistente. Cerca de mí, una cama destartalada vomitaba finos hilos negros que se extendían por el suelo hasta el hueco de la escalera por el que había subido. A su paso, como migas de pan dejadas por un caminante descuidado, había trozos de cuerpos en descomposición. En aquel momento, el hedor general del pueblo era tan nauseabundo que lo había pasado por alto.

Desde el lado opuesto, una sutil ráfaga de aire agitaba unas cortinas. Debía haber alguna ventana por allí. Quizás pudiera asomarme y comprobar si aquella cosa seguía cerca.

Con el mayor cuidado que pude, gateé hasta alcanzar el hueco de lo que había sido una ventana. Era lo suficientemente grande como para caber por él. Me acerqué lentamente, prestando especial atención a cualquier ruido que pudiera captar. Estaba claro que la última vez había sobrevivido gracias a mi oído y su increíble sensibilidad.

Esperé en tensión al amparo de la oscuridad. No escuchaba nada fuera. Parecía despejado. Con la sensación de peligro alertando mi cuerpo, me forcé a asomarme por aquel agujero.

Leos era una ciudad relativamente pequeña, pero verla desde aquí, sumida en total oscuridad, convertida en ruinas y sumergida en aquel cenagal negro, parecía enorme. Una imagen de oscuridad sobre la muerte que había azotado al pueblo, donde apenas podía distinguir nada.

Salí a la fachada del edificio en ruinas y trepé hasta el tejado, tratando de mantenerme en silencio. Me costó menos de lo que había pensado, gracias a la agilidad que había demostrado tener anteriormente y de la que no había sido consciente hasta hace escasos minutos. Una vez arriba, la vista se dirigió casi por acto reflejo al inmenso árbol que crecía en la zona central del pueblo. La imagen era sobrecogedora.

Sobre la oscuridad que consumía al pueblo en una noche sin estrellas, unas tenues luces se movían como en un baile fantasmal. Un espectáculo de colores vibrantes: verde, rojo, azul, violeta… Todos ellos moviéndose hacia las hojas de aquel árbol. Siendo absorbidos por él. Nutriéndose.

—Shai, no debes dejar que nos consuma también — lloriqueó la voz.

Estaba de acuerdo. Aquel espectáculo era sobrecogedor, pero no debía olvidar que, fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo, había acabado con la vida de todos en el pueblo y había intentado acabar conmigo varias veces también.

—Voy a ir y averiguar qué es ese dichoso árbol. Tú puedes hacer lo que quieras — advertí.

No hubo respuesta. Mejor. No estaba de humor para discutir sobre lanzarme de cabeza a lo que seguramente fuera mi muerte segura, pero estaba harto de no entender nada. Quería respuestas y notaba que aquel árbol era la clave.

Prestando atención a cualquier movimiento extraño, comencé a moverme por los tejados. Parecían en mejor estado que el resto de las zonas y no tenían apenas líquido por lo que podía avanzar en silencio y rápidamente. Los edificios tenían bastante separación entre sí, pero no me costaba saltar entre ellos. Notaba fluir en mi interior una fuerza y una agilidad sobrehumana.

A medida que avanzaba, los rastros de destrucción eran mayores. Las grietas en el suelo llegaban a medir varios metros de ancho y los edificios estaban en peores condiciones que en el exterior. Raíces como tentáculos gigantes se posaban cansadas sobre algunos tejados de los que prefería alejarme. Sin embargo, no había ni rastro de mi perseguidor. Era extraño. “¿Por qué me dejó escapar así? No tiene sentido”. Seguía notando su presencia, pero no era capaz de ubicarla. Era como si estuviera en todas partes y a la vez en ninguna. Sentía su respiración en mi nuca, pero nunca llegaba a estar allí. No podía detenerme a pensar en ello. Debía concentrarme en el peligro que tenía delante: aquel árbol y esas extrañas luces.



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En el texto hay: sobrenatural, terror, fantasia oscura

Editado: 17.04.2024

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